La hermana Anna Laura es una de las más de 300 religiosas de las dominicas de Santa Cecilia, conocidas popularmente como las dominicas de Nashville, ciudad en la que tienen su casa madre. Esta congregación es un fenómeno vocacional, pues no para de crecer de unos años a esta parte y la media de edad de las religiosas está por debajo de los 40 años.
A esta congregación llegan mujeres de todo tipo y condición, la mayoría jóvenes con estudios universitarios procedentes de todo Estados Unidos y ahora incluso desde Europa. Precisamente, uno de los fuertes de las dominicas de Nashville es su exitosa pastoral vocacional y los retiros que organizan a los que consiguen a atraer a muchas chicas con inquietudes vocacionales. Pero además saben de la importancia de ofrecer los testimonios de vida de las hermanas, pues otras muchas que los leen o escuchan se sienten identificadas con sus historias.
Esto es precisamente lo que ha hecho la hermana Anna Laura, relatar su testimonio de cómo Dios la fue llevando por caminos inesperados, en los que como ella afirma no faltó el sentido del humor, hasta llegar a convertirse en monja dominica.
“El don de mi vocación religiosa se fue desarrollando gradualmente. No fue hasta mi último año en la universidad que me di cuenta de un deseo dentro de mí que ni siquiera entonces pude nombrar durante algún tiempo”, explica esta religiosa.
Anna Laura creció en una familia católica en Arkansas. Sin embargo, recuerda que “la única hermana religiosa que recuerdo fue mi catequista de Primera Comunión. Después de eso tuve muy poco contacto con monjas. Pero tras la escuela secundaria fui a la Universidad de Dallas y allí me dieron clase sacerdotes dominicos y cistercienses”.
En la universidad, ya al final de sus estudios, decidió realizar un curso de Teología que llevaba por título “Matrimonio cristiano”. Ella daba por hecho que en algún momento se casaría y tendría una familia, por lo que esta formación era interesante para su proyecto de vida,
El sentido del humor de la Providencia
Sin embargo, la hermana Anna Paula señala que “la Divina Providencia no carece de sentido del humor, porque fue en esta clase sobre el matrimonio donde escuché por primera vez una explicación de la vida religiosa”.
El profesor, un laico, explicó –según asegura esta monja- “maravillosamente el matrimonio y cómo su fin último es que los cónyuges se acerquen mutuamente a Dios. También mencionó que la vida religiosa anticipa aquí en esta vida la unión con Dios a la que todos estamos llamados. Esta idea impregnaba todo mi ser, y recuerdo haberme preguntado por qué no todos se volvían religiosos”.
La semilla estaba echada pero en ese momento no germinó y este deseo que ardía en su interior por la vida religiosa lo apartó y siguió con su vida universitaria.
“Después de graduarme de la universidad, regresé a North Little Rock y no sabía qué hacer con mi vida. Mirando hacia atrás, veo esto como un momento crítico, porque fue uno de los raros momentos en mi vida en el que no tenía planes. Mi falta de planes le dio a Dios espacio para sus planes. Ese verano me invitaron a hacer un retiro en Rhode Island dirigido por un sacerdote Legionario de Cristo. Y aquí la semilla de la vocación floreció en una comprensión abrumadora del amor de Dios por mí. Todo lo que quería era vivir mi vida en respuesta a su amor”, cuenta Anna Paul.
La hermana Anna Laura con un grupo de chicas jóvenes que han visitado su monasterio
Tras este retiro le ofrecieron un puesto de profesora en un internado para niñas. Pero tras acabar el curso y mientras seguía formándose, a la vez iba buscando sobre distintas órdenes religiosas.
“Un compañero mío de la universidad había ingresado a los dominicos de Nashville, así que vine de visita. Todo encajaba: mi deseo de enseñar, mi amor por el estudio, mi atracción por la vida monástica. Sobre todo, me di cuenta durante esta visita de que los votos religiosos se toman para que uno sea libre de amar a Dios y en Él, a todas las personas”, confiesa Anna Paula.
Esta joven había encontrado su sitio, el lugar y la vocación concreta a la que Dios la llamaba.
“En cuanto a los miedos iniciales, me perseguían dos tipos. El primer tipo era el de ‘¿y si?’: ‘¿Qué pasa si voy y descubro que no es dónde está mi vida? ¿Qué pasa si de alguna manera fallo? ¿Y si…?’. También tenía miedo de contárselo a alguien, incluida mi familia. Cuando finalmente reuní el valor para decirles a mis padres que estaba pensando en la vida religiosa, todo miedo se disipó. Mi padre dijo con su voz fuerte y segura: ‘Si sientes alguna inclinación hacia esa vida, compruébalo’. Recibí mucho apoyo de mi familia, especialmente de mi padre y de mi madre”.
Por ello, desde la experiencia de años en la vida monástica, la hermana Anna Paula ofrece un consejo: “A cualquiera que esté discerniendo su vocación, le ofrecería el consejo de mi padre: No tengas miedo. Si Dios te está llamando a la vida religiosa, estás invitada a una vida de plenitud y alegría”.