Emilia Jitaru estuvo jugando durante diez años en la primera división (o serie A, como se dice en Italia) de fútbol femenino. De hecho,  la selección nacional rumana quiso ficharla por la excelente calidad de su juego.

Pero al final el balón no fue suficiente para esta joven, que decidió apartar su pasión por el deporte y perseguir algo mucho más grande: su vocación.

“A los 21 años sentí que el deporte me estaba dando sólo alegrías momentáneas y yo tenía un vacío interior continuo. Fue entonces cuando descubrí que había sido convocada por Dios para llevar a cabo una misión”, ha explicado en Il Corriere Fiorentino

De esta forma el lateral izquierdo del Selena Bacau dejó de lado un futuro deportivo brillante y abrazó sus votos. Se convirtió en la hermana Emilia Jitaru y entró en la Congregación de las Maestras Pías Venerinas. Hoy, la hermana Emilia es una monja rumana de 42 años que vive en Livorno donde, además de echar una mano en la guardería del instituto, ha montado una pequeña academia de fútbol para los niños que no pueden jugar en otros equipos.

La primera vez que estuvo en el banquillo por lesión, Emilia tenía 18 años y llevaba siete jugando en la serie A. Nacida en el mismo país que la famosa gimnasta Nadia Comaneci, era una adolescente que, a una edad temprana, ya había alcanzado un alto lugar en el mundo del deporte.

Era zurda, como el Maradona de los Cárpatos Gheorghe Hagi, y llegó a marcar 25 goles. Una vez marcó desde 32 metros de distancia. “No me dí cuenta de que la pelota había entrado” dice “y no lo comprendí hasta que vi que todos los compañeros gritaban que estaba dentro”.

Poco después de haber marcado ese gol, llegó una llamada muy importante, no del técnico de la selección rumana sino de Alguien más profundo.

“Me presenté en el instituto de las Maestras Pías Verinas, en Rumanía, un día lluvioso, llevando una coleta como la de Roberto Baggio muy mojada”. Y fue ahí cuando comenzó el partido de su vida al entrar en este instituto religioso dedicado a la formación cristiana de los niños y los jóvenes.

“Cuando llegué me dí cuenta de que a la iglesia sólo venían los ancianos”. Y decidió proponer al obispo Simone Giuste algo nuevo. “Le dije “¿Cree usted que podríamos hacer un equipo con los niños que hayan sido descartados para jugar al fútbol?”
 
Y así fue como llegó la autorización del superior y con ella, el equipo: 14 jugadores de 7 a 18 años entre los que se encontraban cuatro chicas y diez chicos. Para ella, su pequeña academia de fútbol “es una herramienta para encontrarse con el Señor”, explica, “ y de eso se trata la Nueva Evangelización, ¿no?”.

La hermana Emilia afirma que este deporte es una importante escuela para los chavales: “el fútbol transmite muchos valores: el respeto por uno mismo y por los demás; la amistad; la alegría de estar en equipo y de conocerse.”

Pero sus aspiraciones no se quedan aquí, sino que le gustaría dar otro empujón más a sus chavales: “Después de esto me gustaría llevar a los chicos al mundo del voluntariado: el centro de San Egidio, o Cáritas”.