y Manolo Portabella, barceloneses de 54 y 51 años, respectivamente, son el alma de la Fundación Kolbe. Y la Fundación Kolbe, gracias a la creatividad de estos dos publicitarios católicos, ha contribuido a revolucionar la comunicación en la Iglesia... o al menos en lo que concierne a las instituciones eclesiásticas que les contratan para transmitir su mensaje. Aunque a veces no se atrevan a exponerlo.
Nunca les han llamado irreverentes, confesaron ante Gonzalo Altozano en la última edición de No es bueno que Dios esté solo (Intereconomía TV), pero sí saben cómo llamar la atención: "Esto es sólo una llamada de atención, una sacudida por si a alguien le llega y le hace pensar y reflexionar, pero es también muy aparente, no toca el fondo del alma ni pretende sustituir la oración y la vida espiritual", explican.
El nombre de Kolbe, en homenaje a San Maximiliano Kolbe (18941941), tiene que ver con la capacidad difusora de este franciscano conventual polaco que llegó a hacer trabajar en sus imprentas a novecientos frailes, con tiradas de un millón de ejemplares. En cuanto a la razón de montar la fundación, nace cuando ambos sufren, a principios de los noventa, una reconversión a la fe que les conduce a pensar cómo hacer algo en favor de la Iglesia.
Y en eso andan desde entonces, aunque reconocen que lo suyo "es la siembra, más que la cosecha". Su sueño: contrarrestar una tendencia que en última instancia se remonta a la Revolución Francesa, cuando "la Iglesia deja de apostar por la calidad de las artes y de la literatura y degenera en la estética de la estampita y el cromo". No por culpa suya, sino porque es adonde la reduce "la separación de la religión de la vida cotidiana" que produjo aquel acontecimiento histórico en el que tanto tuvo que ver la masonería en su intento de que "la fe se viva al nivel de la conciencia y desaparezca de la calle".
Ellos van a todo lo contrario: a llevar el mensaje, en particular, a quienes andan alejados de Dios. En la profesión les tomaron por unos "bichos raros", pero lo cierto es que valoran la calidad de sus trabajos, "y no tanto por la creatividad como por la fuerza del mensaje" mismo.
En su esfuerzo por epatar, no han dudado en abordar temas que podrían resultar espinosos y delicados bajo el punto de vista de la fuerza de la imagen: desde la Eucaristía ("algo que te da fuerzas, te sana y te cura: la mejor medicina") o la asistencia a misa de los jóvenes ("hay que hacer que las cosas sean más normales, y también hacer pensar a los padres"), al sacerdocio ("una cosa de tipos duros: no es fácil y hay que ser muy valiente") o el demonio ("queremos que aparezca para que no se esconda").
Paco y Manolo, Segarra y Portabella, consideran que en la Iglesia, "que se ha quedado atrasada y al margen de los medios de comunicación", se están haciendo las cosas mejor en ese sentido. "Cosas más originales, mejor pensadas", dicen: "Ya no se estila dar cinco mensajes en un cartel, ni mezclar cinco imágenes degradadas, ni poner ocho líneas de citas de la Biblia descontextualizadas".
Sobre el momento en el que ejercen su labor profesional y apostólica, tienen claro que, si no hay una persecución anticatólica quemando iglesias, sí la hay más sutil: "Es la muerte civil, el ostracismo, la marginación en los medios. La imagen de la Iglesia está absolutamente manipulada e incita al odio a la Fe" -denuncian- en un mundo sin Dios que definen, a preguntas de Altozano, como "un círculo vicioso" (Segarra) y "un vacío" (Portabella).
Que ellos, bajo el patronazgo de San Maximiliano Kolbe, colman en la medida de su nada escaso ingenio.