Julio de Alonso Santos vivía fuera de la Iglesia desde la primera comunión. Sus padres también habían dejado la práctica religiosa cuando por motivos de trabajo se mudaron a Madrid desde su Orense natal donde había nacido en 1967. Cuando regresaron a Galicia, iba a misa alguna vez con la abuela, pero como no le faltaba de nada, no veía ninguna necesidad de ir a la Iglesia.
A los 14 años atracaron a su padre, comerciante de joyas, y se llevaron toda la mercancía. Fue un acontecimiento muy duro que representó la quiebra total.
Como que la situación en casa era muy difícil, Julio encontraba su refugio en las fiestas con los amigos. A los 19 años dejó los estudios, se fue a hacer el servicio militar, y al volver comenzó a trabajar.
Entonces llegó al punto más bajo: "Llega un momento en que uno está cansado de todo y después de haber roto con una novia con la que, a diferencia de muchas otras, pensaba que iba más serio, empecé a buscar. Entré en una librería buscando el Corán, libro del Islam, pensando que hablaba de budistas, y como que no lo tenían me compré un libro de Santa Teresa y San Juan de la Cruz".
"Empecé a leer y a leer, y fue un toque del Señor". Desde entonces se acercó de nuevo a la Iglesia, pero con paréntesis porque le faltaba una comunidad que le ayudase. Había dejado atrás la juventud y se volvía a encontrar perdido. Entonces, un amigo de Valencia, más deprimido que él, le pidió que le hablara de Dios. Sin saber qué decir, se fueron unos días al monasterio cisterciense de Osera: "Estuvimos un fin de semana pero nos pareció que fue un mes".
Ahí nos encontramos con un sacerdote que atendía comunidades del Camino Neocatecumenal. Nos habló de ellas, con mucha alegría fuimos a conocerlas, y me quedé. Mis padres estaban separados, pero entraron uno después de otro, y ahora vuelven a estar juntos. Después de la Jornada Mundial de la Juventud en Toronto, me levanté para entrar en el Seminario, e ingresé en el 2003.