Tras los rankings que posicionan a Buenos Aires como la segunda ciudad con mejor nivel de vida de Hispanoamérica o los agradables paseos en el paradisíaco enclave portuario de Mar de Plata, muchas de las grandes capitales de Argentina esconden una oscura realidad.

Rosario, a 150 kilómetros de la capital, es una de las más representativas. Allí, los niños empiezan a consumir cocaína a los 9 años, decenas de jóvenes fallecen intoxicados y solo en 2021, varios centenares fueron asesinados en conflictos con pandillas. En las calles, un sacerdote, Fabián Belay, combate las drogas y la muerte con un arma y un único refugio: la adoración perpetua y el Hogar de Cristo.

Actualmente, el padre Fabián Belay es coordinador de la Pastoral de Drogodependencia del Arzobispado de Rosario, lo que le permite hablar con conocimiento de causa sobre un problema que ha "acostumbrado a la muerte" a la ciudad. Es la tercera más grande de Argentina.

Los orígenes del "infierno" en Rosario

Hogar de Cristo, una de las agrupaciones referentes en la atención social a las víctimas de la drogadicción, encuentra el origen de este problema a comienzos del actual milenio, de la mano del clan Los Monos.

La banda, responsable del actual infierno en que se ha convertido la ciudad, comenzó a organizarse a través de los conocidos búnkeres. Hasta entonces, la venta era clandestina, sin embargo, con el auge de Los Monos proliferó esta nueva forma de distribución en establecimientos, fijos, permanentes y a la vista de todos gracias a la complicidad policial. Según fuentes policiales, se calcula que hay cerca de 350 bunkers por toda la ciudad.

Reportaje sobre "Los Monos" realizado por C5N. 

Sin embargo, para Belay el problema es anterior, y ya en los años 90 se podía percibir el narcotráfico como uno de los problemas que asolaría esta ciudad durante décadas. Hoy, la droga está, de facto, "despenalizada" en Rosario.

Como detalló el sacerdote a La Capital, "entonces ya se veía a los chicos consumiendo en las esquinas. Los bunkers no se levantaron de golpe. Es verdad que antes no había, pero eran las familias las que vendían droga", denuncia.

A día de hoy, Rosario es un gran foco de distribución de cocaína y cannabis hacia Europa y Asia. Como detalla Inés San Martín en Crux, solo en 2021 hubo más de 220 asesinatos relacionados con pandillas narcotraficantes, y recientemente la ciudad que vio nacer al Che Guevara se ha visto golpeada por 23 muertes y decenas de hospitalizados por cocaína adulterada.

La periodista documenta el ejemplo de una madre del barrio rosarino La Lata, convertido en una auténtica favela.

“A los 13 años un niño deja la escuela, tiene padres que no trabajan o tienen trabajitos. No tiene horizontes, y ve que, de repente, un chico dos años mayor que él tiene unas zapatillas nuevas, una moto -robada- dinero en los bolsillos. Él quiere probar, y antes de que te des cuenta, tu hijo es un engranaje desechable en la maquinaria que es el tráfico de drogas ilegales”, explica. Un episodio que esta madre ha presenciado en numerosas ocasiones y del que todavía preserva a sus hijos: "A los 13 años una madre pierde a su hijo inocente, a los 20 le entregan un cadáver”, dijo.

El sacerdote Fabián Belay, en la imagen junto a familias de drogadictos en una marcha organizada por él mismo, es uno de los referentes en la lucha contra la droga en Argentina. 

Drogadictos desde los 7 años

El  sacerdote admite que "lamentablemente", las cifras son más preocupantes de lo que expone esta madre de familia.

"Lo que vemos es que no hay freno en cuanto a las edades de inicio del consumo", explica a Rosario Plus. "Los chicos empiezan a consumir a los 7,8, 9 o 10 años",  y más que un tipo de droga los niños son víctimas del poli consumo, donde entra la marihuana, la cocaína, el alcohol, el pegamento o la nafta. "La mayoría de los chicos que trabajan en la calle gastan lo que ganan en consumo de drogas", añade.

El problema de las drogas en Rosario responde a una cultura y asimilación social asentadas desde hace muchos años y a otros factores como la trata o la pobreza estructural. Sin embargo, el sacerdote denuncia el factor político como uno de los mayores responsables.

"Es consecuencia de la carencia de políticas de asistencia del Estado municipal. Pareciera que algunos sectores de la política se quedaron con los privilegios y han dejado de atender a la gente”, denuncia Belay. “Hay una total falta de política del estado municipal; en prevención y asistencia hay un vacío terrible”, añade en LT8.

Adoración, alimentación y cuidado contra las drogas

Cuando el sacerdote comenzó a ser consciente de la indiferencia del sector público ante los crecientes problemas de drogodependencia y narcotráfico en Rosario, decidió actuar por su cuenta y en 2014 fundó el Hogar Padre Misericordioso.

El año de su apertura, el Hogar atendió de forma gratuita a 14 personas. Hoy, la organización cuenta con varios hogares que  ofrecen alojamiento, alimentación, vestimenta y espacios terapéuticos, un centro de día, una "Granja Terapéutica",  centros de día para mujeres y consultorios dedicados a familias que sufren los primeros momentos de la adicción de alguno de sus miembros. En todos ellos la atención espiritual cobra un claro protagonismo.

Además, el sacerdote también coordina uno de los 200 centros distribuidos por Argentina pertenecientes a la iniciativa Hogar de Cristo, dedicados a la asistencia de adictos en apuros. Semejante labor realiza desde el centro La Estación y el refugio El Buen Pastor.

A escasos metros de este último refugio que ofrece hospedaje, manutención, atención hospitalaria y educación, está la parroquia de Belay. Allí se encuentra lo que, a su juicio, hace posible sus proyectos, incluso su propio sacerdocio: una capilla de adoración perpetua.

“Encontré mi vocación como `sacerdote de villas´ mientras estaba arrodillado en oración frente al Santísimo Sacramento”, dijo. “El centro de la Iglesia es Cristo, y cuando un cristiano hace una obra de caridad, no debe ser una simple limosna, sino una acción inspirada en el amor que Cristo nos tiene. Y él está allí, en el Santísimo Sacramento. Y como todo lo que hacemos aquí es por amor, entonces la Eucaristía también tiene que estar aquí”.

La fe, el motor de todo

En no pocas ocasiones el sacerdote ha sufrido amenazas y atentados y ha visto el peligro y la muerte pasar a pocos metros de distancia. Recuerda en Crux el momento en que presenció un tiroteo en las puertas de su parroquia. El sacerdote salió, vio a un joven desangrándose y relata que aquel día se convirtió también "en conductor de ambulancia".

Su labor, concluye, se debe por entero a la fe. "Es el motor de todo. Lo espiritual te da la razón para seguir adelante, y los adictos descubren por qué tiene sentido dejar las drogas. Ellos experimentan la culpa, sobre todo cuando se dan cuenta del daño que provocaron a su alrededor, y la fe les permite encontrar el perdón de Dios y recuperar la dignidad. [Ven que] su vida tiene sentido y empieza a ser valiosa".