Iván Vorónov luchó contra los nazis, entró en Berlín y ganó 76 condecoraciones militares. Después se hizo monje y consiguió derrotar, una y otra vez, al régimen soviético que quería cerrar su monasterio. En la revista "Realisti" escriben: "este hombre hace que el protagonista de ´Jungla de Cristal´ parezca un nenaza". 

Iván Vóronov nació en 1914 en una familia de campesinos pobres, en una aldea llamada Torchija a 40 kilómetros al sur de Moscú. Terminó la escuela primaria en su aldea y en 1926 pasó a vivir y estudiar en la capital, donde ya estaban su padre y hermano mayor. Al terminar la educación secundaria, regresó a su aldea natal para cuidar de su madre enferma.

En 1932 comenzó a trabajar en la construcción del metro de Moscú, estudiando por las noches en la escuela de dibujo adjunta a la Unión de Pintores de Moscú. En 1936, Vóronov ingresó en una escuela de arte organizada por el Consejo Central de los Sindicatos que en aquel entonces equivalía a una Academia de Bellas Artes. En el mismo año le llamaron a las filas y pasó en el Ejército Rojo dos años. En aquellos años Iván organizaba cursillos y escuelas de dibujo para soldados en la región Militar de Moscú.

Se licenció en 1938 y pasó a trabajar de controlador y transportista en una fábrica militar de acceso limitado. Y allí le encontró la Segunda Guerra Mundial. Iván fue llamado a filas para combatir el 21 de febrero de 1942. Además del fusil, se llevó un álbum y pinturas.

Moviéndose con la línea del frente, tuvo tiempo para restaurar iconos para los habitantes de las aldeas. Los alimentos que los campesinos le donaban por la labor servían para sustentar todo su grupo. En el frente, Iván creó varios esbozos y cuadros, algunos álbumes de “episodios de combate”. Los cuadros que pintó en el frente se expusieron incluso durante la guerra, en 1943, en varios museos de la URSS.

Iván Vóronov realizó la ruta de Moscú a Berlín en el contingente del 4º Ejército de tanques. Participó en muchas operaciones militares en los frentes del Centro, Oeste, Briansk y el primero de Ucrania. No sufrió ni una sola herida, ni una contusión.

Por sus cualidades destacadas en el combate Vóronov fue condecorado, entre otras, con las medallas al Valor (por el "servicio de combate"), de la Victoria sobre Alemania (por su papel en la conquista de Berlín), la Orden de la Estrella Roja (por su papel en Praga) y la Insignia de la Guardia Soviética. En total, el soldado-pintor fue condecorado con 76 distinciones y galardones por su valor en el combate.

Pero pese a las medallas y a no recibir ninguna herida, la guerra dejó una huella imborrable en el alma de Iván Vóronov.

“La guerra era tan terrible que prometí a Dios que si sobrevivía a esa lucha espantosa me iría al monasterio”, explicó después. Siendo monje recordaría aquellas oraciones en varias homilías: “A menudo, de vigilante por las noches, rogaba a Dios no toparme con los exploradores enemigos para no tener que cortarles el cuello”.

El arte no bastaba para llenar su alma. Y no por falta de éxito. “En otoño de 1945, al volver del frente, traje casi mil dibujos y esbozos y enseguida organicé en la Casa de los Sindicatos de Moscú una exposición personal de mis trabajos del frente. Aquella exposición me ayudó a ganar la membresía en el comité municipal de la Sociedad de los Pintores de Moscú y ejercer como pintor. Cada año organizaba una o dos exposiciones personales o colectivas, lo que demostraba mi progreso profesional”.

Pero no le atraía la carrera de un pintor del mundo. “En 1948, trabajando al aire libre en el monasterio de Santa Trinidad y San Sergio cerca de Moscú, la belleza y singularidad del lugar me subyugaron, primero como pintor y luego como monje, y decidí servir toda mi vida en el monasterio”.

Para entrar en el monasterio de Santa Trinidad y San Sergio, su madre le bendijo con un icono de la Madre de Dios llamado "Mitiga Mis Penas". “Madre de Dios, que no conozca penas”, le bendijo su madre. Y el hijo vio cumplirse la bendición de su madre en su vida como monje.

A la hora de elegir su nombre monacal, el obispo miró el calendario buscando el nombre más cercano, para que tuviera una fiesta inmediata. Le llamaron en honor a Alipio, el famoso santo monje pintor de iconos de las Cuevas de Kiev. Este nombre en griego significa “sin penas”. Por eso, cuando luego por teléfono él intentaba amedrentar los representantes del poder soviético, solía contestar: “Y tengan en cuenta que soy Alipio, el que no conoce penas”. Y, siguiendo el ejemplo de su santo patrón, el padre Alipio se hizo pintor de iconos.

No tenía una celda propia. El abad le indicó un rincón en el pasillo y le dijo que si el padre Alipio, en una sola noche, se construía una celda en aquel pasillo, podía quedársela. El flamante monje contestó lacónico: “Bendígame, padre”, y en una noche puso tabiques, los enyesó, los pintó, hizo suelo de madera y lo pintó. Y por la mañana el abad se asombró muchísimo al ver al muy contento padre Alipio en su nueva celda con una tetera humeante.

Pronto fue ordenado sacerdote, y en 1959 fue nombrado abad del monasterio de las Cuevas de Pskov, un lugar muy especial, porque fue el único monasterio que los soviéticos nunca cerraron. Alipio desempeñó este cargo importante de 1959 a 1975.

Sobre sus hombros se puso una terea titánica: no se trataba solamente de restaurar las reliquias y antigüedades del famoso monasterio. Lo más difícil fue defender el monasterio del cierre por las autoridades.

El régimen soviético fue despiadado con los cristianos. Ya en vida de Lenin (de 1917 a 1924) 16.000 eclesiásticos ortodoxos fueron ejecutados. De 1929 a 1931 se produjo una segunda oleada, en la que el régimen asesinó otros 5.000 eclesiásticos. Mientras España se desangraba, en 1937 y 1938, en la Unión Soviética eran ejecutadas otras 125.000 personas por estar ligadas a la Iglesia Ortodoxa. Y de 1939 a 1942 mataron a otras 4.000 más por su relación con la Iglesia Ortodoxa. (Lea más sobre esa persecución en este artículo de ReL).

Cuando Iván se hizo monje, el régimen mostraba más tolerancia con lo poco que quedaba de la Iglesia Ortodoxa. Pero Kruschev, que gobernó la URSS de 1955 a 1964, reaunudó la hostilidad contra los creyentes, prometiendo “mostrar por la televisión al último pope superviviente”. En vez de la masacre pura y dura, en esta época se prefería la propaganda y la difamación.

Así, en la prensa de los años 60 se leían titulares como: “El Monasterio de las Cuevas de Pskov, fuente de oscurantismo religioso” o “Aleluya dando brincos” o “Gorrones en sotanas” o el clásico “Hipócritas en sotanas”. Era muy difícil oponerse a las calumnias, pero aún más difícil era mantener el monasterio abierto. El clero casado ortodoxo, con esposas e hijos, era aún más vulnerable que los monjes, que eran célibes.

En sus informes enviados al metropolita Juan de Pskov y de Velikiye Luki, el abad (archimandrita) Alipio escribía: ”Los artículos en la prensa llenos de insultos y calumnias hacia las personas honradas y buenas, insultos hacia las madres y viudas de los militares caídos – así es su “lucha ideológica” – echan fuera a cientos y miles de sacerdotes y clérigos, siempre los mejores. Cuántos de ellos nos vienen suplicando porque no pueden encontrar ningún trabajo, ni siquiera seglar, para mantener a sus mujeres e hijos”.

Los monjes y los habitantes de Pskov recuerdan la estrategia que adoptó el abad, basada en su experiencia en la guerra: que la mejor defensa era el ataque, es decir, la denuncia y la palabra. “Padre, le pueden encarcelar…”, le decían. Pero él no cedía y las anécdotas se recogen en el popular libro del obispo ortodoxo Tijon Shevkunov, "Santos no santos y otras historias".


Una vez llamaron al abad las autoridades municipales de la ciudad de Pskov.

- ¿Por qué no puede poner orden en su monasterio? ¡Ustedes tienen mendigos!
- Lo siento - contestaba padre Alipio. – pero los mendigos los tienen ustedes, y no nosotros.
- ¿Cómo es eso?
- Fácil. Si no ha olvidado, la tierra a partir de las Puertas Santas del monasterio está confiscada. Los mendigos, ¿están fuera o dentro de las Puertas?
- Fuera.
- Entonces, son de ustedes. Mi gente dentro del monasterio no pasa hambre, tiene qué ponerse y qué calzarse. Y si no les gustan tanto los mendigos, pueden pagarles una pensión. Si después de eso alguien sigue pidiendo, lo podrán castigar según la ley. Pero yo no tengo mendigos.

Al final de los años 60, dos periodistas de la revista “Ciencia y Religión” intentaron tomar una entrevista sensacionalista a Alipio.
- ¿Quién les da de comer a ustedes? – preguntaron.
El abad les indicó a las viejecitas. Los periodistas no le entendieron. Alipio les explicó:
- Miren, una de aquellas mujeres perdió a dos hijos en la guerra, la otra, a cuatro. Y han venido a mitigar sus penas con nosotros.
- ¿No les da vergüenza mirar a los ojos del pueblo? – preguntaron.
- Es que nosotros somos el pueblo. Dieciséis monjes somos veteranos de la II Guerra Mundial. Y si hace falta, me volveré a poner las botas y el gorro militar.

Un verano hubo sequía en la región de Pskov. Alipio pidió permiso en el comité regional del partido comunista para organizar una procesión del monasterio hasta la ciudad para orar por la lluvia.
- ¿Y si no llueve? – le preguntó el funcionario.
- Entonces, rodará mi cabeza, - le contestó el abad.
- ¿Y si la hay?
- Entonces, la de usted.
No se permitió la procesión. Los monjes oraron dentro del monasterio pidiendo lluvia, mientras que los funcionarios del comité ironizaban:
- ¡No llueve, a pesar de sus oraciones!
- Si hubieran orado ustedes, llovería seguro - les cortaba Alipio.

El presidente del comité ejecutivo municipal un verano envió una carta a los monjes prohibiendo que el ganado saliera fuera de las puertas. En la carta de respuesta el abad escribía que “el ganado del monasterio desplazaría a los turistas y el toro daría cornadas a los guías que sacaban fotos a los monjes y hacen entrar al monasterio a un regimiento de soldados con gorro puesto en los momentos litúrgicos más solemnes”.

Y cumplió con sus advertencias: varias decenas de vacas llenaron la plaza interior del monasterio espantando a los turistas. Y cuando un representante de las autoridades intentó ahuyentar a las vacas, el toro (para el asombro de los monjes) lo hizo subirse a un árbol y no le dejó bajar hasta que oscureció. Pronto las vacas festejaban su victoria en sus pastos del exterior.

En los tiempos soviéticos todos debían participar en las elecciones. Los monjes del monasterio de las Cuevas de Pskov no eran una excepción. Normalmente, la urna fue llevada al monasterio donde se realizaba el procedimiento.
 
Pero un nuevo secretario del comité regional del Partido enfadado con un trato tan distinguido hacia unos monjes, ordenó que “cesara el desorden” y que los monjes acudieran a las urnas como todos.

- Muy bien - dijo el abad Alipio al enterarse.

Y vino el domingo, el día tan esperado de las elecciones. Después de la misa y comida en fraternidad, los monjes se pusieron en columna de a dos y con cantos litúrgicos se dirigieron, atravesando toda la ciudad de Pskov, a la sede electoral. Se puede imaginar el estado de la población civil soviética que tuvieron que presenciar aquel espectáculo. Cuando, para el colmo, los monjes se pusieron a rezar sin salir de la sede, los funcionarios por fin intentaron protestar.

-Es que nuestro orden es así - les contestó el padre Alipio. Después de cumplir con su deber ciudadano, los monjes, otra vez caminando por toda la ciudad, regresaron al monasterio. A partir de entonces, las urnas fueron llevadas al monasterio sin rechistar.

Una vez dos funcionarios de Hacienda regional vinieron al monasterio para revisar sus ganancias. El abad Alipio les preguntó:
- ¿Quién les envía?
No traían ninguna orden escrita.
- ¡Nos ha enviado el pueblo!
- Muy bien. En la siguiente misa les pediremos subir al ambón y preguntaremos al pueblo si les había enviado de verdad - les propuso Alipio.
- Está bien, ¡nos envía el Partido! – se rectificaron los funcionarios.
- ¿Cuántos miembros tiene su partido?
- 20 millones
- Y nuestra Iglesia tiene 50 millones. La mayoría no puede dictar su voluntad a la minoría.
Al día siguiente los agentes vinieron ya con unos papeles. Alipio les contestó que, a pesar de una orden escrita, les podría permitir la revisión sólo con la bendición de su obispo. Los funcionarios se pusieron en contacto con el obispo y recibieron su “bendición”.
- ¿Son ustedes comunistas? – les preguntó Alipio. – ¿Como es que siendo comunistas se atreven a pedir una bendición de un obispo? Ahora mismo telefoneo al comité regional, y mañana mismo les echarán del partido.
Los camaradas no volvieron a aparecer.

Tal vez, el momento más difícil para el padre Alipio fue cuando le vinieron los funcionarios con una orden en toda regla del cierre del monasterio. Ya no había lugar para bromas. Alipio echó el papel al fuego de la chimenea y dijo que antes moriría mártir que cerraría su monasterio.

- ¿Acaso fue tan fácil salvar el monasterio? - preguntaron más tarde los novicios al monje que era testigo presencial de aquellos acontecimientos.
- ¿Fácil? Es sólo con la ayuda de la Madre de Dios - les contestó severamente el monje anciano con una fe inquebrantable. –Sin ella, no habríamos podido nada…

Gracias a Alipio Vóronov el monasterio de las Cuevas de Pskov es el único monasterio ruso que nunca ha sido cerrado. Muchas fuerzas y recursos puso el abad para restaurar los muros y torres, cubrir de oro la cúpula principal de la catedral de San Miguel, organizar un taller de iconos.

En 1968, por la iniciativa del padre Alipio, se organizó la búsqueda del tesoro de la sacristía del monasterio de las Cuevas de Pskov que habían saqueado los nazis en 1944. Lo encontraron al cabo de cinco años y en 1973, los representantes del consulado de la RFA en Leningrado lo devolvían al monasterio.

La memoria del padre Alipio vivirá no sólo en los monasterios de Santa Trinidad y San Sergio y de las Cuevas de Pskov que él restauró como pintor y como abad. Toda su vida fue un apasionado coleccionista de cuadros y objetos de arte. Pasadas tres décadas desde su muerte, hay quien compara al abad con los mecenas hermanos Tretiakov, y no sólo por el valor de su colección de cuadros y obras maestras de artesanía popular rusa, sino por su generosa donación a los museos rusos. Su preciosa colección fue repartida por tres museos: el Museo Ruso de San Petersburgo, el Museo Reserva de Pskov y el Museo de Historia de Las Cuevas de Pskov.

El padre Alipio se fue el 12 de marzo de 1975. Vivió sesenta y un años de una vida terrenal, de los cuales 25 fue monje.

(Con información de Realisti.ru, Pravmir.ru y "Santos no santos y otras historias").