Mientras que el número de sacerdotes y vocaciones caen en picado año tras año en Occidente, los medios difunden los escándalos producidos en la Iglesia con grandes altavoces. “Esta crisis”, afirma el cardenal Sarah entrevistado en Famille Chrétienne, “depende exclusivamente de la crisis sacerdotal” y tiene una clara solución: “No se trata de inventar o transformar el sacerdocio, sino de vivir lo que Cristo nos pide”.
Por ello, en sus últimas publicaciones y comentarios públicos, el cardenal se está refiriendo especialmente a la figura del sacerdote.
“Se trata de animarles a no perder a Dios, que tengan el valor de seguir a Cristo como lo aceptaron el día de su ordenación” y, especialmente, de perpetuar la Eucaristía: “Si no, el mundo está perdido”, sentencia el cardenal.
"Dios no pedirá cuentas a una Conferencia Episcopal"
Ante las nuevas corrientes partidarias de reformar el sacerdocio, refiere que “son los santos los que verdaderamente han reformado la Iglesia”.
“En los tiempos de Lutero y san Francisco de Asís se daban los mismos escándalos y dificultades para creer en la Iglesia, pero mientras uno quería reformar las estructuras dejando la Iglesia, el otro –San Francisco– quería vivir radicalmente el Evangelio”, explica. “Es el radicalismo del Evangelio lo que reformará la Iglesia, no la reforma de las estructuras”.
De hecho, afirma, “Dios no pedirá cuentas a una Conferencia Episcopal o un sínodo, sino a nosotros, a los obispos: ¿Cómo manejaste tu diócesis? ¿Cómo amaste a tus sacerdotes? ¿Cómo te acompañaron ellos espiritualmente?”.
La misericordia no implica tolerar el pecado
Preguntado por las crecientes difusiones de escándalos y abusos cometidos por eclesiásticos, afirma que “la gran mayoría de sacerdotes se han mantenido fieles” y que también puede ser una ocasión para “comprender la esterilidad de las iglesias locales”.
“A veces hemos confundido la misericordia con la complacencia con el pecado”, declara. “Depende de nosotros ver cómo los sacerdotes culpables pueden ser castigados y, si es posible, cuidados, curados, acompañados, para que tales actos no vuelvan a ocurrir”.
El cardenal destaca, sin embargo, que tampoco se deben confundir las soluciones que requieren estos problemas con nuevas propuestas que nada tienen que ver con el sacerdocio.
“No hay nada que inventar o transformar”, declara al medio galo. “Se trata de vivir plenamente lo que Cristo nos pide. Si los sacerdotes y la sociedad miran a Dios, las cosas cambiarán”.
El sacerdocio, ¿secuestrado?
El cardenal lo ejemplifica así: "El hecho de que algunos hombres sean malos maridos o malos padres no significa que se deba suprimir la familia o la paternidad".
“Del mismo modo, que algunos hayan secuestrado el sacerdocio para convertirlo en el instrumento de su perversión” no significa “que el sacerdocio deba ser considerado responsable de estos abusos”.
Y añade, por último, que más allá de medidas y reformas, “la oración es fundamental para Jesús y por tanto, también para el sacerdote”.
“La tentación es querer hacer muchas cosas, tener reuniones, coloquios, compromisos pastorales... Estamos tan cansados al final del día que no tenemos tiempo para pararnos ante el tabernáculo”.
En ese caso, continúa, “uno se despoja de su identidad sacerdotal y perdemos de vista a Jesucristo a quien debemos imitar”.
Como en la vida de cualquier cristiano, la oración es "esencial en la vida de un sacerdote, su ministerio es más fecundo. Debemos adorar a Jesús en reparación por las profanaciones cometidas contra su imagen en el alma de los niños. Y sobre todo, depende también de nosotros no permitir que estos horrores alejen a las almas de Cristo”.
Formar mejor en lugar de reformar
El cardenal se muestra partidario, además, que si se reforma algo, no debe ser el sacerdocio, sino la formación que reciben los propios sacerdotes.
“Los seminarios abandonaron el estilo pensado por san Carlos Borromeo. Queríamos modernizarnos, insistir en la pastoral enviando a seminaristas a izquierda y derecha”, olvidando el cuidado que se ha de tener “a la hora de ofrecer a los seminaristas la capacidad de tomar decisiones”.
“Si alguien no está asentado humanamente hablando, es un hombre endeble” que “se arriesga a ser llevado por un viento que no siempre lleva a Cristo”. Por eso “debemos formar a las personas en función de su identidad humana”, ya que “Cristo no se encarnó en vano”.
"Occidente ha matado a Dios"
Con todo, el cardenal sitúa la crisis sacerdotal y de los seminarios como parte de una crisis mucho más grande.
“Con sus maravillas científicas y tecnológicas, con su poderío económico y militar, el orgulloso Occidente juzga que no necesita un padre”, afirma el cardenal al enunciar la nueva cosmovisión occidental: “Occidente ha matado a Dios. Ya no existe, está muerto y no necesitamos lo que está muerto”.
Y parte de esta percepción, destaca, se ha asentado “incluso dentro de la misma Iglesia: a veces, parece que no necesitamos a Dios”.
Sin embargo, para Sarah, todavía queda esperanza. Y proviene del sacerdocio.
“Si Occidente, gracias al ministerio sacerdotal, redescubre que Dios ha venido a nosotros, que nos ama, que quiere nuestra salvación y que descubramos la verdad, la misión será posible. No hay que desesperarse”.
“Los sacerdotes deben redescubrir su misión e identidad”, concluye. “Son la presencia de Cristo en medio del mundo, y si lo hacen bien, si son esa presencia de Cristo, Occidente podrá redescubrirlo”.