En la conversión de Ken y Alliston no hay más elementos extraordinarios que su amor a la verdad y su conformidad a la voluntad de Dios.
"Mi marido creció muy a gusto como protestante, asistiendo a iglesias baptistas o congregacionalistas, y yo crecí ferozmente anticatólica, asistiendo a iglesias baptistas independientes o no denominacionales. Ambos estábamos convencidos de que todos los demás no eran realmente cristianos, en particular los católicos, a quienes considerábamos los más peligrosos porque creían que lo eran", recuerda Alliston en el testimonio recogido el 24 de noviembre en Catholic Sistas, que titula expresivamente como De la confusión cristiana a la claridad católica.
Tras su matrimonio, ella y Ken, marine, se trasladaron a Carolina del Norte, donde la iglesia que más les gustaba era de las Asambleas de Dios, una de las mayores organizaciones pentescostales: "La predicación era exaltada, los servicios largos y emotivos, y la música te llevaba desde las profundidades del llanto a las alturas de la danza. Era agotador y vigorizante".
Ken se fue involucrando más, se formó teológicamente y se convirtió en ministro de las Asambleas de Dios, pastor a tiempo parcial y predicador sustituto en sus dos últimos años en el Cuerpo. Tuvieron un niño, se trasladaron a Arkansas, y allí Ken empezó a trabajar en proyectos de rehabilitación de alcohólicos y drogadictos.
Fue entonces cuando le diagnosticaron al pequeño fibrosis quística: "Comenzaron meses, incluso años, de infierno", sintentiza Allison. Y, sin embargo, fue el principio de su conversión.
¿Por qué? Las Asambleas de Dios se basan en las 16 Verdades Fundamentales, la duodécima de las cuales es: "La sanación divina es una parte integral del Evangelio. La liberación de la enfermedad fue provista en la expiación y es un privilegio de todos los creyentes“.
"Suena genial, ¿verdad?", dice Alliston: "Pero ¿cómo sonaba esta ´verdad´ en nuestra vida real. He aquí algunas de las cosas que nos decían, que incluso nos gritaban". Y recuerda: "No lo aceptes. La enfermedad viene de Satanás. Quédate ante el altar hablando en lenguas hasta que obtengas la sanación. Basta con que creas que está curado. Si tienes fe, sucederá. Así está prometido".
"La otra cara de la moneda de esta espiritualidad marchita", continúa, "es que, cuando una sanación no ocurre, es que algo funciona mal en quienes rezan... en nosotros. Nuestra fe. Nuestra vida de oración. Nuestra confianza en Dios. Nuestro culto a Dios. Teníamos un pecado oculto. No amábamos a Dios lo suficiente. No amábamos a los demás lo suficiente. No cantábamos o no hablábamos en lenguas lo suficiente. Si la sanación es ´un privilegio de los creyentes´... entonces es que no éramos verdaderos creyentes".
Regresaron a Carolina del Norte a una pequeña comunidad rural donde Ken hacía de pastor, pero fue "aún peor", pues "si obviamente Ken no tenía la fe y el amor a su hijo suficientes para que el niño sanase, entonces no le querían dirigiéndoles y rezando por ellos". Tuvieron un segundo hijo, volvieron a Arkansas, pero aunque Ken ya había cumplido los cinco años de ministerio que permitían su ordenación, prefirió dimitir.
Se alejaron de las Asambleas de Dios, volvieron a la primitiva denominación evangélica en la que habían contraído matrimonio, Ken empezó a trabajar en el ámbito de la salud mental y la educación de adultos, tuvieron un tercer hijo -una niña- y empezaron "una apacible vida de respetables protestantes".
Él empezó a profundizar en el estudio de la autoridad en la Iglesia, y ella en el de las posturas ante el aborto de las distintas denominaciones: "De alguna forma -fue, por supuesto, el Espíritu Santo-", recuerda Alliston, "ambos acabamos estudiando las posiciones de la Iglesia católica sobre nuestros respectivos ámbitos de estudio".
Decidieron investigar la pretensión de la Iglesia católica de haber sido fundada por Jesucristo mismo. Compraron "montones de libros": "Nos levantábamos temprano para leer y nos pasábamos las noches leyendo. Nos interrumpíamos uno al otro, excitados e irritados, porque yo sólo tenía un año de estudio de la Biblia, pero Ken tenía dos licenciaturas en seminarios fundamentalistas y estaba furioso al ver que los primeros cuatrocientos años de historia de la Iglesia habían sido ampliamente ignorados, y que de San Agustín y Santo Tomás de Aquino apenas le habían enseñado más que un par de breves citas. Alguien mentía".
Se compraron el Catecismo de la Iglesia Católica, así como libros de George Weigel y otros de apologética: "Estabamos sorprendidos, incluso chocados".
"María como Nueva Arca de la Alianza, la comunión de los santos, la totalidad de las Escrituras, la Iglesia como fundamento de la verdad, y especialmente la Presencia Real... ¡mi brillante marido historiador y teólogo se enamoró!", exclama Alliston. Estudiaron las obras del Beato John Henry Newman, "que siguió la pista, siglo a siglo, de las verdades que los anticatólicos desdeñaban como creencias paganas procedentes de la corruptora influencia de Roma", comprobando que "se habían creído y practicado mucho antes de que el emperador Constantino legalizase el cristianismo, antes incluso de que se codificase el Nuevo Testamento".
"Nos pusimos muy nerviosos", continúa la mujer de Ken: "Comprendimos que esto ya no era sólo un estudio interesante, sino una búsqueda de la Verdad. Empezamos a leer literatura anticatólica y manuales académicos para compensar, pero encontramos que cuando no confirmaban la historia de la Iglesia, la exponían descuidadamente o falsificaban sus enseñanzas".
"Una noche", concluye Alliston, "resoplé, eché la silla hacia atrás separándome del ordenador y le miré con ojos interrogantes: ´¡Dios mío, vamos a tener que hacernos católicos!´, le dije. ´Ya lo somos en nuestro corazón y en nuestra mente´, me contestó. Yo ya no estaba inquieta. Sólo pensaba en lo que íbamos a afrontar. Ken nunca volvería a predicar. Perderíamos la cómoda compañía de nuestra amable y pequeña iglesia. Tendríamos que explicar a los niños mayores, de 7 y 9 años, lo que habíamos aprendido y lo que teníamos que hacer. Nos trasladaríamos a un terreno eclesiástico con el que no estábamos familiarizados".
Y así lo hicieron: "Puesto que estábamos convencidos de que la Iglesia era el mecanismo de transmisión de la Verdad establecido por Nuestro Señor Jesucristo mismo, escribimos una carta a nuestro pastor y al consejo de la comunidad, dimitimos de nuestros cargos, informamos de nuestros planes y les agradecimos su amistad y compañerismo".
"Luego llamamos a la unica iglesia católica del pueblo y concertamos una cita": así, sin alharacas ni grandilocuencia, con el sello de la autenticidad, concluye el testimonio de Allison.