En la página web del Real Madrid figura como uno de los "jugadores de leyenda" de la sección de baloncesto de la entidad. Jugó cuatro años como escolta y conquistó dos Ligas, dos Copas del Rey y una Copa Korac. Y lo hizo en esa etapa mítica del basket español que fueron los años ochenta, preludio de la explosión triunfal del siglo XXI. Alfonso del Corral continuó luego en el club como director médico entre 1994 y 2007, y actualmente es director de la Unidad de Traumatología, Ortopedia y Medicina Deportiva del Hospital Ruber Internacional.
Gonzalo Altozano le entrevistó este sábado en Intereconomía TV para No es bueno que Dios esté solo, y no hubo secretos: quedó claro que la conversación no habría tenido lugar si aquel 15 de junio de 1997 no hubiese fallecido en accidente su hijo pequeño, Álvaro, de seis años. Él estaba en el banquillo recién llegado de recibir un homenaje académico. El equipo de fútbol, bajo la batuta de Fabio Capello, conquistaba en ese momento matemáticamente el primer título con él como director deportivo. A la altura del minuto 77 de partido llegaba el mazazo.
Y surge entonces la pregunta de por qué elige Dios esos momentos para hablar: "En el éxito normalmente no estás receptivo, el triunfo nos envuelve y difícilmente estamos abiertos a otra cosa que al disfrute de los sentidos". Es en el sufrimiento, pues, cuando se abren los oídos: "Hay quien queda destruido, pero a la mayor parte de la gente el dolor les transforma y les hace ser mejores personas, crean o no crean. Pero si creen, normalmente su transformación es más profunda y trascendente", explica el doctor Del Corral.
Fue su caso. "Yo era creyente, pero con una tradición recibida y no vivida", confiesa. Todo cambió aquella tarde: "Ahora, aun con mis contradicciones y mis afanes por las cosas del mundo, intento ser una persona que vive su fe con cierto compromiso".
No nos cuenta todo esto -recalca- porque quiera ponerse de ejemplo. "El único que puede decirnos ´intentad ser como yo´ es Jesucristo", afirma Del Corral por un lado. "El gran problema de los cristianos" -asegura por otro- "es que nuestra vida no representa el espíritu evangélico, no reflejamos el rostro de Cristo y la gente sale corriendo".
¿Entonces? ¿Por qué accedió a las peticiones de Gonzalo para este testimonio? "Porque la experiencia que yo tuve de Dios fue con el Resucitado. Y hoy me dejaría partir las piernas por sostener que Jesucristo ha resucitado. Doy fe, tengo una experiencia personal de esto. Hay quien puede pensar que son alucinaciones, pero yo soy médico, soy una persona racional: aquello que experimenté, lo viví real. Esa verdad me acompañará y me da la esperanza de que Él estará ahí".
"Pero Dios es mucho más que una sensación o una percepción", continúa: "Así que lo importante no es esa experiencia, sino el camino posterior, esos momentos en los que ves que Él está aquí y te acompaña".
En cuanto al juicio que a todos nos espera, Alfonso del Corral confía más en la misericordia de Dios que en su justicia: "Si es por lo que hago, si es por los méritos de mi vida de aquí, no tengo ninguna posibilidad".
Los últimos minutos de la entrevista, Gonzalo y él hablan del Cottolengo, con el que colabora, recogiendo el testigo de sus padres: "Aquello es Evangelio puro, allí no hay vanidades humanas. Las hermanas que lo atienden tienen como carisma no pedir nada, confiarlo todo a la Providencia". Y como Providencia apareció él un día, justo cuando más necesitaban un médico.
"Pero no soy yo quien les ayuda a ellos, son los enfermos quienes nos ayudan a mí y a mi familia", concluye, recordando que salió de allí llorando un día al conocer que una paralítica cerebral, que apenas movía un pie para dirigir la silla de ruedas, pasaba horas ante el Santísimo y le había dicho a las religiosas -las únicas con las que había desarrollado un sistema de comunicación- que rezaba por Alfonso y los suyos: "Me cambió para siempre toda mi perspectiva".