En el Domund, que se celebra este domingo, es común hablar de los 14.000 misioneros españoles. Detrás de cada uno de ellos puede haber historias extremas, como la de Luis Pérez Hernández, misionero javeriano natural de Toledo que durante 15 días estuvo preso por un pelotón rebelde en plena guerra de Sierra Leona, en África. Pero la cosa empezó, como es habitual, en un hogar cristiano.
Hoy puede asombrar que con 16 años se tenga una vocación tan clara. Pero es que la sociedad es muy distinta.
“Hoy hay menos ambiente religioso en las familias y la sociedad así que es más dificil pensar en la vocación, aunque se sea una persona joven generosa. Además, por lo que veo en las catequesis de Primera Comunión que doy en Madrid, los chicos hoy no tienen nada que ver con aquellos. En esa época venían con el fervor y devoción de sus padres. Nosotros en casa rezábamos el Rosario. Mi madre, cada día; mi padre, muchas veces; yo casi cada día, por las tardes... Rezaba con mi madre. Y ellos recogían limosna para los padres en cuestiaciones. Yo de adolescente ya era catequista”, recuerda.
“Llegue a este país africano en 1997, en medio de una guerra inacabable, que se extendió de 1991 a 2002. En enero de 1999 los rebeldes atacaron la capital, Freetown, y nos secuestraron a 5 javerianos, a algunas religiosas de Madre Teresa de Calcuta y al arzobispo de Freetown. Era algo que hacían para dar a conocer su causa al mundo, secuestrar personal occidental, aunque en este caso el arzobispo era nativo."
"¡Sucedió el Día de Reyes! Ya para entonces llevábamos muchos días encerrados en la misión con unas 200 personas, refugiadas allí esperando que así las respetarían. Los rebeldes venían, saqueaban y se marchaban. Para ese día ya habían saqueado tantas veces que casi no quedaba nada. De hecho, dos tercios de la ciudad ya estaban arrasados. Por lo general, los javerianos, si había que huir, huíamos con la gente, no antes que ellos. Pero en este caso no nos dio tiempo”.
El secuestro y la cercanía de la muerte reforzaron para siempre la fe del padre Luis.
“Mi experiencia, y la de muchos compañeros misioneros en casos así, es que ser consciente de lo que pasa y por qué pasa, saber que estás allí porque Dios te envió, te da cierta serenidad. Aunque nada quita el miedo. Pero doy gracias a Dios de que volví del secuestro con más fe, con más cercanía de la presencia del Señor. Eso es real, la fe en esta situación tiene un efecto real. Antes creía, y ahora estoy cierto de que creo”.
Pero fueron 15 días muy duros.
“En el pelotón de 20 personas que nos secuestró había niños soldados que incluso conocíamos y que habían estado en nuestra misión, niños que habían sido nuestros alumnos y que los guerrilleros habían vuelto a reenganchar. Les dijimos que hicieran como que no nos conocían, para protegerlos. Los rebeldes no tenían un cierto respeto, en principio querían mantenernos vivos, aunque alguna vez nos interrogaron con alguna bofetada”.
“El caso es que nos tenían en el cuartel de mando de los rebeldes. Y las tropas regulares nigerianas, tropas de interposición de África Oriental, les machacaban en aquella zona. Así que casi cada día nos movían de sitio. Además, iban retrocediendo, perdían posiciones, volvían drogados y cansados a las 7 de la tarde, estaban muy enfadados porque retrocedían, y eso era preocupante para nosotros. Además, sufríamos bombardeos de artillería, y alguna vez incluso de aviación”.
“Tratábamos de proteger a las hermanas, que dormían acurrucaditas juntas, nosotros a su alrededor para protegerlas. Si venía alguien a molestarlas nos levantábamos y nos enfrentábamos a él”.
“Un día, bajo un bombardeo, se olvidaron de algunos de nosotros, con las prisas. Subieron al camión las hermanas, dos misioneros y el camión arrancó, dejándonos allí al arzobispo, tres misioneros italianos y a mí. Y tratamos de llegar a la zona gubernamental. La gente, incluyendo muchos musulmanes, nos escondía. Pasamos todo un día debajo de una cama, otro día dentro de un lavabo. Nuestros captores nos estaban buscando, habían castigado a los que nos perdieron”.
“Entonces vimos unos soldados, que pensamos que eran soldados nigerianos de interposición, y fuimos hacia ellos por un descampado… pero resultó que eran rebeldes y empezaron a dispararnos. Corrimos como pudimos, entre las balas. Yo me caí, y pensé: “Ya está, aquí se acaba la cosa”. ¡Tengo tan clara la imagen! Pero entonces salió la gente de las casas ¡a tirar piedras a los rebeldes! Muchos eran musulmanes, como también eran musulmanes muchos de los que nos habían escondido, porque el obispo y los misioneros éramos muy conocidos allí. Y conseguimos llegar a donde los regulares y así acabó nuestro cautiverio.
“El resto aún estuvieron 3 semanas más prisioneros. A un sacerdote que recibió un tiro lo abandonaron y lo dimos por muerto, pero luego apareció vivo en un hospital. Y allí sigue, de misionero. Nos sentíamos espiritualmente tranquilos. Sí, en Sierra Leona aprendimos lo que es el miedo, pero nos ayudaba la convicción de que estábamos allí enviados por el Señor”
Pero en la vida de un misionero en un país pobre, además de algunos momentos de miedo, hay muchos momentos tristes, de impotencia.
“La gran tragedia es estar con niños y saber con certeza que esos niños no tienen ningún futuro. Por eso, los que hemos estado allí comprendemos a los jóvenes que emigran, que se arriesgan a cruzar el mar y venir. Liberia, Grandes Lagos, etc… son países a los que no se les deja prosperar; con problemas de corrupción interna y también de relaciones internacionales malas; las oligarquías en Sierra Leona no dejan que llegue el bienestar a la población”, lamenta.
Pero también “hay momentos buenos, como ver que las comunidades cristianas son cada vez más vivas. Y tuvimos alegrías con la recuperación de niños soldado, niños que ponen el alma en recuperarse, los casi 3.000 niños soldado que tuvimos hoy están reinsertados en la sociedad. Eso fue posible porque la gente entendió que habían sido secuestrados y obligados… cosa que en otros países de África no siempre es así, porque hay países donde los mismos padres entregan los niños o los mandan a la guerrilla, a librarse de una boca más o ganar algo. Además, recibimos mucha ayuda internacional para dar trabajos y formación profesional y empleos a esos niños, y por eso funcionó bien”.
Además, en un país destrozado por la guerra, el perdón y la reconciliación es un tema continuo en la predicación de los sacerdotes y misioneros.
“En Sierra Leona, durante la guerra, los 5 millones de habitantes del país cambiaron de lugar varias veces en 11 años, así que no había nada de pastoral organizada. El tema siempre era el mismo: la paz, el perdón, la reconciliación y la caridad. En Freetown teníamos cerca un cuartel militar y venían muchos soldados nigerianos, de etnia ibo, que son católicos a machamartillo, que venían a misa y a confesarse por decenas. A los soldados les decíamos lo que Jesús decía a los militares de su época: "tú que eres soldado no te aproveches de la fuerza, no extorsiones, conténtate con tu salario".
¿Y qué cabe esperar del futuro en esa zona de África? El Domund ha coincidido este año con un polémico vídeo acerca de la demografía musulmana que expuso el cardenal ghanés Turkson en el Sínodo.
“Hay toda una línea de fundamentalismo político islámico que intenta establecerse en esa zona de África, pero los musulmanes de allí por lo general sólo quieren paz y colaborar con sus vecinos. Llegó dinero de Libia y otros países para construir mezquitas en lugares vacíos, casi sin musulmanes, sólo para dar visibilidad al Islam, para que se les vea mucho. El pueblo está muy lejos del fundamentalismo, pero claro, se les puede instrumentalizar, y en un país de vecinos cordiales puede estallar una guerra: ¡lo hemos visto también en Europa! Dicen que las guerras existen porque los que las provocan no conbaten en ellas”.
Ante todo esto, la labor de los misioneros requiere de la generosidad de todos.
“La generosidad”, dice el padre Luis, “debe venir de la toma de conciencia de la injusticia, de la fraternidad. Cada uno ha de hacerlo que pueda”.
Para donativos a misiones: Obras Misionales Pontificias
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