A sus 42 años, José Manuel Anguiano admite haber ha dedicado gran parte de su vida a buscar la verdad desde un ateísmo radical y militante. Todo se aceleró, de forma muy distinta a la que esperaba, cuando su hija le pidió hacer la comunión. Decidió acompañar a su hija a la Iglesia, cuando presenció algo que le resultó "imposible de explicar".
Cuenta al programa de testimonios Mater Mundi que empezó a alejarse de la fe en su juventud: "Entré en una dinámica en la que solo me separaba más y más, con mucha seguridad en mí mismo, construyendo una vida y cosmovisión en la que rechazaba todo lo que no podía entender".
Recuerda que "todo era maravilloso". Al menos al principio, entregado a su familia y a una de sus grandes pasiones, el estudio y la formación.
"Tenía todo lo que deseaba, vivía en el campo, tenía una mujer y unos hijos maravillosos, no tenía problemas de dinero y vivía tranquilo con mi ateísmo, pero notaba que algo no me llenaba", admite.
La religión, "un engañabobos basado en la ignorancia"
Para José Manuel, las religiones eran "todas iguales, engañabobos basadas en la ignorancia". Pero conforme más profundizaba en el estudio -desde la historia, la música o la física cuántica- se fue dando cuenta de los errores y mentiras que le habían inculcado.
"Empecé a plantearme hasta qué punto podía tener algunos de esos errores en la cabeza. Me di cuenta de que, desde mi ateísmo, tenía fe, porque siempre tienes que creer en algo, ya sea un libro de texto, un profesor o un estudio científico", afirma.
Bajo una mentalidad racionalista, se propuso "desaprender" todo lo que creía saber y conocer de nuevo toda la realidad a partir de sus propios sentidos y conocimientos, sin que nada ni nadie condicionase su forma de pensar.
Fe ciega en la ciencia
Deseaba, por encima de todo, conocer la verdad. "Tenía una fe ciega en la ciencia, que nunca cuestionaba. Cuando empecé de cero escuchaba a filósofos y opiniones de cualquier religión que hubiese en el mundo, y empecé a abrirme a la idea de que Dios, pudiese existir", explica.
Mientras investigaba, "el último sitio al que quería llegar era el catolicismo", pero José Manuel veía como muchas de las ramas del conocimiento le llevaban siempre al mismo destino.
"Llegó un momento en el que alcancé cierto agnosticismo y creía que podía haber un Dios todopoderoso pero que nunca podría ser capaz de dar con todas las respuestas que buscaba", comenta.
Lo que no esperaba era que su hija, habiéndose criado entre el ateísmo de su padre y el protestantismo de su madre le pidiese hacer la comunión.
"Dudaba de todo y le dije que si lo hacía tenía que ser solo por fe, porque no habría ni fiestas ni regalos. No puso problema", relata.
El sonido del Evangelio
Juan volvía a casa con su hija, "sin creer si Dios existía o no" cuando sintió "un poderoso impulso" para confesarse.
"Llevaba 30 años sin hacerlo", explica. "Fui a llevar de nuevo a mi hija a catequesis cuando le dije al sacerdote que quería confesarme". José Manuel se derrumbó. "No podía parar de llorar, sentí que me estaban perdonando físicamente. No lo puedo explicar", afirma.
Pasó una semana más, y cuando fue a llevar de nuevo a catequesis a su hija, le ocurrió un nuevo y extraño suceso. "Al entrar los retablos y figuras tenían un sentido que no había percibido antes. Empezó la misa y las palabras del Evangelio empezaron a retumbarme en la cabeza mientras escuchaba lo mejor que se podía decir en todo el universo".
Se quedó quieto y en silencio en el banco. Llevaba décadas buscando la verdad y sabía que la había encontrado en el último lugar donde había querido hacerlo todo ese tiempo.
"Entonces fui a comulgar y cuando el sacerdote puso la hostia consagrada en mi lengua noté una explosión de amor y de calor físico que no puedo explicar pero que me hizo empezar a llorar. Me dejó en shock", añade.
Por primera vez, José Manuel tenía una certeza y no la podía explicar. "Dios estaba en la Eucaristía, me había buscado sin yo merecerlo y su misericordia salió a mi encuentro antes de que yo pudiera arrepentirme", relata. "En la Eucaristía fue donde me encontró el Señor".
Tras la conversión del matrimonio, la familia de José Manuel Anguiano comenzó a girar en torno a la fe, la Iglesia y las peregrinaciones marianas.
La Iglesia tenía todas las respuestas
El cambio en su vida fue radical. "De repente tenía mucha paz. Sabía que la verdad la tiene la Iglesia, y tuve `hambre´ de conocer a Dios. Vi que para todos los problemas y objeciones que yo ponía había respuestas, pero no me había molestado en escucharlas".
En su casa, la noticia fue recibida como una locura. "Mi mujer empezó a ver un cambio en mí muy grande, y sabía que no podía decirle de repente que conocía la verdad y que ella tenía que creerla. Traté de hacer un cambio mío, interior y personal".
Empezó a ser consciente de que su vida y su carácter cambiaban por completo. "No me llevaba con mi hermana, y de la noche a la mañana quería verla y me preocupaba por ella", explica.
Un día, su mujer, que era luterana y llevaba años viviendo el ateísmo de su marido, le propuso acompañarle a misa. "Yo no quería imponerle nada, pero empezó a acompañarnos y a sentirse como una vuelta a casa. Fui a hacer una consagración, me acompañó y empezó a rezar el rosario diario", explica.
Dios, en el centro de la familia
Juan Manuel cuenta que desde ese momento, el matrimonio y sus hijos se esfuerzan por poner a Dios en el centro de su hogar.
"Empezamos a ordenar nuestra vida, nos casamos por la Iglesia y rezo por la conversión de mis amigos ateos. Dios es el centro y eso se traduce en oración y sacramentos, pero también en hechos concretos", explica Juan Manuel.
Hoy, ayuda semanalmente en la parroquia, su hijo es monaguillo, la familia al completo colabora con Marys Meals y realizan frecuentes peregrinaciones marianas.
"Medjugorje fue como tocar un poco el cielo. Lo único de lo que tengo ganas es de hacer peregrinaciones y encontrarme con el Señor y la Virgen. Mi vida ahora es el Señor, e intento buscarlo todo lo que puedo", concluye.
Puedes conocer aquí la historia completa de conversión desde el ateísmo militante de José Manuel Anguiano.