Abrir las iglesias, por unas razones o por otras, supone siempre una llamada a la conversión... y la posibilita. Es el caso de Yannick, un cocinero que no veía la luz los fines de semana. Ni la luz del sol, ni la luz de una vida espiritual ordenada. Hasta que el 2 de abril de 2005, en medio del fragor de los fogones supo el fallecimiento del Papa Karol Wojtyla. Él mismo lo cuenta para Découvrir Dieu:
Desde que entré en la edad adulta, por mi oficio de cocinero trabajaba todos los fines de semana y no podía ir a misa. Así viví durante veinte o veinticinco años. Una noche me enteré por la radio, mientras trabajaba, de la muerte de Juan Pablo II.
Diez minutos más tarde, me dijeron que la iglesia que había al lado del restaurante estaría abierta toda la noche para que la gente pudiese ir a rezar.
Cuando salí del trabajo, sentí una necesidad imperiosa de rezar, algo que realmente me impulsaba a hacerlo ante el sagrario. Y durante esa oración me reencontré con Dios.
Digo que me reencontré porque nunca había estado alejado de Él, nunca había dejado de rezar. Pero era más bien una oración de petición: “Dame esto, haz esto por mí…” Ahora me sentía allí en acción de gracias, porque Juan Pablo II era alguien importante para mí. Alguien a quien había tenido la ocasión de conocer en una peregrinación a Roma, y la forma en la que nos había saludado en la Plaza de San Pedro me había impactado enormemente.
Desde aquel momento, empecé poco a poco a volver a misa. Iba una vez al mes o cada dos meses, y luego cada vez con mayor frecuencia y gran alegría.
Un cáncer, una Biblia y un médico musulmán
Hace siete años tuvieron que operarme de urgencia de un cáncer colorrectal. Esa mañana el cirujano vino a mi habitación y me dijo: “Le operaré a las dos de la tarde, tengo para cuatro horas”. Pero sucedió que en el quirófano hice una peritonitis, y en vez de durar cuatro horas, la operación duró ocho horas y media. Luego, tres semanas en cuidados intensivos.
Lo único que recuerdo cuando desperté es que mis padres estaban conmigo y que lo primero que les pedí fue mi Biblia.
Cuando el cirujano, que era musulmán, la vio, dijo: “Ahora lo entiendo mejor. En la mesa del quirófano tuve la sensación de estar siendo guiado, veo que yo no estaba solo”. Me pidió permiso para rezar conmigo cuando él pudiese. Y así, todas las tardes rezábamos juntos durante cinco o diez minutos:, pedíamos por las operaciones difíciles que tuviera que hacer, por los enfermos en cuidados intensivos y por todos los enfermos del hospital. Para mí, esta experiencia fue muy fuerte. Me di cuenta de que aumentaba mi fe y me fortalecía en mi religión.
Descubrí que Dios no es alguien lejano, sino alguien muy próximo, un padre que nos toma en sus brazos. Y ahora la Eucaristía se ha convertido en una necesidad, en una respiración, una fuerza de vida, y la Adoración aún más. Es un diálogo, como cuando uno habla a un amigo, sin obligaciones: simplemente le hablas. Una conversación, algo natural. Para mí, Dios es un amigo y le hablo como un amigo.