Lo tenía todo: fiestas, joyas, coches, una presencia física de modelo y un novio estrella de rock. Pero el problema estaba en que Mandy Smith contaba con sólo trece años cuando conoció y empezó a salir con Bill Wyman, el bajista, por ese entonces, de la banda The Rolling Stones.
Creció en Tottenham (Londres) con su hermana mayor Nicola y con su mamá Patsy, divorciada, que provenía de una familia católica irlandesa. De una belleza y presencia que la hacían pasar por una chica mucho mayor de lo que en realidad era, Mandy se iba con su hermana Nicola a fiestas para jóvenes de 18 y 19 años.
Y así fue como, una noche, recibieron unos tickets para una fiesta, en donde le presentaron a Bill Wyman. Yendo contracorriente, Mandy se enfrentó a todos, incluyendo a su familia: «Sí, me sentía avergonzada por esto. Después de todo, la relación se quedaba únicamente en el campo del sexo. Y yo sabía que estaba haciendo algo que era malo. Lo sabía».
Por fin, y tras ser el titular de numerosos periódicos en donde se le calificaba como “la nueva Lolita” o “la adolescente tentadora”, la pareja se casó cuando Mandy contaba con 18 años… y el resultado fue la separación a las pocas semanas del enlace.
Tras este duro golpe, Mandy no sólo sufrió lo indecible; incluso llegó a padecer una misteriosa enfermedad que le hacía perder peso de manera alarmante. Intentó salir adelante como cantante, pero sin todo el éxito que hubiese deseado: en casa todavía se la consideraba la chica salvaje que se había casado con un Rolling Stone. De hecho, también fracasó en su vida amorosa, con otro matrimonio roto en 1993 con el jugador holandés Pat Van Den Hauwe. En el 2001 tuvo una breve relación con el modelo Ian Mosby, con quien tiene un hijo en común.
Desilusionada con su vida en Londres, se trasladó a Manchester en donde empezó una tienda de ropa con su hermana Nicola. Durante esos años escribió su autobiografía It’s All Over Now, que fue un best-seller. Pero aún así, algo faltaba… algo que no le hacía olvidar su loco pasado adolescente. Y fue así como Medjugorje se cruzó en su camino.
En el 2005, decidió unirse a un grupo de amigos que fueron de peregrinación al santuario mariano: «Algo hizo click -dice Mandy- Sucedieron ahí cosas que yo no puedo explicar. Estábamos cenando cuando una imagen de María se nos apareció en un mantel blanco a diez pies de nosotros. Todos, en ese cuarto, lo vimos».
Este paso es tan sincero, que incluso ha llegado a perdonar al novio rockero de su adolescencia: «La gente ya no es tan protectora con las celebridades como lo era antes y creo que si lo nuestro hubiese pasado recientemente, Bill hubiese ido a la cárcel. […] No creo que se deba hablar de abuso […] Él se enamoró de mí: no puedo mirarlo como algo malo o sórdido».
¿Y en qué dedica ahora su tiempo? Si no está con su hijo Max, se lanza a llevar a cabo obras caritativas. Pero lo que más preocupa a Mandy, son las adolescentes y jóvenes: «Trato de ser un modelo para esas jóvenes chicas, aunque sé que pueda parecer extraño. Lo que pasa es que yo sí soy muy consciente de las tentaciones y presiones a las que son sometidas a esa tierna edad, especialmente en lo referente al sexo y a las drogas».
Mandy sabe que nunca como ahora ha sido tan feliz. Gracias a su fe, puede ver su pasado con mayor claridad y gratitud… un pasado que no le pertenece a ningún Rolling Stone, sino a Dios mismo.