Hace 20 años Benny Lay, decano de los vaticanistas italianos, dedicó un libro al cardenal Giuseppe Siri: Il Papa non eletto [El Papa no elegido]. Efectivamente, Siri, al recibir a la edad de 46 años la púrpura que le ofreció Pío XII, quien le consideraba su delfín, había entrado en juego más de una vez durante los cuatro cónclaves en los que participó. También Carlo Maria Martini, prelado de indiscutible estatura, además de haberse convertido en un punto de referencia para el progresismo católico (a veces a su pesar), fue en cierto sentido otro “Papa no elegido”. Pero, al contrario de Siri, solo participó una vez en una elección y durante ella no fue un verdadero candidato.
La operación de Juan Pablo II en 1992, punto de inflexión
Muchos atribuyeron al arzobispo emérito de Milán el papel de kingmaker en el Cónclave relámpago que el 19 de abril de hace siete años, después de solo cuatro votaciones, eligió a Joseph Ratzinger, otra figura de relieve y de estatura indiscutible e universalmente reconocida. Este papel de “gran elector” que jugó Martini, así como su hipotética candidatura, parecen más bien el fruto de las legítimas esperanzas de algunos, pero no encajan bien con la realidad de los hechos.
Se decía que Martini era un “papable” desde los años ochenta. Es obvio que una personalidad como la del entonces joven y estimado cardenal jesuita podía ser considerada entre los candidatos en caso de un Cónclave. Pero fue durante los años noventa cuando las hipótesis de sucesión empezaban a circular en los medios de todo el mundo. Después de la operación del intestino a la que fue sometido Karol Wojtyla en 1992 y de las caídas que acarrearon algunas facturas, en la Curia aumentaban los rumores alarmados sobre las verdaderas condiciones de salud del Pontífice. Fue entonces que comenzó a delinearse el perfil del posible sucesor.
El nombre de Carlo Maria Martini se escuchaba muchísimo. Su candidatura recibía el beneplácito de todos los que esperaban un cambio progresista en la Iglesia. Además de su nombre también circulaban otros nombres italianos (como los de los obispos de Turín y de Florencia, Giovanni Saldarini y Silvano Piovanelli, o de los curiales Achille Silvestrini y Pio Laghi), mientras que entre los “papables” no italianos el preferido era el brasileño Lucas Moreira Neves. Sin embargo, Juan Pablo II, a pesar de los achaques y del paso inexorable del Parkinson, sigue en vida. Y Martini comienza también a desaparecer lentamente del elenco de los “papables”. Habría dicho, aliviado y poco antes de dejar la arquidiócesis de Milán: "Estoy contento de no haber encontrado mi nombre en las últimas listas".
Hace siete años, ya enfermo...
El cónclave que comenzó la tarde del lunes 18 de abril de 2005 tenía un único candidato fuerte: Joseph Ratzinger. Los que apoyaban su candidatura eran Tarcisio Bertone, arzobispo de Génova y entonces segundo de abordo del ex Santo Oficio; Christoph Schönborn, arzobispo de Viena y alumno del Prefecto de la fe; Joachim Meisner, arzobispo de Colonia; y el curial Alfonso López Trujillo. Indicaban que era necesario un Papa que no fuese joven, que conociera bien la curia, que apostara por la defensa de la fe y que tuviera una especial sensibilidad por la reevangelización del Occidente secularizado.
Los liberales, en cambio, parecían muy desorientados: Silvestrini, curial de abolengo, tenía más de 80 años, por lo que no puede participar en el Cónclave. Le rodean algunos purpurados como el arzobispo de Bruselas, Godfried Danneels, el italiano Mario Pompedda, el alemán Karl Lehmann, y el inglés Murphy O’Connor. Ellos habrían querido votar por Martini, pero él les dijo que no estaba de acuerdo: tenía 78 años y estaba enfermo. Ya no resistía estar de pie, usaba el bastón, su Parkinson continuaba avanzando. Habría sido difícil imaginar que después de un Papa que sufrió durante más de una década, los purpurados eligieran a un sucesor con la misma enfermedad.
Además, la línea que estaba surgiendo era muy diferente a la agenda progresista, a pesar de las previsiones periodísticas y diplomáticas: los wikileaks demuestran que incluso la embajada estadounidense consideraba improbable que Ratzinger fuera elegido.
Bergoglio palideció
Lo que sucedió en el cónclave lo podemos reconstruir gracias al diario de un cardenal, publicado por Lucio Brunelli en la revista Limes hace siete años. Sigue siendo la fuente más fiable para reconstruir lo que sucedió en la Capilla Sixtina.
En la primera votación, el 18 de abril por la tarde, Ratzinger tuvo mucho apoyo, con 47 votos. En cambio, el candidato de los progresistas, Carlo Maria Martini, tuvo solo 9, uno menos de los que obtuvo el otro jesuita y arzobispo de Buenos Aires, Jorge Mario Bergoglio, que sería, aunque por poco tiempo, el verdadero antagonista de Ratzinger.
La candidatura, que en realidad nunca había aceptado, de Martini terminó antes de la partida definitiva. En la segunda votación, del martes 19 por la mañana, muchos de los votos dispersos fueron para Ratzinger y pocos para Bergoglio. El primero llegó a 65 y el segundo a 35.
En la tercera votación, antes de la pausa del almuerzo, Ratzinger obtuvo 72, muy cerca del quórum de los 77 necesarios (dos terceras partes del total), mientras que Bergoglio obtuvo 40. El purpurado argentino parecía pálido; algunos incluso pensaron que, en caso de haber ganado, habría declinado. Los que apoyaban a Ratzinger, durante el almuerzo, convencen a los indecisos y en la siguiente votación, la última, el purpurado alemán se corona con 87 votos, mientras que el arzobispo de Buenos Aires desciende a 26.
¿Martini intervino o se equivocó?
¿Fue en esta vertiente en la que Martini jugó un papel, según algunos decisivo, para hacer que confluyeran algunos votos hacia Ratzinger? Leyendo el diario del anónimo purpurado de Limes se deduce otra cosa: poco antes de la cuarta votación, justamente Martini, convencido de que ninguno de los dos candidatos habría llegado al quórum necesario, se habría acercado a un colega y le habría anunciado: "Mañana, grandes novedades...". Una alusión a la posibilidad de que al día siguiente surgiría un tercer candidato. Pero dos horas después, el Papa alemán de 78 años se asomaría para bendecir a los fieles.