El 26 de julio de 2016, el martirio del sacerdote Jacques Hamel a manos del Estado Islámico mientras celebraba misa sacudió los corazones de millones de católicos. “Señor, te ofrezco mi vida”: fueron las últimas palabras del religioso, al que los medios se referían como “el primer sacerdote asesinado por la Yihad en suelo europeo”.
Desde entonces, Jacques Hamel se encuentra en proceso de beatificación, aumentando los parecidos con el martirio del sacerdote Leo Heinrichs, “el Jacques Hamel del siglo XX”.
Sacerdote y emigrante querido por sus feligreses
Leo Heinrichs nació en Colonia (Alemania) el 5 de agosto de 1867, y desde su juventud expresó su vocación de convertirse en Franciscano. En abril de 1886 se trasladó a New Jersey y entró en el seminario franciscano, donde concluyó sus estudios y fue ordenado sacerdote en 1891.
Desde aquel año, comenzó a ejercer su ministerio en diversas zonas de Estados Unidos, hasta que le fue asignado el destino en Denver. Durante su estancia, fue un sacerdote con una gran labor apostólica, caritativa y querido por sus feligreses.
El peor crimen de la historia de la Iglesia en América
Su apostolado transcurrió con normalidad, hasta un imprevisible cambio de horario. El sacerdote franciscano debía celebrar la misa matinal de 8:00 en la parroquia de Santa Isabel de Hungría, en Denver (EE.UU.), de no ser porque tenía una reunión más tarde. Por este motivo, le pidió a su vicario, el padre Wulstan Workman que cambiara la celebración a las 6 de la mañana.
Días más tarde, el 27 de febrero de 1908, la portada del Denver Catholic Register amanecía con unas impactantes palabras: “Quizá el peor crimen de la historia de la Iglesia Católica en América fue cometido el 23 de febrero en Denver durante la celebración de la misa, cuando el sacerdote Leo Heinrichs fue disparado por un anarquista italiano al que acababa de dar la comunión”, relata el diario.
Un asesinato premeditado y sacrílego
En aquel momento, los atentados de movimientos anarquistas y socialistas sacudían con frecuencia los países occidentales, con especial inquina contra la fe católica. Giuseppe Alia era un inmigrante siciliano de 56 años que residía en Denver. Alia acudió a misa de 6 y, como explica el diario de la ciudad, “se situó frente al púlpito, esperando a que apareciese el sacerdote”, relata el diario.
“Al no haber homilía en misa de 6, persistió en su intento y conforme se acercó el momento de recibir la comunión, caminó por el pasillo central hasta el altar de la Virgen, donde se arrodilló”.
Alia levantó la cabeza y recibió la comunión mientras escuchaba al hombre que iba a matar: “El cuerpo de nuestro Señor Jesucristo custodie tu alma para la vida eterna”, pronunció el sacerdote. Apenas había terminado de pronunciar estas palabras cuando Alia escupió la Hostia en su rostro, sacó un arma de su bolsillo y disparó al sacerdote en el corazón.
Giuseppe Alia, asesinando al sacerdote Leo Heinrichs
Solo le preocupaba proteger la Eucaristía
“El padre Leo se tambaleó y se derrumbó en el suelo del santuario, esforzándose con el instinto propio del sacerdote por recoger las partículas consagradas que habían salido disparadas del cáliz”.
Pese a la agonía inmediata que sufrió el sacerdote, su única preocupación era salvar de la profanación las hostias que habían caído a su alrededor. Ni los gritos de los fieles enfurecidos ni la curiosidad por saber quién le había disparado lograron distraerle de su objetivo: evitar que continuase el sacrilegio.
“El padre Wulstan llegó justo a tiempo para administrarle los últimos sacramentos al sacerdote cuando expiró”. Como último acto de Heinrichs en vida, “señaló en silencio el contenido del copón, donde dejó dos hostias que recuperó del suelo y lo dejó en el altar de la Virgen”.
Una muerte a los pies de María
“Tras un frustrado intento de huir, Giuseppe Alia fue encarcelado, donde confesó que era anarquista y que había planeado asesinar varios sacerdotes ese día, sin mostrar arrepentimiento por sus acciones”, detalla El Pueblo Católico. “Pese a la solicitud de clemencia por los franciscanos de Colorado, Alia fue condenado a muerte. Sus últimas palabras fueron `¡Muerte a los sacerdotes!´”.
“Una semana antes de morir”, recuerda el diario, “el padre Leo dijo a la Sociedad Mariana de la Congregación de Nuestra Señora que de poder elegir un lugar donde morir, sería a los pies de la Santísima Virgen”. Tal y como confirmó más tarde un testigo presencial del asesinato, el padre Leo murió a los pies del altar de la Santísima Virgen, con una pacífica sonrisa en su rostro.
"Cuando llegue la muerte, debemos estar en paz"
Pocos días antes de su muerte, “durante la celebración de un funeral”, relata el Denver Catholic Register, “el sacerdote habló sobre las muertes repentinas, y advirtió a todos los que le escuchaban de que debían estar siempre preparados para encontrarse con Dios. La muerte”, dijo el sacerdote, “puede venir en cualquier momento, bajo cualquier circunstancia. Debemos vivir de tal modo que cuando llegue ese día, estemos en paz con Dios y no temamos a la muerte, que solo es una feliz transición a la vida con Dios”.
Tras un funeral multitudinario, su cuerpo fue trasladado al convento de Paterson y enterrado en el cementerio católico de Totowa (New Jersey).
Penitencia, martirio y proceso de beatificación
Además de su heroico martirio, el informe forense reconoció elevados grados de penitencia a los que se sometió el sacerdote, dejando en su cuerpo extensas cicatrices causadas por cilicios y penitenciales, lo que confirmaron después los frailes que le conocían al entrar en su habitación y observar que carecía de lecho, y dormía sobre una puerta.
La vida, obras y muerte del sacerdote motivaron que en la década de 1920 la orden franciscana abriese una investigación, que supuso el inicio de su proceso de beatificación en 1938, y que sigue abierto hasta la fecha.
Podcast American Catholic History, dedicado al martirio de Leo Heinrichs