Desde que Hannah Houser tiene uso de razón, recuerda dos cosas: una gran dificultad para hablar y el uso del lenguaje de signos para poder comunicarse. Durante su infancia, Hannah fue diagnosticada de apraxia, un complejo trastorno que incapacita para la realización de multitud de funciones motoras y para el que no existe ningún tratamiento.
Cuatro años después de terminar sus estudios de Sociología, aprovecha su experiencia para difundir el Evangelio entre la comunidad sorda de Oldenburg y está terminando su proceso de discernimiento vocacional junto a las hermanas franciscanas en el estado de Indiana (EEUU). ¿Su sueño? Poder evangelizar entre los sordos y discapacitados.
Una infancia rodeada de oración y caridad
Pese a que no padece sordera, la imposibilidad para Hannah durante sus primeros años para comunicarse motivó a su familia a llevarle al colegio para sordos de Santa Rita, en el estado de Ohio. Aquella escuela, confiesa a The Catholic Telegraph, cambio su vida. “Me enseñaron a comunicarme con el mundo”.
Poco después, el espíritu docente y caritativo de su maestra Ellen Brigger motivó su deseo de darse a los demás y, más tarde, a plantearse su ingreso en la vida consagrada.
“Ella comenzó un programa en Santa Rita para enseñar a los niños sordos a comunicarse y hablar en lenguaje de señas” recuerda.
“En secundaria, me ofrecí como voluntaria y al enseñarme me animó a compartir la gracia de Dios, el espíritu de bondad, compasión, amor y belleza con los demás a través del servicio al Señor”.
Aquella profesora introdujo a Hannah a la tarea de defender y cuidar a las personas discapacitadas. Desde entonces, se dedica a lo que se ha convertido en su gran pasión.
Como paciente de apraxia, Hannah Houser puede comunicarse verbalmente, pero se ha visto obligada a aprender lenguaje de señas. Ahora lo usa para evangelizar.
Evangeliza con señas y colabora para potenciar las vocaciones
“Compartir la palabra de Dios a través de la señas es un talento que me permite llevar la gracia de Dios a los niños, a los que he enseñado en lenguaje de señas hasta marzo de 2020”, cuenta Houser. “También me convertí en asistente voluntaria de un grupo de jóvenes en el que ayudo a los adolescentes a aprender sobre la Biblia y la obra de Dios en el mundo”.
Mientras discierne su vocación, Houser reside junto a las Franciscanas de Oldenburg. Comenzó mientras escuchaba una canción, `Color of the Wind´. “Supe que Dios me estaba llevando con las hermanas, y después de comprenderlo, siguió un gran estallido de alegría”, admite.
“El 6 de diciembre, fiesta de San Nicolás, el Señor nos dio a mi y a la directora de vocaciones la gracia de saber cómo llevar a cabo mi deseo de ser hermana religiosa. Con mucha oración y confianza, nos condujo hacia la Sociedad Labouré”.
Desde 2003, la organización se dedica a asistir económicamente a todos los que tienen vocación al sacerdocio o a la vida consagrada y no pueden continuar su camino por problemas económicos.
“Su visión es lograr que los sacerdotes, hermanas y religiosos existan para satisfacer las necesidades del mundo, y que los jóvenes de todas partes que se sientan llamados al sacerdocio o la vida religiosa puedan tener la oportunidad de seguir ese llamado”, explicó Houser. “El cien por cien de las donaciones se aplica a los préstamos de estudios de los aspirantes”, añade.
Su misión: compartir el Evangelio junto a las hermanas franciscanas
“[Estar en la sociedad Labouré] me ayuda a crecer en la obediencia y gratitud por los regalos del Señor”, afirma Houser.
“El proceso de discernimiento con las hermanas y la sociedad me ayuda y me ha ayudado a adquirir sentido de comunidad”.
A la espera de concluir su periodo de prueba y meditación, afirma estar emocionada y ansiosa por compartir con las hermanas el regalo que Dios le ha dado para transmitir el Evangelio.
“Quiero enseñar religión y oración a niños y adultos a través del lenguaje de señas. Servir a las personas con discapacidad y a la comunidad de sordos es muy necesario en nuestro mundo, y quiero estar ahí”.
Tras años de entrega y dedicación a Dios y a la oración, Hannah solo espera “poder defender a los discapacitados” el resto de su vida, valiéndose de sus habilidades que adquirió en su infancia. “La bendición de Dios es una alegría que hay que compartir con el mundo”, concluye.