Son ya bastantes los que han dicho basta y han decidido no mantenerse callados ante la ofensiva del lobby trans, tan potente que está en proceso de fagocitar el movimiento feminista, o al menos provocar una guerra civil en su seno, y conseguir unas leyes totalmente arbitrarias.
De los que han decidido alzar la voz muchos son víctimas de este movimiento trans que alertan para que otros no sigan sus pasos hacia el abismo. Una de ellas es Sandrita, como se hace llamar, un hombre que se hizo un cambio de sexo, y que denuncia que nada de lo que dicen es verdad. Que los cambios de sexo sin más ni liberan, ni ayudan, ni satisfacen… Y apunta no sólo a este lobby sino a médicos y psicólogos, a los que acusa de complicidad con su silencio.
En El Español, se define como un “hombre gay” nacido en 1986 en la provincia de Barcelona, y que se arrepiente completamente de esta transición. “Yo era un niño homosexual muy afeminado, con mucha pluma”, afirma, asegurando que sufrió bullying.
Le gustaba usar falda y elementos femeninos, pero afirma que eso no la convertía en mujer, pues afirma que desde que tiene uso de razón se considera homosexual.
Pero todo empezó a cambiar en su vida cuando comenzó a trabajar en el mundo de la noche en Barcelona. Allí conoció –explica- "a muchas personas trans que me fueron convenciendo de que su camino era el mío".
"Nadie me hizo reflexionar nada"
“Era todo muy confuso, una vorágine de vida nocturna, de drogas… Me refugié ahí porque mi padre nos maltrataba en casa a mi madre y a mí. Los fines de semana me travestía porque era el único momento en el que yo podía ser quien quería ser. Entre mi situación familiar y las voces de transexuales que me invitaban a hormonarme, empecé a automedicarme a los dieciocho años", recuerda.
Durante un tiempo siguió así hasta que acudió a un psicólogo y un endocrino para seguir con este tratamiento hormonal. "Ahora pienso que nadie me hizo reflexionar nada. Los psicólogos y psiquiatras con los que hablé compraron enseguida que yo era una mujer. En ese momento se estilaba decir 'soy una mujer atrapada en un cuerpo de hombre'. Ahora se dice 'tengo identidad de género o sentimiento de mujer'. Es mentira. No hay ningún sentimiento de mujer. Eso no es científico ni lógico. Se nace mujer y punto", denuncia Sandrita.
Sin embargo, la Ley Trans que está promoviendo la ministra Irene Montero va en sentido contrario pues afirma que la autodefinición es suficiente para ser de otro sexo, lo que llaman libre determinación de género.
Esta ley está provocando la división entre las feministas. Unas apoyan al movimiento trans mientras que otro sector afirman que su lucha se sostiene en que un hombre no puede ser una mujer.
El proyecto de ley permite también el cambio de sexo en los registros en los menores de edad y todo ello sin necesidad de evaluaciones psicológicas o médicas. Para Sandrita, esto es un “delirio”.
La "angustia" no desaparece con las operaciones
“Nadie puede cambiar de sexo. Ningún cirujano puede conseguirte eso, porque el sexo es inmutable en los genes y el ADN", afirma. Su postura parte de otro postulado: "El género, sin embargo, es un constructo social que tenemos que abolir para poder ser libres de verdad y, desde nuestro cuerpo de nacimiento, expresarnos y vestirnos como queramos. El reto es que no haya 'cosas de chicas' o 'cosas de chicos'. Eso es por lo que llevan las feministas luchando tantos años".
Volviendo a su propia historia asegura que siempre odió su cuerpo y que ese malestar se acentuó en la adolescencia. "Empecé a desarrollar lo que yo creía que era disforia, pero era dismorfia. Esa angustia no se va con las operaciones, porque lo que hay que trabajar es la cabeza y el aceptarse a uno mismo: sólo así se puede aliviar un poco. Yo me hice una vaginoplastia y seguí odiando mi cuerpo", indica.
Y pone el punto en un elemento central: "el sistema médico te dice que cuando te operas el genital, tu disforia desaparece. No es así. Caes en un bucle de cirugías. Es un problema social y mental".
De hecho, Sandrita está convencida de que la transexualidad no se puede despatologizar, como propone la nueva Ley Trans. "No tiene ningún sentido: si no es una patología, ¿por qué vas a la Seguridad Social a que te den hormonas o cirugías? ¿Por qué tienes que cambiar tu aspecto por entero?", agrega.
De este modo, la operación quirúrgica a la que se sometió no le hizo ningún bien. Así lo explica: "me tuve que operar dos veces por un problema de la uretra. Tengo amigas que se han operado también varias veces y, evidentemente, están psicológicamente muy mal. Ahí empecé a ver la luz y a darme cuenta de la mentira de la transexualidad. Pensé que me habían engañado. Pensé: si me he puesto en manos de unos médicos que me iban a solucionar un problema, ¿por qué tengo más problemas que antes de transicionar?".
"Estaré toda mi vida con dilatadores"
De hecho, cuenta que esta intervención "es un shock muy fuerte. Es una cirugía muy invasiva. Perdí muchísima sangre. Se me caía el pelo. Ahí fue cuando me planteé qué es lo que había cambiado en mí realmente. Nada. Seguía siendo la misma persona, lo seré siempre. Ahí hice una reflexión profunda: ¿qué es ser mujer? ¿Llevar el pelo largo? ¿Depilarte? No. Claro que no. Ahí pensé: si estoy perdiendo pelo… ¿Ya no voy a poder ser una mujer?".
Por ello, no tiene problemas en reconocer que se arrepiente de la vaginoplastia. “Lo digo bien claro a día de hoy. Siento que soy víctima de todo esto. No me dieron opciones, me dijeron ‘te va a quedar genial la cavidad en cuanto a profundidad’ y poco más. Pero esto que tengo no es una vagina ni una vulva, es un hueco que se cierra. Estaré toda mi vida con dilatadores”.
Además, los efectos del cambio de sexo son numerosos. Sandrita afirma que lleva casi veinte años tomando “esas hormonas tan tóxicas y tienen efectos secundarios graves: me puede dar una trombosis, un infarto, hay más posibilidades de desarrollar cáncer de mama… Cuando te haces la vaginoplastia, te conviertes en paciente de por vida, porque ya no tienes tu hormona biológica, que es la testosterona, así que tienes que estar con químicos para siempre. ¡Es un negocio redondo para ellos! La vida de las personas transexuales se acorta por esa medicación. A mí me ha afectado mucho: subidas de peso, retención de líquidos, pesadez, varices, incluso daño en el hígado y en el páncreas por la bilirrubina. Me salen petequias, manchas rojas, porque las hormonas espesan la sangre y las venitas se te van rompiendo por dentro. Y a nivel psicológico ni te cuento: ansiedad, depresión, paranoia… Las hormonas te revuelven mucho”.