Algunos piensan que la santidad es accesible sólo a un grupo selecto de personas que han cambiado definitivamente la historia. Si eso fuera verdad, este ingeniero y profesor universitario tendría pocas posibilidades.
El sacerdote Carlos Cox ha investigado la vida corriente del chileno Mario Hiriart y está convencido de que es un santo. Nació en Santiago en 1931 en una familia poco creyente pero en el colegio decidió tomarse en serio la religión.
Gracias a un sacerdote conoció el movimiento de Schoenstatt donde le enseñaron a explotar su talento como estudiante para ayudar a los demás y para encontrarse con Dios.
“Curiosamente de su generación, muchos entraron a la primera generación fundadora de los padres de Schoenstatt. Y él obviamente se lo planteó pero vio que su vocación no iba por ese lado sino que su forma de llevar el espíritu de Dios, y de la espiritualidad de Schoenstatt, era a través de su vocación de laico consagrado”, dice Carlos Cox, vicepostulador de la Causa de Beatificación en Chile.
Con 20 años tuvo una experiencia muy fuerte de Dios a través de la naturaleza en sus excursiones en el Valle de Elqui, en el norte del país. Allí entendió que su vocación era ser laico consagrado de los Hermanos de María, un instituto secular nacido entre los prisioneros de la Alemania nazi.
“Por nacer justamente en un campo de concentración, la idea es: el mundo tiene que ser renovado desde Cristo. No podríamos nosotros enfrentar un mundo si no hay gente que desde Cristo quiere traer lo que nosotros llamaríamos en lenguaje moderno una nueva cultura, una nueva civilización. Eso a él le toca”.
Comenzó a trabajar como ingeniero. La empresa chilena CORFO contrató a economistas e ingenieros de prestigio y él fue uno de ellos.
A pesar de haber entrado tan joven a formar parte de la élite de la ingeniería de su país, vio que desde la universidad podría ayudar a más personas.
“Es contratado en una, se llama, Corporación de Fomento de la Producción, que era el motor de desarrollo chileno de esos años 50-60. Pero al mismo tiempo su vocación le muestra que su anhelo profundo es acercarse al joven que está en un proceso de maduración y crecimiento”, señala Carlos Cox.
Dejó el trabajo en la empresa para ser profesor en la Universidad Católica de Chile donde le recuerdan por su entusiasmo y su perpetua sonrisa. Sin embargo, tuvo muchos problemas de salud y no le faltaron las incomprensiones dentro del movimiento Schoenstatt por su intensa dedicación a la enseñanza y a los jóvenes.
En 1964, viajó a Estados Unidos para hablar con el fundador, el padre Joseph Kentenich. Durante su viaje le diagnosticaron cáncer de estómago y falleció un día después de su encuentro con Kentenich, a los 33 años.
Su vida ya está en el Vaticano para ser analizada por un equipo de teólogos como parte del proceso de beatificación. Un joven ingeniero que pese a su sufrimientos y frágil salud siempre sonreía.