Investigando para una biografía sobre Nancy Reagan, esposa del que fuera presidente de Estados Unidos entre 1981 y 1989, la columnista del Washington Post, Karen Tumulty, se encontró con una enorme sorpresa: una carta manuscrita y de carácter privado que Ronald Reagan enviaba a su suegro moribundo Loyal Davis, abiertamente ateo. En el escrito le exhortaba a convertirse antes de que muriese haciéndole ver que existe vida eterna, y hablándole de Cristo, de la Virgen, mientras hacía un recorrido por las Escrituras.
La carta, fechada el 7 de agosto de 1982, no formaba parte de los registros presidenciales sino que se encontraba en una caja de cartón con los efectos personales de Nancy Reagan. La periodista que ha descubierto la misiva llega a la conclusión tras analizarla en profundidad que “la fe no fue una estratagema electoral para Ronald Reagan; sus palabras privadas muestran que formaba el núcleo de que lo que él era”.
Un suegro moribundo y abiertamente ateo
El entonces presidente de Estados Unidos decidió dedicar un buen rato de su tiempo en plena Guerra Fría para animar a su suegro, hablándole de un Dios bueno y amoroso. Loyal había escrito en el pasado que “nunca he podido creer en la divinidad de Jesucristo ni en su nacimiento virginal. No creo en su Resurrección, ni en el cielo ni en el infierno como lugares”.
Unos días después de que leyera la carta, el 19 de agosto moría este destacado neurocirujano. Nancy, que estaba junto a su padre cuando falleció, explicó más adelante que su padre “recurrió a Dios en los últimos instantes de su vida”.
De izquierda a derecha, Nancy, Ronald, Nelle Reagan (madre del futuro presidente), Loyal y Edith (padres de Nancy)
“Dos días antes de su muerte pidió un capellán al hospital y rezó con él. Me di cuenta de que estaba más tranquilo y no tan asustado”, dijo Nancy.
Una ayuda antes de la muerte
Reagan, que junto a San Juan Pablo II y Margaret Thatcher, son considerados como los grandes responsables de la caída del Muro de Berlín, hace un recorrido tanto de su propio recorrido de fe como de la historia del cristianismo.
“Querido Loyal, espero que me perdones por esto, pero he querido escribirte desde que hablamos por teléfono. Soy consciente de la tensión que estás viviendo y creo con todo mi corazón que hay ayuda para esto”, comienza la carta el presidente norteamericano.
En su escrito, Reagan escribe a su suegro: “conozco tus sentimientos, tus dudas, ¿pero podría insistir un poco más?”. Y entonces vuelve a hablar de Cristo a este hombre moribundo.
La vida eterna
“Tú, Loyal, y Edith, habéis conocido un gran amor, más de lo que muchos han podido tener. Ese amor no terminará con el final de esta vida. Nos han prometido que esto es solo una parte y que hay una vida más grande, una gloria mayor nos espera. Os espera juntos un día y todo lo que requiere es que creáis y digáis a Dios que os ponéis en sus manos”.
Reagan cita Juan 3, 16: “Tanto amó Dios al mundo, que envió a su Hijo único, para que todo el que crea en Él no perezca, sino que tenga vida eterna”.
Por ello, insiste a su suegro que “se nos ha prometido que todo lo que tenemos que hacer es pedirle a Dios en el nombre de Jesús que nos ayude cuando hayamos hecho todo lo posible, cuando hayamos llegado hasta el final de nuestras fuerzas y habilidades, y tendremos esa ayuda. Sólo debemos confiar y tener fe en su infinita bondad y misericordia”.
Ronald y Nancy Reagan, junto a San Juan Pablo II
Un recorrido por las Escrituras
El que fuera un conocido actor y gobernador de California antes de acceder a la Casa Blanca continúa su misiva explicándole la historia de Cristo, como un elemento providencial. “Unos setecientos años antes del nacimiento de Cristo, los profetas judíos predijeron la venida de un Mesías. Dijeron que nacería en un lugar humilde, se proclamaría a sí mismo el Hijo de Dios y sería condenado a muerte por decirlo”, escribe.
Reagan, que era cristiano presbiteriano, recuerda igualmente en la misiva que “en total hubo 123 profecías específicas sobre su vida, todas las cuales se hicieron realidad. La crucifixión era desconocida en aquellos tiempos, sin embargo, se predijo que sería clavado en un madero. Y una de las predicciones fue que nacería de una Virgen, ahora sé que es probablemente lo más difícil de aceptar para ti como médico. La única respuesta que se puede dar es que fue un milagro”.
Sin embargo, considera que la historia de Cristo es un milagro aún mayor. “O Él era quien decía ser o era el mayor impostor y charlatán que jamás haya existido. Pero, ¿un mentiroso y un impostor sufrirían la muerte que tuvo cuando todo lo que tenía que hacer para salvarse era admitir que había estado mintiendo?”, plantea a Loyal.
El inigualable "impacto" de Cristo en la historia
A lo largo de su extensa carta prosigue: “El milagro es que un joven de 30 años sin credenciales como erudito o sacerdote comenzó a predicar en todas las esquinas. No poseía más que la ropa que llevaba puesta y no viajó más allá de un círculo de menos de cien millas alrededor. Hizo esto sólo durante tres años y luego fue ejecutado como un delincuente común”.
La conclusión a la que llega Ronald Reagan es que pese a todo esto “durante dos mil años Él ha tenido más impacto en el mundo que todos los maestros, científicos, emperadores, generales y almirantes que alguna vez hayan vivido, más que todos juntos”.
Una experiencia de cuando era gobernador
Incluso llega a contarle una experiencia concreta de su vida. El presidente contaba a su suegro como había sufrido durante meses una úlcera durante su primer año como gobernador en California. Sus síntomas iban desde un dolor constante a tremendos ataques, que inexplicablemente desaparecieron un día.
Precisamente, al abrir el correo aquel día en su oficina las dos primeras cartas eran de personas que no conocía que le escribieron para informarle que pertenecían a un grupo que se reunía regularmente para rezar por él.
Justamente después de ver estas dos cartas, un joven de su equipo legal entró en su despacho para una reunión rutinaria. Al salir, este empleado le dijo a Reagan: “Gobernador, creo que tal vez le gustaría saberlo: "algunos miembros del personal entramos antes cada mañana y nos reunimos para rezar por usted”.
“¿Coincidencia?”, escribe Ronald a su suegro. “No lo creo”. Entonces les cuenta también en la carta que unas semanas después de este suceso su médico se quedó perplejo pues corroboró que ya no había ninguna úlcera ni había pruebas de que alguna vez hubiera habido.
Por ello, recuerda a Loyal que “hay una línea en la Biblia” que dice que “donde quiera que dos o más estén reunidos en mi nombre, allí estaré yo también”.