"Tres meses antes del accidente me acababa de separar", recuerda María Luisa Ruiz-Jarabo. Su existencia se había acelerado: mucha salida de noche, una "motaza", gimnasio, deporte... Pero, en el fondo, "una vida muy vacía", confiesa a Gonzalo Altozano, quien le entrevistó este domingo en el programa No es bueno que Dios esté solo de Intereconomía TV.
Fue hace catorce años. Estaba esquiando en Sierra Nevada cuando cayó por un cortado y se encontró de golpe con una lesión medular completa a la altura de la cuarta vértebra cervical: "Recuerdo que no sentía ningún dolor, ni siquiera el frío de la nieve". Pasó un mes hospitalizada en Granada en coma inducido, cuyo despertar consistió en "muchísimas alucinaciones y muy desagradables". Luego pasó al Hospital de Parapléjicos de Toledo.
Una semana antes del accidente, cenando con unos amigos, habían comentado el caso de Ramón Sampedro, entonces de actualidad. Ella había defendido que, en su caso, preferiría "seguir viviendo". Ahora tocaba ponerlo en práctica.
Y lo hizo. Hoy María Luisa, tetrapléjica, incansable en su silla de ruedas, es socia de un negocio al que acude cada mañana y que se dedica a la decoración de interiores en hoteles. Además preside Solcom, una ONG consagrada a la defensa jurídica de personas con discapacidad discriminadas por ese motivo. Esa defensa incluye a los no nacidos: con la ley del aborto actual, "los plazos para abortarnos a nosotros son mucho más largos que antes", explica.
Antes de lo que pasó, María Luisa era creyente, pero no practicaba mucho. Durante su recuperación, cuando aún no se sabía muy bien el alcance final de sus lesiones, un día su padre se acercó a su cama y le dijo: "No sabemos qué va a pasar, estás en manos de Dios".
Y a ella eso de "estar en manos de Dios" le hizo pensar: "Significaba estar en manos de quien más me quiere, en manos de quien me ha creado... Sentí una paz, una tranquilidad... Ya no tenía que decidir nada. Todo lo que me sucediera, sería lo que Él quería".
Además, poco antes del accidente, para ayudarla a encauzar su vida, su padre le había regalado un libro sobre la Madre Teresa de Calcuta. Ahí había leído que las misioneras de la Caridad, cuanto "menos persona" era aquel a quien atendían, "más venían a Jesús en él": "¿Tendré yo también algo de Jesús?", se preguntó María Luisa.
Empezó a tener sentido lo que había pasado: "Dios entró a saco y puso todo en su sitio". Salió a relucir su temperamento luchador. Incluso se sentía la "salvadora" de su familia, pues estadísticamente, que a ella le hubiese sucedido implicaba la imposibilidad matemática de que le sucediese a ningún otro de sus seres queridos.
"Nunca se me ocurrió pensar ¿por qué a mí? Tenía dos opciones: maldecir y amargarme y en unos meses quedarme sola, o seguir con mi vida, poco a poco, una vida feliz. Lo bueno de la lesión medular", añade, "es que al principio estás tan mal que todo avance es motivador y esperanzador, como la primera vez que te sientas, o la primera vez que sales a la calle".
"La vida que llevaba era una porquería", reconoce, por lo que su situación se convirtió en "una segunda oportunidad": "A partir del accidente empecé a ir a misa todos los domingos y a salir encantada. Me fui acercando poco a poco a Dios. Empecé a ir a Camboya, hablé con Kike Figaredo, prefecto de Battambang... y se convirtió en mi primer amigo cura". Van ocho años que no falta un verano a ir allí a ayudar.
Se apuntó a unos cursillos bíblicos y a unas adoraciones en el seminario de Madrid... y empezó "a conocer a Dios Padre, a Jesús, al Espíritu Santo. Fue conocerlo y enamorarme".
"En misa me encuentro con Jesucristo. Vives un adelanto del cielo. Tenemos un Cristo vivo y cercano", afirma. Y lo repercute en su propio caso: "Yo ya he tenido mi curación. Dios me ha puesto a andar gracias a la silla". Un ´andar´ que no es el ´andar´ físico, sino el cambio espiritual: "Gracias a la silla he conocido cantidad de gente excepcional. Una silla no le atrae a cualquiera. Si un día me pusiese a andar... ¡a saber lo que sería de mi vida!".