Buscaron la felicidad donde, al final del camino, solo había dolor. Aquellos que eran jóvenes a finales de los años setenta y principios de los ochenta cayeron en las redes de algo cuyos efectos secundarios entonces eran muy desconocidos. Los más afortunados perdieron solo la juventud. El resto perdió la vida. Pero Javier salió y Dios fue a su encuentro. Desde entonces, es un hombre nuevo, es un hombre feliz.

Las drogas han dejado un importante rastro de dolor en muchas familias y muchos jóvenes, especialmente la heroína, que en los años setenta y ochenta dibujó un panorama devas- tador. Primero se persiguió a quienes la consumían, ya que su consumo se asociaba de forma indirecta con la delincuencia, la inseguridad ciudadana y el sida. Superados estos prejuicios, se emprendieron medidas para tratar a quienes habían quedado atrapados en esta sustancia. Y es que según el Informe sobre heroína del Plan Nacional sobre Drogas, uno de cada cuatro personas que prueba la heroína desarrolla una adicción.

De aquel entonces no solo nos llegan tragedias, sino también historias de esperanza. Nos llegan historias de superación, de personas a las que un día alguien tendió la mano y sacó de lo pro- fundo. Como le sucedió a Javier Pro de la Cruz.

Su relato comienza en el madrileño barrio de Fuencarral: “Antes de las drogas empecé a delinquir porque era pobre. robaba para mis gastos. Para ropa, para ir a los coches de choque... desde los 15 años”. Javier perdió la cuenta de las veces que había cometido pequeños hurtos. “¿Que cómo empecé con las drogas?”, pregunta, “son los ambientes. Eso estaba entre mis amistades”.

Según el Plan Nacional sobre drogas, el problema de la heroína no ha desaparecido en nuestro país, ya que se está volviendo a consumir, en esta ocasión, acompañada de la más consumida, la cocaína. En aquellos primeros años, Javier comenzó su carrera a ninguna parte con lo más barato, esnifando pegamento. “Después vinieron los canutos y las anfetaminas hasta llegar a la heroina”. Desde los 15 hasta los 19 años asegura que solo le importaba drogarse: “Robé tantas veces que ni recuerdo porque era todos los días. Solo me importaba drogarme”. A diario como un autómata, se despertaba, iba a robar, después a comprar, consumir y prácticamente, vegetar el resto del día mientras su salud física y psíquica se deterioraba: “Muchos de entonces han muerto. La droga estaba en todas partes y nadie sabía el daño que hacía”. En aquel entonces todavía no existía el Plan Nacional Sobre Drogas, la persona con un problema de consumo de drogas seguía siendo un “drogata o un yonqui” y el que se drogaba lo hacía por vicio.

Deteriorada y debilitada su voluntad, Javier recuerda con tristeza que la droga era lo que le dominaba: “Mi dios eran las drogas. No me interesaba nada, ni una chica”. Un día de aquellos que pasaban sin más pena ni gloria, la vida de Javier cambió: “Un chico me prestó su ayuda. Le dije que necesitaba dinero porque no tenía trabajo. Cuando me quité el abrigo, vio que tenía en el bolsillo una jeringuilla. Entonces me llevó a Proyecto Hombre. Empecé a hacer terapia, una terapia que consiste en volver a ser honesto, en recuperar las virtudes”. La vida de Javier comenzaba a tomar forma: “Un día, un amigo me ofreció ir a un grupo de oración y, allí, poco a poco fui encontrando la fe. Aunque, al principio pensaba que estaban un poco chalados”.

Para aquel entonces, Javier ya sabía que la heroína le había dejado otro macabro recuerdo. En algún momento de su periplo había contraído el virus del sida. Tres pastillas y una neuropatía se lo recuerdan a diario. Le preguntamos, si ahora que no hay drogas, ha recuperado el interés por las mujeres: “rehacer mi vida es algo difícil. Dios me decía que chicas no, que no se puede hacer daño a la gente. Es una situación algo complicada porque soy cristiano pero no ciego. Pero no me enfado con Dios por no estar sano, porque Él me ha curado de mis males que eran otros. Dios me ha curado de la tristeza”.

Hemos acabado de charlar con Javier. Estamos ultimando las fotografías y se extraña de ser el protagonista para nosotros. Los primeros rayos del mediodía nos sirven para retratar a un hombre nuevo. “Pero Javier, ¿de qué te extrañas?, tú eres hoy el protagonista”, le decimos. Muy serio pero muy sereno, aparta su mirada del objetivo y con la seguridad de quien sabe que la Providencia le ha socorrido, sentencia: “No, Ángeles, el protagonista de esto, es solo Dios”.


Los errores cometidos volvieron en forma de orden de busca y captura para Javier. La justicia reclamaba que cumpliera por sus delitos: “La gente del grupo de oración sabía que yo tenía cuentas pendientes. Les hablé de ello y de que el juez me había puesto una orden de busca y captura. Mi vida era absolutamente normal. Pero este juez no creía en la rehabilitación. Yo no quería seguir viviendo con el miedo a que me cogieran, no quería seguir perseguido, por eso, en el año 1995 me entregué y cumplí ocho meses de cárcel”.

Pero la vida ya era diferente. Era una vida sin drogas: “Yo ahora estoy feliz, no tengo miedo. En mi oración hay días que no pido nada a Dios. Solo hago silencio. Cuando estoy sin Dios no soy feliz. Un hombre sin Dios no puede ser feliz. Es una felicidad humana, pero es una felicidad que se disipa”.

Revista Misión