Gonzalo Altozano nos llevó este sábado en No es bueno que Dios esté solo (en el nuevo horario del programa, a las ocho de la tarde en Intereconomía TV) al corazón logístico de la Fundación Madrina. De la mano de su presidente, Conrado Giménez Agrela, conocimos todos los entresijos de una organización consagrada a ayudar a las mujeres embarazadas en apuros, sobre todo -pero no sólo- cuando han pensado en abortar para huir de problemas que tienen solución si alguien la ofrece: atención ginecológica, orientación laboral, pisos de acogida, alimentos infantiles e higiene del bebé, etc.
El centro de contacto de esta organización, en la que trabajan quince voluntarios, atiende cada año unas 40.000 llamadas y correos electrónicos de madres desde los once años -el caso más joven que han atendido- hasta los cuarenta y tantos, personas sin recursos a quienes las "madrinas", mujeres con experiencia de madres, las acompañan e instruyen en su nueva dedicación.
"La familia es la pyme más importante que tiene un país, y formar y educar a una mujer como CEO de esa empresa es lo más importante para nosotros", dice Giménez Agrela con terminología del mundo de los negocios del que procede.
"Vivimos de la Providencia", añade, y admite haber llegado a llorar en más de una ocasión, desesperado ante las puertas cerradas y los bolsillos vacíos, y justo entonces... "viene alguien y te ofrece algo concreto que era precisamente lo que necesitabas, desde un piso que han heredado y quieren donarnos, a una remesa de pañales que llega de golpe a un colegio donde acababan de negarnos una operación de recogida de pañales". Dice que tienen unos protectores propios: "Los niños que están en el cielo son unos ángeles muy especiales a quienes yo nombro patronos de la Fundación".
Conrado era un hombre joven y rico, alto ejecutivo de la banca, que fue dando un giro radical a su vida poco a poco cuando comprendió que las ocupaciones que le absorbían no le llenaban, y sin embargo, entregarse a Dios y a los demás, sí: "Dedicarse a Dios es la mayor inversión, porque te da el ciento por uno, y además en esta vida. Pero Dios te lo pide todo y te lo va tomando poco a poco, y te duele muchísimo".
En su caso, fueron decisivas dos experiencias: cuidar enfermos de sida con las religiosas de la Madre Teresa de Calcuta, y atender a niños de la calle en Perú. "Quedé totalmente tocado al volver de Cuzco", recuerda: "Me dije que mi vida tenía que cambiar. Una noche, saliendo de preparar un consejo de administración del banco a las tres de la madrugada, tuve un accidente muy grave. Incluso tuvieron que venir los bomberos a sacarme. Y no estaba preparado para irme al otro mundo a ver a Dios".
Empezó entonces a hacer una serie de peregrinaciones de discernimiento al santuario de Schoenstatt en Pozuelo de Alcarcón. Por el camino atravesaba zonas de prostitución, y empezó a tratar a jóvenes madres con esa dedicación a quienes llevaba "cosas, crucifijos, estampitas de la Virgen...": "Yo tenía prejuicios respecto a las personas excluidas, pero te das cuenta de que tienen un corazón mejor que el tuyo", explica Giménez Agrela. Varias de aquellas mujeres acabó dejando su actividad, "y alguna acabó de catequista". Entretanto, la experiencia había servido a Conrado para que surgiese la idea de la Fundación.
Hoy se dedica a ella a tiempo pleno y "sin cobrar ni un duro", una promesa que hizo al empezar: "De esa forma puedo atenderlas más libremente". Y se siente feliz con el cambio: "Me he humanizado. Antes era muy soberbio y muy hipócrita. Ahora lo he perdido todo y me apoyo sólo en Dios y en la Virgen". Y aunque sufre momentos de una terrible "soledad" en la lucha, tiene a donde acudir: "El único momento donde encuentro paz es en la adoración, donde le digo al Santísimo que es mi único apoyo y mi única seguridad". Y "cuando crees en la Providencia, Dios te lo da todo, es una forma de amar distinta".
Sus afanes tienen además ahora una nueva "madrina". A Conrado le invitaron un día a México y allí conoció a la Virgen de Guadalupe, a quien luego consagró la Fundación. "Desde entonces suceden milagros" que designa con una palabra que escuchó allí: diosinencias, esto es, aparentes coincidencias que vienen de Dios.
En algunos casos, para ayudarle en sus momentos bajos (pues reconoce que ha sentido la tentación de tirar la toalla), como cuando, en uno de esos instantes, le llamó una madre para decirle que sabía que le pasaba algo y decirle: "No nos puedes dejar solas"; o cuando, en otra época de mala racha, suena el teléfono y escucha un "te quiero" y era el hijo de una de las madres a quienes habían ayudado, que había cogido el móvil por su cuenta sin saber a quién llamaba.
Así que con la entrega de los voluntarios que trabajan en ella, la generosidad de sus donantes, y unas cuantas diosinencias, la Fundación Madrina sigue adelante, sobre todo por una razón: "Cada niño que nace trae un mensaje, y es que Dios aún no ha perdido la esperanza en el hombre".