Una persona, en fin, instalada en la mediocridad. Sin embargo, un día se le cruzó Dios en el camino y hoy es un predicador lleno del Espíritu Santo, sacerdote a tiempo completo, misionero no sólo en su tierra natal y en Occidente, si no incluso en lugares a donde pocos se atreven a ir: a los países de mayoría musulmana como los de la península de Arabia.
En sus retiros, en donde se reúnen a miles de personas, se dan auténticas conversiones y curaciones físicas y psíquicas. Quienes acuden a ellos explican su fervor y su hondura a la hora de celebrar la Eucaristía, la fuerza de su predicación, su pasión por Cristo... El P. James narra su testimonio de conversión, o mejor dicho de efusión en el Espíritu Santo.
El P. James nació en una familia católica, como la mayoría de Kerala. Ingresó en la congregación de los Misioneros de San Francisco de Sales y se ordenó sacerdote en 1946.
Sus primeros destinos pastorales fueron las misiones en Visakhapatnam y después, por fin para él, fue nombrado profesor en el seminario Kerala. Este destino fue una meta largamente anhelada pues la pastoral de parroquia no estaba hecha para él. La razón es que desde pequeño fue una persona tímida e introvertida.
Sufrió por parte de sus compañeros lo que hoy llamaríamos “bulling”, haciendo de él una persona más bien intelectual y poco dado a las relaciones sociales. Su timidez era tan grande que incluso en la homilía de su Primera Misa no fue capaz de decir más que “mis queridos hijos, mis queridos hijos…”.
A su carácter se le sumaron sus no siempre honestas inquietudes personales: “Cuando era un estudiante en el seminario, mi deseo más sincero era el ser profesor en la universidad o en el seminario. Una posición cómoda y honorable en la vida sacerdotal. Yo no me podía imaginar yendo como un vagabundo de lugar en lugar, confrontando diferentes situaciones, gente, cultura y comidas –explica el sacerdote indio-. Dentro de mí, buscaba comodidades materiales y la seguridad de una vida feliz”. En pocas palabras, el destino del seminario era la meta perfecta para un hombre como él.
En esas fechas, más por curiosidad que por otro motivo, el P. James fue a un retiro carismático. Le gustó la predicación y los cantos. Poco más. Sin embargo hubo algo que le hizo especial gracia: en una de las actividades, denominada “efusión en el Espíritu”, el sacerdote responsable del retiro imponía las manos a los asistentes. Cuando llegó su turno, el predicador le dijo: “James, vas a ser un predicador carismático”. Al escuchar esto se rió, ¿cómo iba a ser un predicador carismático si en su vida jamás había sido capaz de pronunciar un discurso?
Pero ya sabemos que lo que es imposible para el hombre es posible para Dios. Y sí, efectivamente, Dios tenía sus medios para conseguir lo que buscaba. El medio llegó al acabar el retiro, y como también suele ser habitual, por medio de una enfermedad. El padre fue pasando de médico en médico y de hospital en hospital, hasta que finalmente fue diagnosticado, entre otras afecciones, de tuberculosis en los riñones. Su vida corría serio peligro.
Estando en el hospital se presentó un joven en su habitación. Le explicó que hacía poco que se había convertido a la fe católica, que el Espíritu Santo le había dado varios dones y que yendo en autobús Éste le había indicado que debía acercarse al hospital para imponerle las manos y curarle.
Antes que el P. James pudiera reaccionar, el joven ya estaba manos a la obra orando en voz alta por la sanación del sacerdote. Oró al Padre, oró a Jesucristo, oró en diversas lenguas… Oró por su enfermedad y oró recordando episodios de su vida pasada –su infancia, cuando perdió a su padre, cuando era rechazado por sus compañeros…:
- ¡Oh, Señor! Este sacerdote es un buen sacerdote, pero no es capaz de predicar tu Evangelio porque es muy tímido debido a su complejo de inferioridad, el cual desarrolló al principio de su niñez. Perdió a su padre cuando tenía siete años, Señor. Se sintió rechazado y discriminado entre los otros cinco niños con los que creció. La madre, joven y viuda, tuvo una cantidad de problemas para sacar a sus hijos adelante. Como él era muy gordo, sus hermanos y hermanas lo molestaban llamándole “gordito”. Los compañeros de colegio lo llamaban “negrito” por el color de su piel. Por esto, en su temprana infancia, este niño ha sido muy herido. Tiene mucho resentimiento en su corazón. Señor, Espíritu Santo, cura sus heridas internas y resentimientos y dale un nuevo yo interior. Libéralo de todas sus esclavitudes y del poder de la oscuridad. ¡Oh, Espíritu Santo! llena su corazón con tu amor...
En esos momentos de auténtica sorpresa y vértigo, el P. James comenzaba a resquebrajarse por dentro: “Todo lo que decía de mi vida era verdad. Sabía que todo lo que había dicho en oración no estaba en el historial del hospital. Él estaba leyendo un historial diferente, el del Espíritu Santo. Derramé lágrimas sobre mi orgullo, especialmente sobre mi orgullo intelectual –explica el P. James-. Me di cuenta que este muchacho joven, un recién convertido, había nacido en el Espíritu, mientras que yo, un católico tradicional, un sacerdote ordenado, permanecía en la carne”.
En esos momentos, además, sintió una sensación de calor en el estómago y en los riñones. ¿Le estaría curando el Señor? Con todo, su mente estaba en otro lugar: ¿y si el joven comienza a revelar en voz alta sus pecados más escondidos? Todo llega:
- Jesús, Tú eres quien le llamó al sacerdocio, pero él está ofreciendo Misas con un corazón impuro y con manos impuras. Este sacerdote está teniendo mucha falta de perdón hacia muchos, dale la gracia de perdonar al prójimo y lávalo en Tu preciosa sangre y dale un corazón más blanco que la nieve.
“Para entonces –explica el P. James- el mismo Espíritu Santo comenzó a acusarme de mis pecados. Yo no sabía que el muchacho había salido de la habitación para orar sobre otros. Vi una página blanca de papel en frente de mí en la que estaban escritos claramente todos mis pecados, pecados que fueron confesados, y algunas veces escondidos en las confesiones debido a temor o vergüenza. Vi claramente las personas a las cuales no había perdonado y con las que todavía no me había reconciliado en mi corazón. Entre lágrimas dije: ‘Señor, no puedo liberarme de estos malos hábitos, yo soy incapaz. No puedo continuar, no puedo ser un sacerdote puro’. Entre lágrimas empecé a llamar a gritos al Señor, a lo mejor era la primera vez que yo oraba llorando. Estaba en una absoluta confusión, no sabía si es que debía dejar el sacerdocio o continuar. El Espíritu me decía que si continuaba debía ser un sacerdote santo, una persona diferente. Pensé que las Misas ofrecidas en el pasado no habían sido aceptadas por el Padre en el Cielo y que ninguna de mis oraciones había sido escuchada por el Señor. Cuando fuese al Altar debería haber perdonado y reconciliado. Debería haber perdonado a los otros para que mis oraciones pudieran ser efectivas. ¡Pensé que era un ser miserable, completamente perdido!”
En esos momentos, Jesucristo le habló claramente:
- James, tú eres mi sacerdote desde siempre. Incluso cuando Yo fui concebido en el vientre de Mi Madre, tú estabas ahí como un sacerdote compartiendo Mi Sacerdocio eterno. Yo te perdono todos tus pecados y te hago completamente nuevo.
Volvió en sí cuando una enfermera le llamó por su nombre. Le traía las medicinas pero las rechazó porque se sentía curado. El doctor también insistió, pero al ver los evidentes cambios –podía levantarse, estaba con fuerzas, dormía sin somníferos…- decidió repetir todas las pruebas. Éstas fueron concluyentes, el doctor “me llamó a su despacho y me enseñó los antiguos y los nuevos resultados de las pruebas clínicas, y me confirmó que mi riñón estaba completamente curado, que podía dejar de tomar las medicinas y que estaba dado de alta del hospital. Yo no sé cómo explicar la alegría que sentí en ese momento. Dije ‘alabado sea el Señor’, abracé al doctor y abandoné el hospital”.
La experiencia vivida en el hospital fue un romper aguas, un antes y un después en su vida. Tal y como le habían anunciado en el retiro sería a partir de ahora un predicador carismático. Renunció a su trabajo, incluso a la oferta que le hicieron sus superiores de los Misioneros de San Francisco de Sales, su congregación, de ir al extranjero a estudiar un doctorado. Las rechazó porque el Espíritu Santo le dijo claramente: “Yo soy suficiente para ti”. El recién bautizado en el Espíritu Santo cambió de vida: de tímido y acomodado profesor pasó a ser predicador y apóstol de Jesucristo. Incansable y constante.
Fundó la Charis Bhavan, en su Kerala natal, una casa para retiros que se ha convertido en un lugar de encuentro con Dios para miles de personas. Con programas de ayuda para resolver o, en última instancia a sobrellevar, los problemas sociales, económicos, psicológicos, domésticos y espirituales.
Pero el P. James hace tiempo que decidió cruzar fronteras y se ha convertido en un predicador incansable por Sudamérica y EEUU, por Bosnia, Croacia, España, Francia, Suiza y centro Europa, por Asia e, incluso, en algunos países islámicos de la península arábiga.
Ha publicado libros, poemas, artículos y canciones que circulan por millares y han sido traducidos a innumerables idiomas. Entre sus libros se encuentran: 27 oraciones carismáticas, Entra en el Arca y Eureka. Y entre sus artículos destacan algunos relativos a la incompatibilidad entre el Yoga y la fe cristiana.
Quienes asisten a sus retiros son testigos de primera mano de la acción del Espíritu Santo sobre sus vidas, pero quienes se encuentran con él por el camino de la vida también son testigos de ese soplo divino.
En cierta ocasión estando en el aeropuerto de Bombay esperando a subir al avión, había un joven europeo vestido como un hindú, de color azafrán y con ceniza en su frente, discutiendo con la policía. La razón era relativamente obvia: el joven pretendía subir al avión con sus dioses encima, es decir, con un ratón y una serpiente enroscada al cuello, que por supuesto estaban vivos. Ni que decir tiene que el joven estaba cargado de razones para hacerlo:
- Estos son mis dioses recibidos en la India y vosotros policías indios, ¿no me permitís ir con ellos? –les preguntaba a los agentes de aduanas.
Mientras los policías resolvían esta cuestión relativa a la fe y a las leyes, la gente comenzaba a desesperarse y a gritar. Allí se encontraba también el P. James, quien se puso a rezar por aquel joven tan despistado en cuestiones de fe. Movido por el Espíritu Santo, actuó:
- José, ¿no eres un católico alemán? ¿No estarás queriendo tomar a estas criaturas como tus dioses? –le preguntó mientras ponía la mano sobre su hombro.
- ¿Quién le ha dicho que me llamo José y que soy católico alemán? –le respondió con sorpresa.
Sacando un crucifijo le explicó el sacerdote:
- Él es mi Dios, que me revela estas cosas por medio del Espíritu Santo.
Con lágrimas en los ojos le preguntó si estaba dispuesto a hablarle más sobre Jesús y el Espíritu Santo. Dijo que sí, pero le puso como condición que renunciase a aquellos animales. Él, como un niño, obedeció y tiró el ratón y la serpiente al cubo de la basura. Durante el vuelo, el padre le explicó a José muchas cosas sobre Jesús y el Espíritu Santo. Él era un católico que había abandonado la fe para ir tras las mujeres, las drogas y el alcohol, y que había adoptado el hinduismo como forma de vida. Confesó que todo eso no le había dado sentido a su vida y que le faltaba algo. Terminó por confesarse y recibir la Comunión en una Misa que celebró en el hotel de Ryad, en Arabia Saudita. El joven estaba feliz y con lágrimas le dijo:
- Ahora mi sed y mi hambre de Dios han sido colmados con Jesús en la Comunión.
El P. James comenta, a raíz de este caso, que el sacerdote recibe muchas alegrías al perdonar los pecados de quienes estaban alejados de Dios: “Habría valido la pena haber nacido y haber sido sacerdote para confesar a este hombre pecador y después haber muerto al ver su alegría y su paz. ¡Vale la pena morir para dar vida!”.
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