Karyme Lozano era la actriz revelación de las telenovelas latinoamericanas hace tan solo dos años. Desde los 16, esta mexicana fue cosechando éxito y fama gracias a una carrera en ocasiones cargada de erotismo por exigencias del guion. Pero algo cambió: abrazó el catolicismo, y su vida dio un giro radical. Ahora trabaja en favor de la vida, ya no acepta desnudos ni escenas comprometidas y solo participa en proyectos coherentes con su fe. En su última película, Cristiada, que se estrenará en España en 2012, comparte guion con Eva Longoria, Andy García y Eduardo Verástegui.
- Empecé poco a poco, desde los 16 años, con papeles pequeños hasta que hice un casting para ser la protagonista de una telenovela y tuve mucho éxito. El problema era que siempre quería más. Pensaba que ser famosa y ser rica me iba a dar la felicidad, pero cuanto más exitosa era mi carrera, más vacía y triste me sentía. Me sentía sola porque trabajaba mucho, a veces hasta veinte horas diarias. Era una adicta al trabajo. A veces tenía pensamientos negativos, incluso de no querer vivir. Estaba metida en numerología, cienciología, me leían las cartas, la mano, los posos del café... En el fondo andaba buscando a Dios.
- Los medios de comunicación te venden que la fama, el éxito y el dinero son la felicidad. Así que me ponía metas, como conseguir otro papel de protagonista, pero cuando lo lograba, no me daba la felicidad que buscaba. Luego me proponía tener una casa mejor, pero eso tampoco me llenaba. Finalmente decidí irme a Hollywood; pensé que allí podría ser una gran estrella. Llegué segura de mí misma y, muy soberbia, me compré una casa, gasté todo mi dinero y todos mis ahorros. Pero año y medio después no me había salido nada y no tenía dinero en la cuenta bancaria. Y encima pensaba que Dios me estaba fallando.
- Todo se juntó. Por un lado, me propusieron hacer unas fotos para una revista completamente desnuda en un momento en el que necesitaba dinero. Mi mente me decía que aceptara, pero mi corazón me decía que no estaba bien. La mayoría me aconsejaba que lo hiciera: “Eso lo hacen la mayoría de las actrices, es algo cool, está de moda”. Pero no era eso lo que en el fondo quería escuchar.
Al mismo tiempo, mi padre enfermó y hubo un stop en mi vida acelerada. Volví a México y el médico nos dio la noticia de que el cáncer le había invadido por completo y que le quedaban pocos días de vida. Pero pasaban los días y no fallecía. En ese momento, me pregunté para qué servía tanta cienciología o dónde estaba mi poder mental para sanar a mi papá.
- Me di cuenta de que es Él quien quita y da la vida. Y en vez de alejarme, me acerqué más a Dios. Me ayudó y me guió, y decidí ponerlo todo en sus manos. El doctor nos recomendó que lo desconectáramos, que le quitáramos el oxígeno, el suero y, de paso, le administráramos “una inyeccioncita para ayudarlo a morir”.
- Sentí que el estómago se me revolvía y que eso no estaba bien. Inmediatamente dije que no, que mi papá tenía que morir dignamente y que se iría cuando Dios quisiera porque nosotros no éramos quiénes para quitarle la vida. Así que me pregunté qué era lo que faltaba y me acordé de mi madre. Le pedí que, por favor, viniera a despedirse, ya que mis papás estuvieron veinticinco años casados y llevaban veintitrés separados. Nunca se volvieron a casar. Tras despedirse y salir de la habitación, mi padre falleció. Le pregunté de qué habían hablado y mi madre me dijo que se habían perdonado por todo el daño que se habían hecho en sus vidas.
- Cada segundo de nuestras vidas cuenta, desde la concepción hasta la muerte natural. Hay una razón de ser, hay una misión. Si nosotros le hubiéramos practicado la eutanasia a mi papá hubiéramos interrumpido un proceso natural que Dios quería para que mis padres se perdonaran, hubiéramos interrumpido ese momento tan precioso. Cuando me acuerdo de este momento se me pone la piel de gallina.
- Aunque toda la vida es un proceso de conversión, fue días después cuando realmente me cambió la vida. Me volvieron a llamar de la revista para posar desnuda y llamé a Eduardo Verástegui –con quien había trabajado, porque sabía que era una persona con valores– y me recomendó hablar con un amigo suyo. Estuvimos charlando durante cuatro horas de muchas cosas, como la responsabilidad que tengo como actriz o como madre. Mientras él hablaba, yo lloraba, porque analizaba mi vida, especialmente lo que había hecho mal y todo lo que había ofendido a Dios. El Espíritu Santo, a la vez, me hacía entender los consejos que me estaba dando esa persona.
- En ese momento me entregué a Dios. Dije que “no” a la revista y me dio igual tener que perder mi casa. Confié en Dios de verdad, dejé de ser la piloto y me puse de copiloto, me ajusté el cinturón y le dije: “Que sea lo que Tú quieras”. Desde ese día todo ha sido una aventura hermosa y soy una “bebé conversa” porque apenas han pasado dos años.
- Cuando sigues a Dios te cambia todo, como madre, como actriz... Hice la promesa de no aceptar ningún proyecto que ofendiera a Dios y a la mujer. No es fácil. Justo después de mi conversión estuve sin trabajar, sin ninguna oferta que pudiera aceptar, ya que me ofrecían novelas y películas con escenas muy fuertes. Y sin proyectos, no hay dinero.
Me cuestioné si Dios quería que siguiera siendo actriz y entonces llegó la invitación al casting para Cristiada, una película en la que también participarían Andy García, Eva Longoria y Eduardo Verástegui. Su mensaje era claro: que siguiera siendo actriz pero en Sus proyectos.
- Soy madre de Ángela, que tiene diez años. Veo que mi conversión le ha influido positivamente. Antes, por tonta o ignorante, no le daba nada bueno a mi hija y ahora ella es la primera que, cuando me ve triste porque la gente me ataca por ser católica, me dice “mami, no llores, porque Dios está muy orgulloso de ti”. He visto una transformación de mi vida a través de ella; es hermoso cómo podemos influir en nuestros amigos y en nuestra familia.
- Desde chiquitita he rezado por conocer a un gran hombre y Dios me ha premiado con un hombre católico practicante. Si yo no hubiera dicho que “sí” a Jesús, hubiera seguido como antes: con relaciones autodestructivas, con hombres que me faltaban al respecto y que no me querían. A veces, cuando nos preguntamos por qué andamos con hombres que nos tratan mal, hay que mirar qué es lo que está mal en nosotras. Aunque no lo creamos, atraemos lo semejante.
- Hay que mantener el alma ejercitándola. Trato de ir a misa diaria, comulgar lo máximo posible, confesarme y hacer oración. El camino es hermoso, pero no ha sido fácil. Dios me ha recompensado con paz. Ya no pienso en tonterías, ya no me quiero morir. Esta paz no la cambiaría ni por toda la fama y todo el dinero del mundo. Ahora cuando estoy triste, me arrojo a los pies de Dios y me reconforta.
Revista Misión