Alumno de las escolapias, monaguillo en misa, cofrade…Hasta los 14 años, la vida de Pedro Arranz estuvo marcada por una profunda fe heredada de sus padres. "La movida madrileña" no dejó rastro de aquella vida, que sustituyó por el alcohol y las drogas. Un casual encuentro décadas después con el rosario y una "servidora de Cristo" le hizo replantearse su vida y misión.
A sus 60 años, Pedro recuerda haber tenido una infancia feliz, "sin ningún mal trago". "Mi familia practicaba la fe, fui a un colegio de monjas y después pasé por un colegio privado en el que tenía religión, pero no me enteraba de nada", explica al programa de Hogar de la Madre, Cambio de Agujas.
Conforme comenzaba la adolescencia, ir a misa se convirtió en "un acto con el que empezaba el domingo" junto a sus amigos. Tenía 14 años cuando no quedó "ningún recuerdo" de la fe en su vida.
"En la movida no había hueco para Dios"
"Cuando empecé el instituto, mi vida se separó de la Iglesia. Me desentendí. Había sido monaguillo, cofrade… pero me olvidé por completo", cuenta.
A sus 60 años, Pedro relata cómo fue su adolescencia a finales de los años 70. "Eran los tiempos de la movida madrileña, que viví de pleno. Me sumergí en el mundo y todo lo que conlleva. Siempre he fumado bastantes porros y abusaba del alcohol, y no había hueco para Dios", sentencia.
Al acabar los estudios de topografía, ingresó en la mili, donde pudo especializarse en el mismo campo de estudio. Santander, los Pirineos, Algeciras, Palma de Mallorca, Gijón, Madrid… "Había muchísimo trabajo, nunca tuve problema para cambiar de empleo", explica. Desde entonces, su carrera laboral fue meteórica.
Y se casó. "Dios te da señales que tú no ves: 15 días antes de casarme, la que luego fue mi mujer dijo que no quería casarse, cosa que yo no aproveché. No tendría que haberlo hecho, duró 2 años y nos separamos", menciona.
El Puente de "La Pepa" en Cádiz es una de las obras de mayor envergadura en que ha colaborado el topógrafo Pedro Arranz.
Levantando el puente más grande de España
Y con la separación, el éxito laboral del topógrafo contrastaba con una crisis personal cada vez mayor. "Empecé a abusar del alcohol, y no había ninguna relación con Dios, tanto que me casé por lo civil", explica: "Mi vida profesional empezó a subir, y así comenzó una vida dedicada al trabajo y la bebida".
El túnel de Guadarrama del AVE o el puente gaditano de "La Pepa" (el mayor de España) son algunos de los grandes proyectos de ingeniería y topografía en los que Pedro colaboró y dirigió durante aquella época.
Estando destinado en Cádiz conoció por casualidad a una chica de Alcalá, madre de un niño de 5 años. "Fue lo más parecido a una familia que he tenido nunca. No fue bien, abusamos del alcohol y los porros", relata.
La adicción a la que llegó su novia fue insoportable para Pedro. "Me fui de mi casa y los dejé aquí viviendo. Así comenzó una especie de calvario, y me sentí solo, fracasado y avergonzado", admite.
Una de las obras cumbre de Arranz fue la topografía necesaria para los túneles del AVE de Guadarrama o el puente de Cádiz.
De la soledad a la comunidad
Veía como sus amigos y conocidos avanzaban su vida mientras él se estancaba cada vez más. "Estuve un año y pico yéndome a vivir solo, planteándome cuál era mi vida. No me relacionaba, no quería otra relación, y el miedo a la soledad iba calando", afirma.
"Ahí empezó mi contacto con Dios", relata. Era el primer día de vacaciones de Navidad, cuando unos amigos lograron sacarle de casa. "Había una chica, empezamos a hablar y al cabo de 5 minutos me dijo que servía a Cristo", explica.
"Me pilló por sorpresa", admite Arranz: "Poco después me regaló un rosario, y me convenció de que tenía que hacer un retiro de Emaús. Yo no tenía miedo a nada, pero me dijo que era algo que quizá no superase debido a la presión".
Y llegó el retiro. "Me pasé el fin de semana llorando, desde el primer minuto hasta el último", afirma sin dar detalles queriendo mantener "el secreto" de los retiros.
Tras aquella experiencia, Pedro recuperó su fe hasta que se encontró yendo a misa diaria. Recuerda especialmente el tiempo de pandemia. "Era una misa de lo más vivida. Éramos dos fieles y el sacerdote, cuando estaba prohibidísimo salir a la calle", explica.
Si hay algo que no le gusta a Pedro, es desconocer lo que está viviendo. Y en aquel momento, comenzaba a vivir la fe más que nunca: "Empecé a estudiar de verdad, en profundidad, empezando por el Catecismo".
A día de hoy, Pedro va a misa todos los días, reza el rosario y escucha varias homilías y sermones cada día. "Mi gran interés es el estudio de nuestra religión", confirma.
Desde que fue a Emaús, y especialmente desde la pandemia, ha perdido el miedo que siempre tuvo a la soledad. "Ya no lo estaba. Formaba parte de una comunidad, que es Emaús. Y de una mucho más grande, que somos los católicos", explica. Pedro comenzó a tener amigos con los que podía hablar de cosas que no podía con otras personas y puso en práctica el servicio al prójimo.
Hoy es servidor en los retiros de su comunidad, ostiario en una catedral y cocinero en una casa de acogida San Juan Pablo II. "Me di cuenta de que la fe es un don, y de que si soy así es porque me ha elegido Dios", concluye.