Este es el estremecedor testimonio del Hermano Tiberio, de los Hermanos de las Escuelas Cristianas, muerto a los 74 años en 1999. Fue hecho prisionero y condenado a trabajos forzados en 1958, en su Rumanía natal, por las autoridades del Partido Comunista húngaro.
«Mi viacrucis comenzó el 2 de agosto de 1948. Era el último día de nuestro retiro anual.
»Los Directores de tres escuelas católicas de los Hermanos en Bucarest fueron llamados por los dirigentes comunistas de Rumania, que estaban en el poder, para informarles que el gobierno comunista quería nacionalizar las escuelas privadas. En consecuencia, los Hermanos debían entregar en el acto las llaves de sus establecimientos. En menos de una hora, nos encontramos lanzados a la calle. No nos permitieron tomar sino los efectos estrictamente personales: calzado, ropa, etc. Todo lo demás debía quedar en las escuelas: libros de la biblioteca, camas, armarios...
»También nos dijeron que debíamos abandonar la vida comunitaria y que nos emplearían como profesores, si no, debíamos arreglárnoslas para encontrar un medio de subsistencia.
»Los dirigentes nos impusieron, por decreto, la residencia en un apartamento situado en el segundo piso del palacio episcopal católico. Este decreto no se aplicaba sino a los religiosos que trabajaban en escuelas. Los jesuitas y franciscanos, que eran sacerdotes, no entraban en esta disposición pero tuvieron que abandonar sus hábitos religiosos e irse a las parroquias.
»El decreto afectó únicamente a los Hermanos de las Escuelas Cristianas. Las dos comunidades de Hermanos formaron entonces una sola comunidad bajo la dirección del Hno. Director y Visitador auxiliar Bonifazius Sattmann. Éramos unos 20 Hermanos. Cada uno debía manifestar por escrito su acuerdo o desacuerdo. Yo era uno de los más jóvenes: 24 años.
»Había enseñado solo cuatro años en la escuela San José. No dudé ni un instante sobre lo que debía hacer. Sabía que mi puesto debía estar entre los Hermanos y con ellos. También estaba persuadido de que la situación no duraría mucho. Había dos Hermanos más jóvenes que yo. Desgraciadamente, se salieron más tarde por diversas razones; enseguida les pesó, aunque nuestra vida no era fácil.
»Los dirigentes comunistas intentaron con presiones y promesas hacernos abandonar la vida religiosa. No lo lograron.
»El Hno. Bonifazius era el procurador y el superior en aquellos tiempos penosos. Su fe en la Providencia nos impresionó a todos y nos infundió valor. Ninguno de nosotros era pusilánime o temeroso, aunque eso no fue siempre fácil. Él era el padre, el jefe y el amigo de todos a pesar de su sordera tenaz. Rezó mucho precisamente porque era sordo... A la gracia de Dios y a él en segundo lugar mantuvimos nuestra vida comunitaria. Era el superior que la Providencia nos había preparado para aquellos tiempos turbulentos.
»Muy pronto surgieron les primeras dificultades. Los escasos recursos se habían agotado. Para continuar viviendo, los Hermanos debían dar clases particulares. Los padres lo deseaban. En esto me ocupé durante cinco años. Era una nueva modalidad de apostolado. A través de las lecciones particulares seguíamos ejerciendo una influencia religiosa. Era necesaria más que nunca.
»Empezamos muy pronto a dar lecciones de catecismo en las parroquias. Estuvimos tranquilos durante dos años. Era la calma que anunciaba la tempestad. La primera tormenta se declaró en 1950. Cinco Hermanos fueron arrestados. Dos que habían trabajado en la Nunciatura fueron conducidos a los tribunales y cada uno fue condenado a 16 años de prisión; los otros tres a dos años de trabajos forzados sin mediar ningún proceso legal.
»Por precaución, parte de los Hermanos se fue a vivir con las familias de algunos antiguos alumnos.
»Volvimos a vivir un período de calma después de que el gran Moloch había devorado su ofrenda... Parecía que el cielo se iba a despejar después de la conferencia de Helsinki.
»Los Hermanos volvieron a su apartamento y continuaron sus cursos de religión en las cinco parroquias donde se reunían cada domingo cerca de 300 católicos. Esto no les caía bien a las autoridades comunistas, que les decían a sus colegas: `Ustedes no logran convocar a las juventudes comunistas, y este puñado de educadores religiosos llenan sus salas todos los domingos´. Algunos antiguos alumnos y amigos advirtieron a los Hermanos que se preparaba algo contra ellos. El Hno. Bonifazius permaneció tranquilo y ejerció su influencia en la fidelidad de los Hermanos y de su confianza en Dios.
»Durante dos años enseñamos religión en presencia de espías que estaban en todas partes. Los conocíamos, y ellos nos conocían. Pero la señal para entrar en acción no había sido dada. Lo fue el 21 de agosto de 1958: cuatro Hermanos fueron arrestados y con ellos tres antiguos alumnos. Habían movilizado a otros alumnos. Después de 3 meses de pesquisas e interrogatorios penosos o aun de torturas, el 17 de diciembre de 1958 fueron condenados a 90 años de prisión. Los dos Hermanos de más edad recibieron una sentencia de 20 años cada uno; los otros tres, 15 años cada uno y los dos más jóvenes tuvieron que pagar 10 años cada uno.
»¿El crimen? Haber enseñado la religión a los jóvenes. (Se puede leer ese motivo en el texto de la sentencia M 125258).
»¡Mire usted! ¿Por qué condenan a 10, 15 ó 20 años de prisión, ellos que se proclaman miembros del régimen que dice ser el más humanitario... del mundo? Un espíritu sano no puede comprenderlo, y sin embargo los comunistas condenaban a las más duras prisiones por tales «crímenes», y no se avergonzaban de dejar pruebas escritas de ello. ¿Qué dirán ustedes, occidentales, de semejante comedia? Y ustedes, comunistas del occidente, ¿qué dirán de su fraternidad universal y de su justicia? ¡Alianza del bloque oriental!...
»Entonces las dificultades continuaron. Nos encontramos 110 residentes en un cuarto de 11 x 10 metros con una sola ventana que estaba tapada con tablas clavadas desde el exterior para que los prisioneros no pudieran mirar hacia afuera. En un rincón, para atraer a las ratas, había cuatro baldes, (no había retrete). Los baldes eran vaciados una o dos veces por día... Nadie podía permanecer debajo de la ventana. Estaba absolutamente prohibido. Dormíamos en el suelo de cemento sin poder siquiera acostarnos boca arriba, porque faltaba espacio; había que dormir de lado, apretujados como sardinas. A menudo, o las más de las veces, el último que entraba en el cuarto debía dormir sentado en los baldes que servían de retrete.
»En poco tiempo, nuestros cuerpos eran una sola llaga. No había agua. Cada uno tenía derecho a medio litro por día. No había jabón; solamente unos granos aquí o allá de jabón para lavar... Nada de papel higiénico... Media hora para pasearse en un patio de unos 30 metros cuadrados, bien separados para evitar que pudiéramos hablar con el vecino o aun que lo pudiéramos ver realmente... Nadie podía chistar palabra. Un guardia (miliciano) vigilaba todo.
»Durante el día, nadie podía descansar en la cama; solamente los enfermos que tenían permiso médico. No se podían hacer llamadas telefónicas, ni recibirlas, ni estudiar alguna lengua extranjera o enseñarla. No teníamos ningún medio pare escribir: lápiz, papel.... no teníamos ni una aguja. Todo estaba formalmente prohibido. Cualquiera que fuera sorprendido infringiendo estas leyes era condenado al aislamiento de 3 a 5 días. En los lugares de aislamiento era imposible sentarse desde las 5 de la mañana a las 10 de la noche. Uno recibía de comer dos veces al día, y solamente 100 gramos de pan y medio litro de agua.
»Me dirán que me equivoco, que exagero. No, querido lector, no hay equivocación. De hecho era muy horrible. Les recomiendo el libro de Solyenitsin «El archipiélago de Gulag».
»Él no engaña. No exagera. En ese libro encontrará todas les crueldades inhumanas e inimaginables cometidas por esos señores.
»Después de un año de semejante tratamiento le preguntaban al prisionero si deseaba trabajar. Naturalmente, todos los que podían moverse respondían afirmativamente. Era el mes de agosto, a comienzos, nos pusieron en uno de los vagones para animales y nos dotaron del mismo sistema de retretes que mencionamos antes. Después de dos días y una noche, partíamos con destino desconocido. Como los vagones eran abiertos pudimos constatar que nos llevaban a la región llamada «Grosseinsel» del Danubio en los alrededores de Braila. Allí tuvimos que construir una presa de contención de 17 km x 35 km contra las olas espumosas del Danubio. Nos alojaron en dos barracas. Cerca de 100 hombres. Las instalaciones eran más que primitivas. El principal problema era el del agua. Un litro de agua para mezclar con una especie de café; mitad agua, mitad barro, que había que esperar hasta las 3 de la madrugada.
»Las consecuencias no tardaron en aparecer. Desde el 10º día (17 de agosto), sufríamos de disentería. Era un gran peligro. No había médico. Yo tenía solamente 12 tabletas de TALASOL... Durante 7 días no pude comer ni beber absolutamente nada. Verdaderamente nada. Estaba moribundo (ya había sufrido de lo mismo en prisión).
»Lo que estoy contando parece difícil de creer, pero no digo más que la verdad. En dos semanas me convertí en un esqueleto. Fue también la primera vez que vi morir a un hombre. Lo que me impresionó mucho. Y yo no parecía estar en mejores condiciones que él. Sin embargo, no perdí la esperanza. Los comienzos fueron duros y duraron mucho tiempo. Debía volver al trabajo pero estaba tan débil que no podía casi andar. Muchos murieron en esa época.
»El mes de noviembre debía volver a trabajar en la presa. Hubimos de construirla a pico y pala. Era pesado. A menudo hemos pensado en el trabajo de los egipcios que construyeron les pirámides. ¿Sería tan agotador? ...no hay que exagerar; pensarán algunos...
»Después de dos años fuimos llevados a trabajar en los campos. Era menos agobiante. En el curso del año 1961, nos habían dirigido a Luciu Giurgen. Cogíamos el agua del Danubio, que hacíamos hervir para beberla. Eso no duró mucho tiempo. De nuevo enfermamos. Me convertí en un caso especial que sería sometido a una junta de médicos civiles. Estaba en peligro de muerte por eso me llevaron al hospital de Constanta... Era la segunda vez que me encontraba a las puertas de la muerte. Allí nos trataron humanitariamente. En tres semanas el peligro fue conjurado y pudimos volver al campo a emprender otra tarea. Eso sucede una vez sobre ciento... En el camino de regreso viví una Navidad inolvidable en un reducto donde había toda clase de bichos y centenares, o más bien miles de ratas, que se acercaban a preguntarme qué buscaba allí, y por qué venía a turbar su tranquilidad. Ni hablar de dormir en semejante ambiente.
»En el otoño de 1962, fui conducido de nuevo a la famosa prisión de Gherla. A causa de mi enfermedad era portador de un bacilo desde hacía quince años, y representaba un peligro para los civiles que habitaban esta isla. De los prisioneros, no se preocupaban aun cuando cayeran enfermos.
»En Gherla trabajé dos años en una fábrica de muebles, haciendo mesas. Me sentí más holgado en lo referente a mis necesidades materiales. Al que cumplía las «normas» le daban una tarjeta postal y podía escribir a la familia y recibir un paquete que podía llegar a los 5 kg de comida y 400 cigarrillos. Escribí una vez solamente porque entretanto me convertí en un buen fabricante de mesas.
»En la primavera de 1964, pudimos por primera vez, después de cinco años y medio, leer un libro. También nos permitieron leer el periódico del partido que trataba de los éxitos del pueblo bajo la dirección del partido comunista rumano. Querían prepararnos paulatinamente a la liberación que se avecinaba. Creo que en abril nos dijeron que seríamos liberados pero no todos a la vez sino poco a poco. Fue la primera vez que cumplieron la palabra: la liberación comenzó en abril; sólo en agosto de 1964 me llegó a mi el turno.
»Debido a que durante seis años no había tenido noticias de los Hermanos, me dejaron primero con una familia. No muy lejos de allí, a 110 km, y cerca de 50 km de Bucarest. Yo no tenía dinero y quería saber si mi madre vivía aún, ya que tenía 77 años y había sufrido un ataque cardíaco en la primavera de 1958.
»Yo fui hecho prisionero en otoño. Durante mucho tiempo pensé que estaba muerta. Había permanecido muy unido a mi madre porque ella jugó un papel muy importante en mi vocación de Hermano.
»Mi encuentro con ella fue muy emocionante para ambos. Me reservo hablar de este asunto. Incluso, después de tanto tiempo, me costaría decirlo todo. Lloró largo rato entre mis brazos y solamente podía decir: «querido hijo, querido hijo». Y yo lloraba con ella. Todos los de la casa nos acompañaban. Llorábamos todos... de alegría.
»Permanecí cuatro días donde mi madre. Deseaba ardientemente unirme a los Hermanos en Bucarest. Fui el último en llegar. Todos estaban ya reunidos. Fue un encuentro caluroso pero bastante breve. No podíamos formar comunidad. Para los comunistas, éramos hombres peligrosos. Debíamos salir de Bucarest sin tardanza. Tres Hermanos pudieron permanecer con sus padres que habitaban en Bucarest, los otros hubieron de regresar a sus lugares de origen.
»Así comenzó la segunda fase de nuestra condena. Fueron los años más duros de soportar; aun cuando no eran comparables con las dificultades de la prisión, me pusieron a prueba y los conservo en la memoria. Faltarían todavía veinticinco años... Fuimos siempre considerados por los comunistas como leprosos y perjudiciales para el estado. Pero la gente no nos veía así. Nos amaba y nos respetaba. ´Lo que es peligroso para nosotros es solamente su nombre de Hermanos de las Escuelas CRISTIANAS`, me dijo un día un oficial de la seguridad.
»Como necesitaba hacer algo para vivir, solicité un trabajo a los responsables... `para alguien como usted, no tenemos otro trabajo que el de minero´, me respondieron. Entonces me dirigí a algunos amigos. Había entre ellos personas comprensivas. Y después de cuatro meses tenía el empleo de bibliotecario. El salario era reducido pero me permitía vivir. Tuve suerte igualmente con algunos padres de familia que vivían en la vecindad. Me proporcionaron medios de sobrevivir. No tenían dinero. Recibí mucha ayuda de parte de cinco Hermanos húngaros de Satu Mare. Habían tenido la fortuna de no ser dispersados.
»Vivían lejos de Bucarest (700 km) en la frontera con Hungría; eran todos entrados en años. Cada dos meses iba a visitarlos para fortalecerme en el espíritu de comunidad. Fueron siempre gentiles y amigables conmigo. Aunque todos están muertos, debo mostrarles mi reconocimiento por el amor fraterno que me dispensaron.
»El alojamiento constituía una gran dificultad. No lograba encontrarlo. Al final, uno de mis familiares tuvo piedad de mí. Tenía una casa nueva pero no disponía más que de un cuarto habitable. Los otros no tenían ni ventanas ni puertas. Tenía cuatro niños. Tuve, pues, que compartir con ellos, durante tres meses, esta única habitación. Tuve que acomodarme, no había más remedio. Cada mañana el dueño de casa nos saludaba con un `viva Jesús en nuestros corazones´..., porque estuvo de aspirante con nosotros durante 3 años. Más tarde, se hizo sacerdote (grecocatólico). En febrero pude dormir solo. Durante el día pasaba la mayor parte con los niños porque no había leña para calentar dos habitaciones. Ayudaba a los niños a trasportar leña. Permanecí, pues, con esta familia tres años y medio hasta que, en 1968, encontré una pequeña vivienda en un Bloque de apartamentos (4,5 m x 2,5 m).
»Al principio estaba estrechamente vigilado. Sabían siempre dónde me encontraba. No podía aún entrar en relación con los Hermanos que habían vivido conmigo en Bucarest. Esto no fue posible sino dos años más tarde, cuando disminuyeron la vigilancia.
»En la primavera de 1965, en el mes de abril, tuve la visita del Hno. Liebhard, de Viena. Conocía a todos los Hermanos rumanos porque había sido profesor en Rumania antes de 1948. No vino con las manos vacías. Lo mismo había hecho en 1964, pero yo no estaba todavía libre. Nos sentíamos muy confortados con la visita de los Hermanos de Viena. Sentíamos que no estábamos abandonados ni olvidados. Experimentamos que la gran familia lasallista era una realidad.
»El Hno. Visitador nos invitó a pasar un tiempo en Viena. Éramos relativamente jóvenes (40-54) y sabíamos un poco de alemán. Además nos podrían ayudar allá. Obtuvo todos los papeles para nosotros, extranjeros. Austria dio permiso de entrar, pero las autoridades rumanas no nos permitieron salir. De manera que permanecimos en Rumania. Cada año el Hno. Visitador de Viena venía a visitarnos al menos una vez. Más tarde otros superiores también vinieron. El Hno. Asistente Richard vino dos veces, y vino el propio Hno. Vicario (actual Superior general), Hno. John Johnston.
»Estas visitas eran para nosotros ocasiones de volvernos a encontrar con cohermanos. Muchas veces fuimos interpelados sobre quiénes eran nuestros invitados, qué pretendían. Seguían temiendo que nos reorganizáramos. No nos permitían vivir en comunidad. De cuando en cuando nos preguntaban, aquí o allá, cuándo nos íbamos a casar. Eso constituía pare ellos una prueba de que abandonábamos nuestros compromisos. Gracias a Dios, todos han sido fieles hasta el día de hoy.
»Con el tiempo los vínculos se han estrechado. Nos hemos reunido más a menudo, sea para celebrar un aniversario, sea para destacar una fiesta. En 1970 se produjo un pequeño milagro, al menos yo lo considero así: el Hno. Tarcisius, que había estado prisionero 14 años, recibió, el primero, un pasaporte y pudo visitar Viena, Roma y París. ¡Fue todo un acontecimiento! La segunda vez, sin embargo, se lo rehusaron. No volvimos a sentir angustia.
»La vigilancia era más discreta. Pero no podíamos hacer cursos de religión. Podíamos ir a la iglesia cuantas veces y por el tiempo que quisiéramos.
»Teníamos la misa cotidiana. Nadie nos la prohibía. Sin embargo era imposible volver a tener vida comunitaria y llevar el hábito religioso.
»El número de Hermanos seguía disminuyendo. Los Hermanos húngaros de Satu Mare han muerto, todos a edad avanzada (de más de 80 años). El último murió en abril de 1983.
»El Hno. Tarcisius murió de repente el 25 de noviembre de 1977, de infarto. El 9 de noviembre había cumplido 60 años. Su muerte nos conmovió profundamente a todos. Había sido un luchador infatigable y firme contra el comunismo. Aun en prisión seguía protestando cuando trataban injustamente a un prisionero.
»En 1983, me llegó el turno de obtener un pasaporte. Casi no me lo creía. En el mismo año, otro Hermano recibió también su pasaporte. Así que pasé un mes con los Hermanos de Viena. En 1987, pude volver a salir del país. Esta vez fue más sencillo porque estaba jubilado. Fui a Roma y a la Casa generalicia. Por segunda vez, el sueño se convertía en realidad en 1989 y duró seis semanas en el Centro Internacional Lasallista de Roma.
»El final del año 1989 nos ha traído nuevas esperanzas. En Navidad, pudimos oír de nuevo los villancicos y seguir (con permiso) la Misa televisada. La larga noche de 42 años de opresión comenzaba a iluminarse. El gobierno comunista era derrocado. Pudimos volver a respirar. Y pudimos cantar en nuestro interior el Te Deum. No nos atrevíamos a creerlo.
»Desgraciadamente, después de un año, constatamos que los nuevos dirigentes no parecen tomar muy en serio la libertad religiosa. Las comunidades religiosas no son todavía reconocidas ni les han entregado aún sus conventos y propiedades. Nosotros, Hermanos, aunque viejos y poco numerosos, hemos salido al fin de la noche.
»Un Hermano enseña en el seminario de Alba Julia, otro en el seminario de Iasi. Éste acompaña a un aspirante que desea ser Hermano de las Escuelas Cristianas.
»Desde la fiesta de Cristo Rey, se ha constituido una pequeña comunidad en Oradea, a 15 kilómetros de la frontera húngara.
»Sobre todo, hemos sido invitados a continuar la actividad en centros donde habíamos trabajado antes.
Aunque seamos pocos por el momento seis Hermanos, de los cuales dos enfermos, y de edad avanzada: de 67 a 81 años, somos optimistas y confiados en la Providencia. Los catorce Hermanos santos y beatos nos ayudarán. La obra de san Juan Bautista de La Salle en Rumania no puede y no debe morir.
»Nos dirigimos a todos los Hermanos del mundo para pedirles que no nos olviden en sus oraciones. Venceremos... no con nuestras solas fuerzas... Nuestros Hermanos santos y la multitud de 150.000 Hermanos de las Escuelas Cristianas que en el curso de los siglos han llevado las libreaslasallistas están con nosotros; ellos nos ayudarán. Estamos convencidos de que Dios nos asiste, y cuando Dios «está con nosotros, ¿quién estará contra nosotros?».