Umberto Benigni (1862-1934), el sacerdote fundador de la Liga de San Pío V o Sodalitium Pianum, la célebre Sapinière (en francés, el abetal), siguió el rastro del modernismo por toda Europa.

La advertencia del español Merry del Val

Esta herejía inquietaba a las mentes más clarividentes de la Iglesia. “Está haciendo un daño incalculable, destruyendo la fe a derecha e izquierda, y no me sorprendería nada que, más pronto o más tarde, el Santo Padre deba denunciarla”, escribía en 1906 el español Rafael Merry del Val (1865-1930), secretario de Estado de San Pío X.

Así fue. Lo hizo en 1907, con la encíclica Pascendi y el decreto Lamentabili, elenco de sus 65 errores principales, y en 1910 obligando a todos los sacerdotes a prestar el juramento antimodernista en el momento de su ordenación.

El modernismo era claro en su esencia: la fe no es un asentimiento del hombre a la Revelación, sino una expresión subjetiva del sentimiento religioso; y evoluciona con él, pudiendo revestir expresiones contradictorias a lo largo de los siglos.

Allí donde la herejía se manifestó con esta claridad, no fue difícil extirparla. El problema se presentaba en artículos, libros o asociaciones donde tales ideas, en forma ambigua y evanescente, envenenaban la exégesis, la liturgia o la teología espiritual.

Una tarea ingrata, pero necesaria

Había que detectar y denunciar esto. Una tarea que asumió sobre sus espaldas monseñor Benigni, director de diversas publicaciones católicas, defensor del Papado frente al expolio de los Estados Pontificios y enemigo declarado de la masonería.

Umberto Benigni.

Tan erudito y políglota como incansable trabajador, tras enseñar Historia de la Iglesia en el Seminario Vaticano y en la Academia de Nobles Eclesiásticos (la escuela diplomática de la Santa Sede), a finales de siglo se incorporó a la Biblioteca Vaticana.

León XIII le nombró en 1902 consultor de la comisión histórico-litúrgica, y San Pío X en 1906 subsecretario de la Congregación de Asuntos Eclesiásticos Extraordinarios, es decir, el número cinco de la Secretaría de Estado.

Pero a la Historia ha pasado por crear en 1909 el Sodalitium Pianum, una red internacional compuesta por un centenar de sacerdotes, religiosos y laicos (35 están identificados) que recurrían a métodos propios de los servicios de inteligencia, como el cifrado de mensajes, para alertar a las congregaciones romanas de las actividades subrepticias de los círculos modernistas y sus redes intangibles de ayuda mutua.

La Sapinière alimentó prensa antimodernista en todos los idiomas y países de Europa. Y tuvo enemigos tanto eclesiásticos como políticos, en particular un ministro de la Tercera República Francesa como fue el radical-socialista Aristide Briand.

¿Sociedad secreta?

Su labor más polémica consistió en identificar focos inaparentes de la herejía, establecer conexiones entre sus sostenedores, y hacer llegar a Roma informes que ayudasen a los dicasterios y a los obispos en su labor vigilante, evitando que los modernistas ocupasen puestos de relevancia en seminarios y universidades católicas.

No puede hablarse de sociedad secreta, pues el cardenal Gaetano De Lai, secretario de la Congregación del Consistorio (hoy de los Obispos), estaba al tanto de sus actividades e informaba de ellas al Papa.

Eso sí, sus miembros no eran conocidos públicamente, para “garantizar su libertad de acción y prevenir reacciones y oposiciones”, según explicó el relator de la causa de canonización de San Pío X, el franciscano Francesco Antonelli.

Que el pontífice alentaba la labor de monseñor Benigni está documentado. Aun si quisiéramos considerar protocolarias las tres bendiciones autógrafas a la Sapinière que se conservan, también se sabe que lo subvencionó con mil liras anuales.

Los errores, y el final

Ese apoyo genérico no le hace responsable de algunos errores y excesos que cometió Benigni en sus denuncias. En 1911 se apartó de la Secretaría de Estado para evitar confusiones entre la diplomacia vaticana y los riesgos que implicaba su labor de contraespionaje. No salió por la puerta falsa, sino con un cargo honorífico creado por San Pío X exclusivamente para él.

La prueba del nueve del apoyo pontificio es que el Sodalitium se autodisolvió a la muerte del Papa Giuseppe Sarto en 1914, aunque en 1915 decidió volver a la brega. Benedicto XV no se opuso, pero su influencia empezó a languidecer, hasta que en 1921 el cardenal Raffaele Sbarretti, prefecto de la Congregación del Concilio (hoy del Clero), lo disolvió.

Benigni se fue quedando solo, mas no abandonó la lucha que daba sentido a su vida. Derrotado en apariencia el modernismo y resuelta la cuestión romana con los Pactos de Letrán firmados con Benito Mussolini en 1929, mantuvo por su cuenta el frente contra sus otros enemigos: la masonería, el catolicismo liberal y la democracia cristiana.

Y si bien coqueteó con el fascismo, nunca se dejó deslumbrar por ese “nacionalismo pagano” contra el que se había alzado asimismo en su punto undécimo el Programa del Sodalitium Pianum.

“De temperamento batallador y violento”, dice la Positio de canonización de San Pío X al enjuiciar a Benigni, “y amargado tras el naufragio de su actividad, sus invectivas y polémicas fueron a veces desagradables. Eso no quita que tenga sus méritos y haya querido servir a la Iglesia”.

Faltaría más. La sirvió en el puesto más ingrato, aquel que roba la fama mundana y, pasado un tiempo, todos prefieren aparentar que no existió.

Artículo publicado en su día en el semanario Alba.

Película Los hombres no miran al cielo, la única existente sobre el Papa San Pío X
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