Desde que nació, Carlos Giménez creía tenerlo todo: una familia maravillosa, amigos, dinero en casa… Se veía "tan feliz" que no le importaba morirse cuando cumplió la mayoría de edad y si algo sabía era "que no necesitaba buscar a Dios".
Cuando empezó a estudiar Medicina en la Universidad Autónoma de Madrid, su planteamiento era "bastante racionalista": Nietzsche era uno de sus filósofos favoritos y, siguiendo sus pasos, consideraba que "los creyentes eran todos débiles de voluntad o tontos".
Un planteamiento que adquirió en gran parte por su educación y familia. "Eran bastante ateos, y en mi casa nunca se había hablado de Dios", admitió en el canal de la asociación Ahonda. Durante toda su infancia y juventud, Carlos recuerda vivir en "un ambiente muy laico", tanto que sus padres se esforzaron en buscar para él "el colegio más laico que hubiera".
Hasta que entró en la universidad, su abuela fue la única persona cristiana que conocía, lo que, al principio, reforzaba sus planteamientos. "Ella era como de otro siglo". menciona.
"Impactado" por un cristiano normal
Mientras que para muchos el comienzo en la universidad es adentrarse en un entorno hostil hacia la fe, en Carlos se dio la paradoja contraria. Al comenzar a salir de aquel "ambiente laico" que significaba su hogar, quedó "impactado" por "un chaval muy cristiano" al que conoció en la carrera.
"Era muy normal, súper creyente y muy completo, escribía poesía, salía un montón y tenía un montón de amigos… Nos hicimos uña y carne y nos pasábamos las tardes tomando cerveza discutiendo. Me encantaba pincharle [sobre sus creencias] y él me las devolvía", recuerda.
Que el primer cristiano que conoció en su vida fuese "tan normal" le rompió todos los esquemas y facilitó que tras meses después de invitarle a su grupo religioso -que entonces era el germen de lo que hoy es Hakuna- le acompañase en una ocasión "por probar".
"¿A esta peña qué le pasa?", se preguntó tras su primer día el grupo. Nunca le gustó "el tema de rezar ni las iglesias", pero después de que el sacerdote concluyese su charla se dio cuenta de que los católicos de aquel grupo eran muy distintos de lo que creía.
Esperaba encontrar frikis... y vio que "se comían el mundo"
"Esperaba encontrar a un grupo de frikis, como en un reducto que no encontraban sitio en otro lugar, pero fue al revés. Encontré gente que se comía el mundo y que estaba ahí porque le daba la gana. No sé qué me pasó, pero quería volver", menciona.
Tras su segunda vez en el grupo, a Carlos le "empezó a picar el gusanillo" cuando le invitaron a un voluntariado de verano en Calcuta. Prácticamente no dudó en apuntarse después de haberlo comentado con su familia y amigos.
Entonces no se sabía "ni el padrenuestro" y el único input que tuvo antes del viaje fue el de su exnovia. "¿Cómo te vas con este grupo si no eres cristiano?", le preguntó. "Tengo ganas de la experiencia, la India… Solo sé una cosa: que nunca seré cristiano", le respondió.
Pasados los años, aún no sabe explicar "que es lo que pasó" en el viaje, pero "algo cambió". A los pocos días de llegar, el sacerdote le invitó a ir a Misa, aunque fuese "para ver", y él, fiel a su mentalidad racionalista, "creía que al 99% que era una tomadura de pelo". Pero la convicción ya no era total. Entonces decidió asistir "por interés antropológico".
En la consagración, "algo" le golpeó
Para Carlos, lo que sucedió en aquella Misa es, aún a día de hoy, imposible de explicar desde el plano "racional".
"La gente se levantaba, se sentaba, yo me levantaba y sentaba con ellos, y llega un momento en que todos se arrodillan. El sacerdote cogió un trozo de pan, dijo unas palabras y cuando lo levantó, no sé qué me pasó. Sentí como que algo me golpeaba y mi cabeza solo podía pensar: `Esto es verdad. Esto es verdad. Dios existe´", relata.
Lo que siguió fue "alegría, amor, paz, gozo"… y lagrimas. Muchas lágrimas. Fue consciente de que aquello en lo que nunca creyó, "a lo mejor era verdad".
Pero Calcuta se acabó. Y cuando regresó a Madrid comenzó "una lucha interna entre dos Carlos", el "transformado" y el que durante 21 años fue "bastante combativo contra los creyentes".
En ese conflicto, comenzó a ir a Misa a escondidas y a percibir como su vida "se transformaba muchísimo", siendo tan feliz que hasta le dolía la cara de sonreír.
Y él respondió: "En un año recibí la formación que no había recibido en toda mi vida, una catequesis semanal, hablaba con el que sería mi padrino de confirmación, tenía dos reuniones de formación más las charlas de los lunes, leía libros…".
En pleno "terremoto", tomó una decisión
Conforme su vida cambiaba era más difícil mantenerlo en secreto: "Pensé en contárselo a mis padres. Les senté en el sofá y les conté que iba a empezar a ir a Misa". "Carlos, ¿te vas a hacer cura?", le preguntó su padre. Ante la negativa, le respondió que entonces podía hacer lo que quisiese.
Pronto, Carlos comenzó a sospechar que la respuesta que le dio a su padre tendría que haber sido la contraria: del anticatolicismo y el agnosticismo, en pocos meses acabó confirmando que dedicaría el resto de su vida a Dios como sacerdote.
"Al año siguiente de volver empecé `el introductorio´, un curso de los sábados por la mañana. No me atrevía a contárselo a mis padres, me daba bastante miedo porque sabía que iba a haber un terremoto", relata. Recuerda que fue bastante duro, al principio su madre pasó un mes llorando y su padre, "que es pura bondad y humildad", empezó a gritarle cuando nunca lo había hecho: "¡Es algo retrógado, del siglo anterior!", le dijo. "Les costó mucho, pero ahora con el tiempo van poco a poco aceptándolo y compartiéndolo".
"Prometo"
A punto de concluir su formación sacerdotal, Carlos ha sido recientemente ordenado diácono, el pasado 18 de junio: el joven, que había prometido no ser nunca cristiano, acabó jurando, hace poco más de tres semanas, lealtad a la Iglesia durante su ordenación. Quedó inmortalizada en este vídeo, en el minuto 53:25.
-Carlos, ¿prometes respeto y obediencia a mí y a mis sucesores?
-Prometo.
-Dios, que comenzó en ti la obra buena, Él mismo la lleve a término.