Multimillonario y famoso, galán de varias actrices de Hollywood, jefe de uno de los cárteles de droga más importantes del mundo y poderoso. Decidía, para decirlo con sus palabras, «a qué Presidente teníamos que sobornar». No, no es la descripción del personaje de Al Pacino en Carlito’s Way o de Marlon Brando en El Padrino. Es el simple retrato de Jorge Valdés.

Cubano de origen, Jorge es consciente de que su vida representa un milagro. Salido de Cuba cuando Castro llegó al poder, perdió la fe al no entender la pobreza económica en que vivía su familia en sus primeros años en Estados Unidos. Los ruegos de su madre resultaron vanos: se declaró agnóstico.

Después de graduarse como contador, un profesor le pidió ayuda para unos clientes suyos que trabajaban en un almacén. Accedió y descubrió que «se trataba de los cabecillas del “Cartel de Medellín”», con los que empezó a colaborar ayudándoles a lavar dinero en el extranjero, manejando unos cincuenta millones de dólares al mes.

«A los 21 años -son palabras suyas- me hicieron cabecilla de la distribución del Cartel en Estados Unidos. Manejaba el 95% de toda la cocaína que entraba a ese país. Ganaba hasta tres millones de dólares mensuales. Ya había cruzado la línea, yo era jefe de todo».

Casado y con dos hijos, Jorge crecía en poder y placeres: «Con el dinero ganado mantenía mansiones en Nueva York, Los Ángeles, Miami, Medellín, Cartagena, todas compradas. Empecé a salir con todas las artistas de Hollywood; pensaba que entre más tuviera, más feliz sería». Para completar la corona de sus bienes, sumaba aviones y barcos para trasladar la droga.

Pero mira por dónde, una niña de tres años tocó a la puerta y cambió el rumbo de su vida. Sí, es verdad que su madre había estado rezando por él y que un vacío interior se había apoderado de su alma, pero fue su hijita la que dio la primera gran estocada.

«Tenía una fiesta en mi casa y mi ex esposa fue a dejar a mi hija, que me empezó a tocar la puerta. Me decía "papi, soy yo, Cristal". Fue la primera vez en mi vida que me sentí sucio y pensé: “Lo único que tengo en mi vida es esa niñita de 3 años”. Todo ya estaba corrompido y no le pude abrir la puerta, porque si lo hacía, la corrompería a ella también. Ella siguió tocando y una hora después le abrí: lloraba en el piso».

Decidió terminar. Dejó Miami, se recluyó en un rancho y contrató a un maestro para que le enseñara karate. La primera lección que recibió fue abrir una Biblia… Se topó, después de varios años, con la Palabra de Dios.  

Además, empezó a ver cómo su maestro vivía en un mundo muy reducido, con una casa pequeña, un automóvil viejo y casado con la misma mujer tras 25 años. Y, cosa extrañísima para él, ¡era plenamente feliz!

Un día, hastiado ya de sí mismo… pero será él quien mejor lo cuente: «me fui a mi cuarto, me puse de rodillas y dije “Dios, si tú existes y eres capaz de perdonar a alguien como yo, cambia mi vida o mátame. Pero yo no puedo vivir más así”».

Dos meses después, lo arrestaron por su pasado criminal. Cumplió cinco años de condena, ya transformado. Ahí en la cárcel, estudió teología, en la que sacó su doctorado al salir.

Actualmente, Jorge lleva a cabo diversas misiones: asesora al Pentágono y ayuda, con una compañía por él fundada, en la restauración de lugares afectados por catástrofes, entre otras cosas. Pero, aquello que más gozo le produce y a lo que siente que Dios le ha llamado, es cambiar el corazón de los hombres, a «traer un mensaje de esperanza».