Andrey Kuraev nació en 1963 en Moscú. Siendo niño a principio de los años 70, "yo soñaba con el comunismo", explica. "Me lo imaginaba como una gran tienda llena de juguetes donde uno podía coger gratis cualquier cosa, sin dinero y sin que los padres dijesen que no se lo podían permitir”.
Los padres de Andrey no eran creyentes. Tampoco eran especialmente militantes del ateísmo. Su padre era filósofo y trabajaba en el Presidium de la Academia de Ciencias. El niño creció con un gusto por la filosofía. En el colegio fue redactor de un periodico escolar llamado "El Ateo". A la hora de elegir carrera universitaria, se apuntó a la licenciatura más ideológica de todas: Teoría e Historia del Ateísmo Científico.
Y allí, en la licenciatura de ateísmo, por primera vez el joven Kuraev tomó contacto con los textos reales del Evangelio.
En los libros soviéticos, con sus comentarios acerca de la historia del cristianismo, empezó a ver que la crítica materialista no cuajaba. “Muy pronto me di cuenta de que en esos libros había mucha mentira, muchas conjeturas y un sinfín de la más simple incompetencia. En mi época, ninguno de los profesores conocía hebreo ni griego, pero eso no les impedía hablar de una crítica científica a la Biblia. Eso me decepcionó mucho”.
De esa decepción académica vino la decepción de lo práctico. La misma atmósfera de la sociedad socialista de los años 80 le hacía mirar a la Iglesia. El joven Andrey se dijo: “Si ves que tu querido Partido te miente en lo pequeño y en lo grande, quizás tampoco tiene razón en lo que él mismo proclama como la cuestión principal de la filosofía: ¿Existe Dios? ¿Qué prevalece, la materia o la razón?”
En 1981, con 18 años, Kuraev leyó “Los Hermanos Karamazov” de Dostoevskiy. Allí descubrió al demonio... y también a Cristo como Dios, Creador, Salvador y Juez del día final.
“Entendí que las tentaciones ofrecidas por Satán a Cristo en el desierto fueron la elección más extrema, exacta y global. Y por eso acepté la característica del demonio, espíritu de sabiduría y maldad sobrehumanas. Así que primero admití la existencia del demonio. Y de allí, por lógica, si Cristo pudo rechazar las tentaciones, Él también era de sabiduría sobrehumana, pero también de bondad. Supe que Cristo era Salvador, y mi sensación de vacío interior desapareció".
Por esas fechas fue cuando Andrey colaboró con la KGB sin saberlo. "A nosotros, los estudiantes especializados en ateísmo, el director de cátedra nos dijo que el Comité de los Jóvenes Comunistas de Moscú estaba realizando una investigación sociológica sobre la religiosidad juvenil. Nos pedían hacer el trabajo de campo en forma de observación directa: visitar las iglesias moscovitas cada domingo y luego rellenar los cuestionarios. Teníamos que indicar el nombre del sacerdote, el contenido de su sermón (detallando si se dirigía específicamente a la juventud, si citaba sólo la Biblia y Padres de la Iglesia o también la prensa y literatura contemporáneas, a qué llamaba al pueblo, etc.). También teníamos que indicar, a ojo, el número de feligreses, cuántos jóvenes había y si reconocíamos a alguien, indicarlo, pero sin especificar los nombres, lo que ya sería una delación abierta", explicó años después Kuraev.
"Yo no era capaz ni de distinguir la lectura del Evangelio del sermón y cuando intenté preguntar a los feligreses, la gente me trató de mala gana. Preferían no dar ninguna información a un desconocido curioso. Los sermones no me impresionaron. En ellos, al igual que en mis informes, no había nada de política. Pero me dediqué a falsificar las cifras descaradamente. Para chinchar al poder soviético, yo aumentaba el número de feligreses, sobre todo jóvenes. Indiqué que los sacerdotes combinaban perfectamente el conocimiento de la patrística con la cultura clásica y contemporánea. Así creía que ayudaba a la Iglesia… Pasado un año, ya me di cuenta que era justo al revés. Que para el poder lo de tener feligreses jóvenes en un templo era una señal para ir a aplicar sus medidas de persuasión a los sacerdotes demasiado activos”.
Andrey decidió bautizarse, y lo hizo en el templo ortodoxo más lejano de su casa y de la universidad, para evitar que alguien le reconociera y denunciase. Si lo supieran en la universidad, ¡en la carrera de Ateísmo Científico!, le expulsarían y sus padres tendrían problemas. Eso le asustaba. Pero en la ceremonia, mientras se bendecía el agua bautismal, oyó "no con el oído sino con el corazón" unas palabras: “El Señor es mi luz y mi salvación, ¿a quién temeré?”. Y dejó de temblar.
Al salir del bautizo, fue directamente a la universidad, llegó a la tercera clase del día. Era un curso de “Incompatibilidad de la ciencia natural contemporánea y la religión”. El profesor recitaba con una voz monótona su charla para un grupito de estudiantes. Andrey no podía controlar su sonrisa de felicidad. Como a los enamorados, se le notaba en la cara. Al final el profesor no pudo más: “Kuraev, ¿a qué se debe su risa durante la clase?” Andrey imaginó que le contaba la causa de su alegría, su bautizo clandestino, se imaginó la reacción del profesor y por poco estalló en carcajadas.
Para poder ir a la iglesia, les decía a sus padres que iba a la discoteca. Comprendía que la verdad les sería dolorosa porque sabían mejor que su hijo cómo su conversión iría a destrozar su carrera.
Los padres lo supieron todo por sorpresa. Un día regresaron a casa demasiado temprano y encontraron un librito de oraciones y un par de iconos de papel que Andrey no tuvo tiempo para esconder. Hubo lágrimas, explicaciones. Lo que preocupaba de verdad a los padres era el futuro laboral de su hijo. Al ver que no pretendía dejar la universidad para irse al desierto, se tranquilizaron. Y, de hecho, un par de días después, su padre le dijo a Andrey: “¿Sabes?, a fin de cuentas estoy contento de que te hayas bautizado… Ahora tienes en tus manos la llave de toda la cultura europea”.
El joven Kuraev terminó su tesis de fin de carrera, pensando que nadie se la leería detenidamente. Parece que se dejó llevar demasiado. Su director académico le llamó y le regañó: “¡En vez de una tesis de ateísmo científico esto parece un tratado carismático!” El estudiante replicó: “Pero ya no tendré tiempo para reescribirlo, ahora no puedo! ¡Con la Semana Santa…ups...!" Había hablado demasiado. Pero el profesor no movió ni una ceja: “Yo a su edad tenía tiempo para todo: ¡para el diploma y para el templo!”
Pasados dos años, Andrey anunció a sus padres su deseo de ingresar en el seminario ortodoxo. Más lágrimas. Entonces, los padres quisieron llevar a su hijo a hablar con su maestro de literatura, alguien muy respetado y querido por Andrey. Y así, después de algo de conversación intrascendente, la madre le dijo: “¿Sabe usted?, tenemos un problema. Andrey quiere ingresar en el seminario. ¿Qué le puede aconsejar?”
El profesor estuvo un rato pensativo.
“¿Qué te puedo decir, Andrey?", respondió al fin. "¡Que Dios te ayude a hacer aquello con que yo he soñado toda mi vida y no me he atrevido a hacer!”
Así que Andrey llevó sus documentos al seminario, pidiendo el ingreso. Nada más entregarlos, a su padre le “pidieron” dejar su cargo en el Presidium de la Academia de Ciencias. Las autoridades bloquearon también el acceso de su padre a un trabajo importante en la UNESCO. Y la Academia de Ciencias presionó al Ministerio de Defensa para que llamasen al joven a realizar el servicio militar para alejarle del seminario.
Pero aquí se dio una de las extrañas paradojas del mundo soviético. En la URSS, los licenciados universitarios automáticamente se consideraban tenientes al entrar en el Ejército, y se les daba un cargo según su especialidad. A un licenciado en Ateísmo Científico le tocaba ser ¡teniente comisario político! Alguien en el Ejército decidió que no querían tener un seminarista como comisario político y nadie le llamó a filas.
Habían pasado sólo dos días desde que llevó sus documentos al seminario, cuando un agente del KGB le hizo una visita. Primero intentaron disuadirle del ingreso en el seminario. Como no lo consiguieron, una vez dentro intentaron convertirlo en informador. Lo mismo hacían con todos sus compañeros de curso, que ese año eran casi todos universitarios e intelectuales. De aquella promoción salieron cuatro de los actuales obispos ortodoxos. A veces los agentes esperaban a los seminaristas descaradamente a la salida, los llevaban a sitios apartados: en el hotel cercano, en el registro civil municipal, en el museo del mismo monasterio...allí había una habitación para “trabajar” con los monjes que no salían fuera.
"Al principio no te pedían nada. Charlaban. Te domesticaban. Te hacían preguntas sin importancia. Luego ya sacaban fotos de algún compañero del seminario preguntándote quién era. Seguro que lo sabían, pero lo importante era que tú les dijeras algo, cualquier tontería. Lo cuento porque no estoy seguro de que no vaya a repetirse", recuerda hoy Kuraev.
"Es importante que la gente de iglesia que ha pasado por aquello cuente cómo los kagebistas trabajan con la gente y cómo es posible oponerse. No se puede ahora decir que todos los sacerdotes colaboraban con el KGB. Si hubo algún pecado en la conciencia de los jerarcas, es su problema, Sólo Cristo está sin pecado. Tampoco son culpables los sacerdotes que no traicionaron a nadie. Si ahora la gente diera la espalda a esos sacerdotes, sería un triunfo póstumo de la KGB".
Hoy, el protodiácono ortodoxo Andrey Kuraev (http://kuraev.ru) es el personaje más joven que figura en el "Diccionario de Filosofía Rusa de los siglos XIX-XX". Y fue el más joven (a los 35 años) profesor de teología ortodoxa en la historia de Rusia. Aún no se considera teólogo, pero sí un periodista ortodoxo y misionero. Es autor de varios libros y centenares de publicaciones de carácter divulgativo. Participa en programas de televisión y radio. Da charlas, conferencias y cursos por toda la geografía rusa y su portal de misión ortodoxa en Internet reúne hasta 1.700 personas simultáneamente y es toda una referencia para la evangelización en el país. No está mal para un licenciado en Ateísmo Científico.
¿Y qué fue del niño que soñaba con el comunismo y su abundancia? "Ya no busco soldaditos de plomo. Pero respecto a lo que de verdad necesito hoy, sí, mi sueño comunista se ha cumplido". ¿Y en vez de soldaditos? "Unos regalos extraordinarios: el don de la oración, del amor, sabiduría, pureza. Dios te los ofrece gratis. Sólo tienes que cogerlos.”