Más de medio año después de la salida de Rodrigo Duterte como presidente de Filipinas y su sucesión por Ferdinand Marcos y la hija del expresidente, Sara Duterte-Carpio, el enquistamiento contra la Iglesia Católica no termina de desaparecer. Uno de los principales legados del expresidente fue su polémica lucha contra la drogadicción a cualquier precio, estableciendo a tal efecto los temidos "escuadrones de la muerte", aún activos.
Desde su apogeo con Duterte, estas fuerzas "paramilitares" armadas con metralletas en motocicletas acribillan a jóvenes considerados sospechosos de narcotráfico o vinculados a las drogas… y a todos los que se interpongan en su objetivo. Buena parte de quienes osaban hacerlo eran sacerdotes, en muchas ocasiones con consecuencias letales para sus vidas.
En 2018 se recrudeció el conflicto del gobierno contra la Iglesia. Todo comenzó con graves insultos y acusaciones por parte del presidente. Las "listas negras" de sacerdotes que debían asesinar los escuadrones de la muerte no tardaron en llegar.
Mientras, la pobreza asola el país a un ritmo preocupante, superando la incidencia del 18%. Una cifra que se traduce en 20 millones de personas afectadas y que suponen una de las principales preocupaciones por parte de la Iglesia.
Llamado a reconstruir las vidas rotas del prójimo
En este contexto, la labor social y misionera de los religiosos es crucial. El salmantino Darío Marote es solo uno de los muchos misioneros presentes que velan por una población profundamente religiosa, siendo los católicos más del 80% de los filipinos.
Arquitecto, artista y sacerdote, Marote es misionero de la Comunidad servidores del Evangelio de la Misericordia desde hace cuarenta años y conoce vivamente la realidad de Filipinas, su actual hogar.
Entrevistado por La Gaceta de Salamanca, Marote explica que la vocación misionera le viene de nacimiento.
Pasó su infancia en Salamanca, rodeado de iglesias y conventos, donde se empapó de la doctrina del humanista Francisco de Vitoria.
Después de acabar el doctorado como arquitecto urbanista especializándose en la reconstrucción de ciudades artísticas como su ciudad natal, Marote sintió "como San Francisco la llamada a reconstruir la vida de las personas".
El sacerdote está ligado a Filipinas desde sus primeros años como sacerdote. De ella, recuerda la miseria y hacinación de miles de personas como una de las imágenes que más le impactaron.
Darío Marote, durante una recogida de fondos para ayudar a los necesitados de Filipinas.
Familias hacinadas en basureros: "Es la Iglesia la que se ocupa"
"En los alrededores portuarios, hay miles de familias hacinadas en basureros que, literalmente, comen y beben de la basura. Sobreviven entre los márgenes de los raíles de los trenes o de los puertos y mueren hacinados cuando todas esas montañas se derrumban por un tifón o por cualquier catástrofe", explica.
Todos esos núcleos de población, con los que tanto tiempo comparte para hacer de sus vidas algo más llevadero, también se ven afectados por las organizaciones criminales que captan jóvenes.
Por eso, Darío Marote se esfuerza en su día a día por conseguir un buen futuro para esos niños, "completamente desamparados".
"Es la Iglesia la que se ocupa de esos niños y jóvenes en sus mismos círculos", asegura.
El sacerdote explica que la Iglesia trata de vivir su compromiso misionero como defensora de la dignidad humana, denunciando las injusticias para ayudar a superar las penurias que viven no pocos filipinos.
"Proclamar la misericordia de Dios" a los afectados es la misión fundamental que este sacerdote misionero realiza en Filipinas, considerándose a sí mismo un "peregrino del mundo" que predica a tal efecto.
Entre el yihadismo y las "escuadras de la muerte"
En otra ocasión recordó precisamente a algunos de sus compañeros sacerdotes y misioneros que fueron asesinados.
"En nuestra archidiócesis de Pangasinán fueron asesinados tres sacerdotes. Los sacerdotes y religiosos somos perseguidos y asesinados solo por criticar y denunciar a los escuadrones de la muerte que matan a jóvenes de la calle a sangre fría", recuerda.
Los autores del crimen, los escuadrones de la muerte: "Van en motocicletas con metralletas y sin ningún tipo de juicio, declaración o arresto asesinan a sangre fría a jóvenes. Hemos visto y sufrido a jóvenes que han sido matados y asesinados en nuestras propias casas, igual que sacerdotes y obispos que lo han defendido".
El incipiente terrorismo islámico es otro de los peligros que amenaza la integridad de la fe y sus ministros en Filipinas.
"Hay una escalofriante escalada de violencia", declaró en 2020. "En 2018 fue declarado el estado de sitio en Marawi donde fue prácticamente destruida la ciudad en respuesta a los ataques de los grupos islamistas. En 2019 tuvo el atentado a la Catedral de Jolo en Zulu donde murieron 27 personas", enumera.
Después de haber trabajado para el Papa Francisco en Argentina, no le teme a nada y cree que su vida está para entregarla. Por eso, siempre termina volviendo a Filipinas, siendo consciente de los riesgos que hay: “A veces, los misioneros viven una muerte cruenta. Otros entregan su vida en silencio”.
El misionero, sin embargo, continúa su labor sin temer este desolador panorama. "No tengo miedo. Es nuestra misión y nuestra vida está para entregarla. Somos misioneros y queremos seguir viviendo siendo misioneros", concluye.