Podría ser el primer empresario contemporáneo en subir a los altares. Se llamaba Enrique Shaw, era argentino y murió con 41 años en 1962.
Aquejado de un severo cáncer, en los últimos meses de su vida eran los propios trabajadores de su empresa, la famosa Cristalerías Rigolleau, los que acudían voluntariamente al hospital para donar su sangre, y contribuir así con sus transfusiones a alargar la vida de su jefe.
"Enrique era un santo", decían muchos de él cuando murió en 1962, y esa llama de santidad no se apagó con los años. En 1997, el cardenal argentino Jorge Mejía soltó ante un grupo de empresarios la espoleta necesaria para emprender la causa de beatificación. "Creo que la vida de Enrique merece la apertura de una causa". Y con la aprobación del arzobispo de Buenos Aires, el cardenal Bergoglio, se inició la causa diocesana de beatificación con la recogida de testimonios, que acaba de concluir estos días. A partir de ahora será la Santa Sede la que dictamine la santidad del empresario Shaw.
Enrique Shaw era un místico enfangado en los quehaceres de la vida diaria. Tenía que cuidar de su mujer y sus nueve hijos, dirigir una empresa de 3.000 empleados, atender la Asociación Cristiana de Dirigentes de Empresa (ACDE) por él fundada, sacar tiempo para la Acción Católica y el Movimiento Familiar Cristiano de Buenos Aires, dar conferencias y seminarios de formación por todo el país, así como participar en política a través del Partido Demócrata Cristiano.
Su frenética actividad estaba impregnada por una honda espiritualidad que la expresaba de forma natural: “La gracia divina no me quita libertad; al contrario, la perfecciona y nunca me siento más libre que cuando estoy bajo el influjo de la suave energía que nace de la luz proporcionada por Dios”.
“Cuanto más me creo amado por Dios -escribirá Shaw-, más me siento capaz de amar al prójimo, y de devolver a Dios amor por amor, dándole la única correspondencia que Él me pide: amor a nuestros hermanos”.
Su modo de dirigir a los 3.000 trabajadores que tenía en Cristalerías Rigolleau estaba basada en su experiencia del Evangelio. Su manual de empresa era el propio Evangelio. A Shaw le gustaba repetir que “debemos aplicar la doctrina y el mensaje de Cristo a los problemas concretos de la función empresarial. El empresario ha de encarnar a Cristo en la empresa y la forma de hacerlo es aplicar sus enseñanzas. El problema más agudo es la carencia de gente cristiana capaz de actuar en los niveles más altos de las empresas”.
Por eso, ante colegas empresarios que sólo se preocupaban por la rentabilidad económica de su negocio, sin atender a las condiciones de vida de sus empleados, les recordaba que “un empresario con sentido social moderará su espíritu de lucro, reconocerá el valor y la dignidad del trabajo ajeno, tratará al obrero con consideración, y se esforzará para que lleve su trabajo a la elevación económica y moral correspondiente a su dignidad”. Sin duda, toda una revolución para la Argentina de los años cincuenta.
Para Shaw la función de director en la empresa no era ningún privilegio sino un don con el que posibilitar la creación de una comunidad que hiciera elevar la humanidad del trabajador: “Que en la empresa haya una comunidad humana; que los trabajadores participen en la producción y, por lo tanto, den al obrero el sentido de pertenencia a una empresa; que le ayude a adquirir el sentido de sus deberes hacia la colectividad, el gusto por su trabajo y de la vida, porque ser patrón no es un privilegio, sino una función”.
O en otra ocasión recordaba a algún amigo empresario que se quejaba de los abusos que cometían algunos trabajadores: “Es indispensable mejorar la convivencia social dentro de la empresa. Hay que humanizar la fábrica. Para juzgar a un obrero hay que amarlo”. Y añadía: "Como empresario, hay que sembrar esperanza, ver la realidad, renunciar al beneficio del momento, ser un puente entre quienes conocen el problema y los sumergidos que piensan en su situación inmediata".
Shaw quería implantar un nuevo modelo empresarial, basado en la Doctrina Social de la Iglesia, pero para eso debía "cristianizar la clase patronal argentina".
Interpelado por unas palabras del Papa Pío XII, en las que reclamaba un tipo de empresario que mirara más allá de la cuenta de resultado, decide fundar la Asociación Cristiana de Dirigentes de Empresa (ACDE).
Todo hombre respetado por sus conciudanos es un peligro para el poder, por eso no es de extrañar que el general Juan Domingo Perón, presidente de Argentina, acabará encarcelando a un personaje como Enrique Shaw en mayo de 1955. ¿La acusación? Conspirar para derrocar al Presidente de la República. Él y otros 18 dirigentes laicos de la Acción Católica son detenidos y encarcelados durante diez días tras ser señalados como responsables de un "complot político".
Son obligados a dormir en el suelo, soportar interrogatorios de hasta 10 horas, sufrir presiones psicológicas para "reconocer" un "falso complot" y, con todo ello, la amenaza de la tortura sobrevuela por sus mentes por la insistencia de su carceleros en obtener una declaración jurada de su "delito"... además son incomunicados de sus mujeres y sus abogados. Al final, la presión internacional puso cordura en el Gobierno de la nación, y Shaw y sus compañeros de la Acción Católica fueron liberados sin mediar disculpa alguna.
Pero este atropello de su libertad individual empuja a Shaw a comprometerse en la vida pública de su país colaborando con el Partido Demócrata Cristiano, de reciente creación.
Su colaboración política no fue muy intensa. Sus escritos dejan claro lo que esperaba de la acción política: "El remedio a los problemas sociales en el orden espiritual es una vuelta sincera a las enseñanzas del Evangelio (...) En el reconocimiento de las prerrogativas reales de Cristo y la vuelta de los individuos y de la sociedad a la ley de su verdad y de su amor está el único camino de salvación".
La enfermedad se agrava y los médicos no se atreven a operar... sólo le mantiene vivo las continuas transfusiones de sangre que le donan sus trabajadores. Shaw, en una emotiva despedida con los empleados de Cristalerías Rigolleau, les agradece en público "la vida" que le están regalando entre todos.
"Cuando alguien me hace un regalo- por ejemplo, una lapicera- yo le escribo en seguida para agradecer el obsequio. Pero en este caso he tardado en agradecer el regalo que me han hecho, porque no se trata de expresar mi agradecimiento por el obsequio de un objeto, sino de algo tan vital, tan lleno de sentido como símbolo de la propia vida como es su propia sangre para ser transferida a mis venas. Sólo ahora que estoy reunido con todos ustedes les puede decir con emoción: Gracias, mis queridos compañeros".
Es posible que algún día podamos decir de este Siervo de Dios: san Enrique Shaw, intercede por nosotros...
Más información: www.enriqueshaw.com.ar