Hace solo algunos años, a la gallarda edad de 75 años, se puso a recorrer con su paso veloz los más de dos mil kilómetros que separan Valencia de Lourdes. A pie, en 67 días inolvidables. En 2002, en cambio, tardó cuatro meses para recorrer los 4 mil kilómetros que van de Moscú a Valencia. En total: más de seis mil kilómetros a través de Europa, equipado con un pequeño carrito de tres ruedas y durmiendo en albergues, hostales o donde fuera. Es todo un peregrino Carlo Ravasio de Calusco d’Adda (provincia de Bérgamo, Italia). Los periódicos españoles le bautizaron como el “caminante de Cristo”. Cuando se le pregunta por el motivo de estas empresas tan singulares, se escuchan respuestas desarmantes: «Lo he hecho por un motivo espiritual: quería dar un “empujoncito”, por decirlo así, al proceso de unidad entre los cristianos. Y al ver lo que ha sucedido después, se me ocurre decir que (y no es mérito mío) algo bueno ha sucedido». El peregrinaje “puro y duro” (a pie, como se hacía en los buenos tiempos) como una forma de oración. Como una súplica.

Ahora, cuando falta poco para el 31 de marzo y su cumpleaños número 80, Carlo quiere hacerse un regalo especial. «Sí -dice a Vatican Insider- me gustaría tratar de hacer otro peregrinaje a pie, esta vez para agradecer al buen Dios por la vida extraordinaria que me ha regalado». ¿El itinerario? «Finalmente me movería por Italia: de Loreto a Roma, después con una nave hasta el sur de España: de allí de nuevo a pie hasta Fátima, en Portugal. Quién sabe si lo lograré de verdad. Claro, si no estaré en buenas condiciones de salud física y mental no partiré: no quiero crear ningún problema a nadie. De todas formas, serían dos mil kilómetros, más o menos…».

Y lo dice justamente así: “más o menos”. Por lo demás, Ravasio está acostumbrado a las grandes distancias. Cuando era joven trabajó como obrero, después, tras obtener el diploma de perito electrotécnico, le tocó ir a donde le enviara la empresa. Por eso habla cuatro lenguas: inglés, español, francés y ruso. Justamente en Rusia, en donde vivió 14 años, se encendió la chispa de su admirable peregrinar. «Estaba cerca de Moscú y leí en un periódico italiano la historia del padre Alexander Men, el gran sacerdote ortodoxo que con su fe, su humanidad y su pasión por el ecumenismo, desafió al régimen estalinista y murió asesinado en 1990 en circunstancias misteriosas». Y así, Carlo, que de pequeño era el monaguillo de un religioso en la región de Bérgamo que era muy sensible al tema del ecumenismo como Angelo Roncalli (el futuro Papa Juan XXIII), decidió partir armado solo con un carrito. Y de una idea: hacer algo por la unidad de los cristianos. Era el 2 de junio de 2002. Dentro del carrito con tres ruedas, además de los objetos personales, lleva sobre todo libros: la Biblia judía, la ortodoxa, la católica, una encíclica del Papa Wojtyla (“Fides et Ratio”) y un texto del cardenal Martini con el prefacio de Mario Monti. Cuarenta kilos de esperanzas ecuménicas arrastradas durante cuatro mil kilómetros, ente las repúblicas bálticas, Polonia, Checoslovaquia, Alemania, Francia… La meta: España. Llega a Valencia el 4 de noviembre del mismo año, día en el que entrega al obispo dos volúmenes. Según el tacómetro, su velocidad promedio era de 33 kilómetros al día.

Jura que no se ha arrepentido nunca de aquel viaje y que tampoco ha pensado en tirar la toalla. Y lo confirmó su siguiente peregrinaje, el del verano de 2007 que le llevó de Valencia a Lourdes, vía Santiago. ¿Tiene algún secreto para su resistencia física? ¿Entrenamiento tipo marines? «En verdad -dice- nunca he entrenado en mi vida. Las distancias que hacía en un día me servían como entrenamiento para el día siguiente. Probablemente tengo la fortuna de tener un físico resistente». Probablemente. ¿Y para dormir, cómo se las arreglaba? «Usaba los albergues, hostales, campings en los que montaba mi tiendecita. Alguna vez me han alojado en las casas.También me pasó, deshecho por el cansancio, quedarme dormido en la acera con la bolsa encima». ¿Y nunca se sintió solo? «¿Solo? No, estaban el espectáculo de la naturaleza, la emoción de los encuentros, la roca de la oración. Es imposible sentirse solo».