Aunque han pasado ocho años desde su retiro, el arzobispo emérito de Malinas-Bruselas, André Léonard (n. 1940), sigue siendo una referencia para muchos católicos dentro y fuera de Bélgica, y en incansable actividad intelectual y pastoral.
Recientemente, Christophe Geffroy le entrevistó en La Nef con motivo de la publicación de su último libro, La Iglesia en todos sus estados. Cincuenta años de debates en torno a la fe . Entre los temas que trata, destaca el Concilio Vaticano II y lo que pasó después.
-Usted habla de una "agenda oculta" y de un "metaconcilio" en relación con el Concilio Vaticano II: ¿a qué se refiere? ¿Es el Concilio una de las causas de la crisis de la Iglesia?
-Todos los textos del Concilio son doctrinalmente correctos, de lo contrario no habrían podido ser adoptados por una amplia mayoría. Pero el contacto con expertos y periodistas me hizo pensar que ciertos textos serían interpretados más tarde de manera tendenciosa. Esto fue confirmado más tarde por mi obispo, secretario de la Comisión Doctrinal [André-Marie Charue, obispo de Namur].
»Él había contribuido sabiamente a que la constitución sobre la Iglesia [Lumen Gentium] hablara de todo el Pueblo de Dios y solo después de la jerarquía. Comprendió después del Concilio que la agenda oculta de algunos teólogos era concluir que la autoridad de los obispos derivaba democráticamente del pueblo y no del propio Cristo. Este fue el comienzo de lo que algunos llamaron el "metaconcilio", es decir, el concilio revisado y corregido "después" (significado de meta en griego).
-¿Qué es lo que más recuerda de su formación filosófica? ¿Cuál es el estado de los estudios de filosofía en los seminarios y qué se puede hacer para que sean más "atractivos" para las futuras vocaciones?
-Lo más importante para mí era confrontar el pensamiento de Tomás de Aquino con la filosofía moderna (Descartes, Kant, Hegel) y contemporánea (Sartre, Husserl, Heidegger). Lo hice en un libro titulado: Fe y filósofos. Guía para un discernimiento cristiano. Muchos seminarios de Europa siguen utilizando este libro para confrontar el pensamiento cristiano con la cultura contemporánea. [En español está publicada otra obra suya: Pensamiento contemporáneo y fe en Jesucristo.]
»Los seminarios deben tener tres cualidades para atraer a los jóvenes de hoy: una intensa vida litúrgica y espiritual, una doctrina irreprochable y una iniciación práctica en el contacto pastoral con creyentes y no creyentes.
-Usted explica la importancia de la Humanae vitae (1968): ¿por qué esta encíclica supuso un punto de inflexión? ¿En qué sentido fue la anticoncepción "artificial" una revolución infravalorada?
-Para Pablo VI, lo esencial era proteger el estrecho vínculo entre el amor conyugal y el don de la vida. Su error fue acertar demasiado pronto. Hoy vemos el gran peligro de una disociación entre los dos aspectos: por una parte, una vida sexual que gira sobre sí misma y, por otra, la procreación sin ningún vínculo con una unión conyugal concreta.
En su última obra, monseñor Léonard resume cinco décadas de debates en la Iglesia en torno a la fe.
»Pablo VI y Juan Pablo II no condenaron la contracepción por ser "artificial". Los métodos no anticonceptivos, muy fiables hoy en día, para practicar una paternidad responsable, son también "artificiales" a su manera, y requieren algunas observaciones. Pero tienen el gran mérito de poner al hombre y a la mujer en pie de igualdad, mediante la colaboración, mientras que la anticoncepción hormonal es siempre responsabilidad exclusiva de la mujer...
-¿Cómo analiza la reforma litúrgica de Pablo VI y la situación actual, con un movimiento tradicionalista firmemente apegado a la misa de San Pío V?
-Las Iglesias orientales tienen varios ritos. La Iglesia latina de Occidente tiene dos formas, la derivada del Vaticano II y la fijada por San Pío V. Fue un acierto de Benedicto XVI conservar ambas.
»No se puede proscribir un rito que ha sido fuente de alimento de tantas vidas santas y sigue atrayendo a los católicos de hoy que aman el recogimiento, el silencio y el canto gregoriano. El nuevo misal es perfectamente correcto. Incluso tiene la ventaja de contar con una liturgia de la Palabra muy rica. Celebrada la mayoría de las veces por un sacerdote de cara a la congregación (lo que no estaba previsto por el Concilio y nunca había existido antes y sigue sin existir en Oriente), conlleva el peligro del "clericalismo", la individualidad del sacerdote corre el riesgo de ser demasiado importante.
»Lo ideal sería que un cierto número de sacerdotes de ambas partes estuvieran dispuestos a celebrar en las dos formas del rito romano según las necesidades pastorales. Un poco de flexibilidad...
-¿Qué ha aprendido de su experiencia como obispo? ¿Cómo se puede ser obispo en nuestra Europa descristianizada, con diócesis cuyo número de fieles y sacerdotes sigue disminuyendo?
-No tengo lecciones que dar. Pero recibí la inspiración de poner en práctica lo que el Concilio de Trento pedía a los obispos: la visita regular de todas las parroquias. Durante mis veinticinco años como obispo (diecinueve en Namur y seis en Bruselas), pasé casi cinco años fuera del obispado, visitando, mientras vivía allí, todos los decanatos y casi todas las parroquias de ambas diócesis. Fueron oportunidades espléndidas para conocer a la gente, creyentes y no creyentes, aprender mucho, enseñar y evangelizar.
Traducido por Helena Faccia Serrano.