Claudio Zemmi es un pintor y escultor de moderado éxito y parte de su trabajo es conocido internacionalmente. Ha expuesto en numerosas ocasiones en Europa y Estados Unidos y algunas de sus obras se exhiben en la Walton Gilbert Gallery de San Francisco.
Durante su juventud y parte de su madurez, Zemmi vivió bajo los ideales del comunismo, pero un cierto vacío comenzó a hacer mella en su interior. La ideología del marxismo no llenaba su búsqueda de belleza y verdad a las que, como todo artista, se veía empujado: «En 1972 comencé a dudar de ciertas ideas comunistas, al ver lo que estaba sucediendo en Europa del Este, Cuba o China. La dictadura y el aplanamiento ideológico estaban en contradicción con el pensamiento como artista libre, así que me desligué radicalmente», explica.
Hasta principios de los años ochenta, Zemmi vagaba entre Europa y los Estados Unidos para hacer exposiciones. Más tarde, en 1986, empezó a sentir «los primeros síntomas de un vacío interior cada vez mayor». En ese momento, su madre enfermó y murió al poco tiempo, y a su hijo mayor le fue diagnosticada una enfermedad grave.
«Estas situaciones me han marcado y sentí la necesidad de tener una respuesta a por qué nacemos y morimos, por qué existe la enfermedad, dónde está Dios y qué hace,. Fueron momentos de completa oscuridad, angustia y sufrimiento», explica el pintor.
«Un día llegó la respuesta y Dios se ha hecho presente en mi vida. Mientras estaba haciendome consciente de esta presencia, se abrió una ventana. La respuesta para mí se ha manifestado a través de una mujer, madre de familia, sabia y culta, que ha sido mi ´samaritana en el pozo de Jacob´. Me habló de la alabanza a Dios, del poder de la alabanza que libera y que permite actuar a Dios en la propia vida», continúa Zemmi en una entrevista concedida a la agencia de noticias Zenit.
«Me sorprendió oír hablar así a un católico, de manera concreta, sobre Jesús, y me sorprendió aún más cuando fui a la casa de Jesús, que es la Iglesia. Allí escuché las catequesis y entré a formar parte del Camino Neocatecumenal con gran alegría. Aún hoy soy parte junto con mi esposa. Una puerta se abrió, la luz llegó, y comencé a tomar conciencia de este evento. Me estaba convirtiendo».
Las cosas no cambiaron, pero él estaba cambiando: «Ya no me sentía víctima de mi historia, Dios había diseñado bien mi historia. Se había abierto una puerta, era la puerta de la vida, la de Jesús. Enseguida me planteé cómo poner al servicio de la Iglesia mis talentos», añade el pintor.
Actualmente, sus dones se han puesto al servicio de la belleza de Dios. Claudio Zemmi es profesor en diversas escuelas locales y pinta preciosos iconos en maderas viejas y usadas. ¿Por qué? «Por definición filosófica dice que el hombre posee una naturaleza finita con la capacidad de lo infinito. San Pablo dice que llevamos un tesoro en vasijas de barro. El recipiente ya estaba (es decir, los objetos antiguos de uso diario), pero carecía del tesoro, de la capacidad del infinito», explica.
«Entonces empecé a estudiar los iconos y sus significados y se me ocurrió hacerlos sobre esta madera frágil. Así, surgió un soporte frágil con un contenido infinito», razona. «Es una referencia clara al hombre que, cuando recibe a Jesucristo y sus enseñanzas dentro de sí, ve que su historia renace, no importa lo fea que fuera, y reencuentra la dignidad perdida, como en la parábola del hijo pródigo», concluye.
«La diferencia entre la pintura de antes y la de ahora es que la primera era buena, pero le faltaba amor. La segunda, la de hoy en día, está acompañada por el amor de Jesuscristo hacia todos».
Se puede consultar su obra en: www.iconeclaudio.com