El próximo 30 de junio José Ángel Zubiaur será sacerdote de la Archidiócesis de Pamplona, la misma ciudad que le vio nacer. El todavía diácono navarro nació en una familia católica, pero la vida le fue llevando por caminos inesperados. Alejamiento de la fe, una fuerte depresión e incluso un noviazgo firme. Nada presagiaba que este joven pudiera algún día ser sacerdote, hasta que un día delante del Santísimo Dios le habló con una claridad total. Y fue entonces cuando supo que había sido llamado a servirle a través del sacerdocio.
En su testimonio que relata a la Delegación de Juventud de su Archidiócesis, José Ángel explica que tuvo una infancia normal en la que sus padres eran personas de fe. Creció y recuerda un momento concreto de su vida en el que tuvo “un encontronazo con una persona de la Iglesia y ese momento fue justo anterior al viaje del Papa en 2003 a Madrid”.
Las palabras de San Juan Pablo II
De aquel viaje hubo unas palabras de San Juan Pablo II que penetraron en su corazón. Fueron una semilla que acabaría germinando años más tarde. Aquella frase era: “Si sientes la llamada de Dios que te dice ven y sígueme, que tu sí sea gozoso como el de la Virgen”.
José Ángel, junto al arzobispo de Pamplona, el día de su ordenación sacerdotal
En aquel instante, José Ángel explica que recibió las palabras del santo polaco “con mucho gozo, con lágrimas, pero aquello quedó aparcado atrás, en lo más profundo de mi corazón, porque a partir de ese momento tuve una crisis con la Iglesia: decidí ser el señor de mi vida. Ahí empezó un periodo de baches”.
Ese hueco vacío que dejó Dios al expulsarlo de su vida lo intentó llenar “con el amor que el mundo nos ofrece” y que pasaba por salir de fiesta y otro tipo de actividades. “Al final es intentar saciar ese anhelo de amor y de sed que tiene el hombre y que la sociedad actual te dice que seas tú el señor de tu vida”.
Una depresión que le hizo replantearse su vida
José Ángel empezó a estudiar Derecho en la Universidad y además tenía novia, una relación que duró bastante tiempo. Pero entonces en la universidad sufrió una depresión por ansiedad que le hizo replantearse totalmente su vida. “¿Por qué Dios permite esto y tengo que sufrir?”, fue la pregunta que se realizó en ese momento.
Sin embargo, este pamplonés confiesa que “me ayudó mucho ver a familiares, mis padres y hermanos, amigos que tienen hijos con minusvalías tanto físicas como psíquicas y plantearme: ¿por qué esta gente que está tan necesitada de los demás sonríe y yo no?”.
Según reconoce, esta fue una de las semillas que Dios fue poniendo en su camino. Otra –explica- “fue aprender a amar a los enfermos, cuidar de mi abuelo y de otra gente mayor. Me descubrió que salir de uno mismo es algo fundamental y es lo que Dios quiere”.
La pregunta ante el Santísimo
Un día estaba en una capilla de adoración perpetua y se le ocurrió preguntarle directamente a Dios: “¿Qué quieres de mí?”. José Ángel recuerda que en aquel instante “vino a mi cabeza una frase que un sacerdote me dijo cuando tuve aquel bache con la Iglesia: ‘¿has pensado en ser sacerdote?’”.
Este joven quedó aterrado con este recuerdo. Tenía novia y durante ese tiempo cada vez que iba a la adoración venía a él esa pregunta sobre el sacerdocio. “Una vez me planteo que Dios me puede estar llamando, surge el primer miedo: ¿Cómo te va a llamar a ti si eres un gran pecado, si hay gente infinitamente mejor que tú, un millón de personas? ¿Cómo me va a llamar a mí si lo he dejado de lado mil veces? ¿Por qué quiere Dios que tú le sirvas?”.
Prosiguiendo con su testimonio, este navarro admite que todas las trabas que ponía el Señor las iba desanudando. Cuenta que “son como nudos grandes que yo hacía para que no pudiera salir adelante. Y el último miedo que pude llegar a tener es el que buscamos seguridades: tienes una novia, unos padres, unos amigos y sabes que los tienes. Si yo dejo todo eso, ¿a quién me voy a sujetar?”.
El monasterio de Leyre
Sin embargo, José Ángel sabe por experiencia propia que Dios pide que “saltes a la piscina sin manguitos y Él te dice: ‘yo te voy a coger’. Pero si no te fías es imposibles que saltes”.
Inmerso en este proceso de discernimiento José Ángel Zubiaur suspendió varias asignaturas en la universidad y se planteó que iba a ser de su vida. Necesitaba desconectar y pensó en el monasterio benedictino de Leyre. “Ahí fue cuando el Señor realmente derribó todas las barreras”, asegura.
Los miedos y las inseguridades no desaparecían, sino pero poco a poco fue venciendo y le llevó a servir a la Iglesia. Pudo cuidar a los enfermos en el Hospital de Navarra y a los sacerdotes mayores en la Residencia del Buen Pastor. “Aquello me ayudó muchísimo”, afirma. Y así hasta hoy cuando está a apenas dos meses de ser ordenado sacerdote.