La fisioterapeuta colombiana Martha Eugenia Guerra estuvo inmersa en la guerrilla del M-19 en su juventud. Pese a su carácter radical, una petición sencilla de su madre y el arrepentimiento en el Sacramento de la Confesión le ayudaron a volver a Dios.
Estudió en colegio de monjas parte de su infancia y aunque “amaba a la Virgen María”, cuenta a Portaluz, le cogió manía al rosario, porque las “hermanitas del colegio obligaban a rezarlo todos los días”. Sin embargo, “a los nueve años tenía mucha ilusión de hacer mi primera comunión”, recuerda, y más adelante cuando tenía 11 o 12 y por propia iniciativa, comenzó a leer la Sagrada Escritura. Su madre era de misa diaria e intentaba también impregnar en sus hijas la fe.
Atracción por la revolución
Durante su adolescencia, la joven dejó de recibir habitualmente los sacramentos. Aquellos años su familia tuvo problemas económicos y hoy cree que esto fue lo que hizo que se sintiera identificada con los grupos guerrilleros de Colombia, ateos y violentos, que pretendían conseguir la justicia social mediante las armas.
Cuando entró en la universidad, Martha se sintió atraída por estos grupos cuyos miembros repartían panfletos, regalaban libros y cintas de música que alentaban la lucha revolucionaria para restituir la dignidad de los pobres. Así fue como conoció al M-19, una organización guerrillera fundada por estudiantes universitarios. “Yo pensaba que esa causa era buena”, cuenta Martha.
Una aventura con "los salvadores de Colombia"
Martha recuerda lo engañada que estaba: “Los presentaban como quienes iban a salvarnos, no, que iban a salvar a Colombia (…) Yo siempre tenía en mi corazón, la injusticia; porque siempre me he rebelado contra la injusticia (…) y no faltaba oportunidad para inculcarnos ideas tales como, mire tal cosa, fíjese que es el gobierno, ojo con la policía, mire lo que nos hicieron, en fin, buscan a las personas que tienen resentimientos; y entonces se valieron de nuestras buenas intenciones para meternos ese odio en el corazón” revela Martha.
Tras el tiempo de adoctrinamiento, un día en el que Martha hacía prácticas en el Hospital San Juan de Dios en Bogotá, les dijeron que había llegado el momento de hacerse oír y tomaron el recinto, con pacientes incluidos, a quienes no dejaron de atender. La aventura terminó al ser desalojados tres días después. “Empezamos a sentir ruidos y gritos por todos lados, yo pensé que me llegaba la muerte” recuerda Martha.
La detuvieron, y esto la radicalizó aún más. “Tú te vas metiendo y metiendo y te parece muy interesante, es como una aventura, como que tú vas a liberar al país, como que tú vas a acabar con la corrupción, y todo esto afectó mis creencias y yo pensaba que Dios tenía la culpa de todas esas cosas, de todo lo malo que pasaba” advierte.
Una convivencia en una finca con piscina
La madre de Martha buscó la ocasión, con suavidad, para llevarla de vuelta al encuentro con Dios. “Ella no me habló a mí ni de Dios o que eran Cursillos de Cristiandad. Me dijo: “¿Por qué no vas a esta convivencia?” Yo le dije: “¿Qué es?” Me respondió que iban a una finca y había piscina”.
Martha se dejó convencer, pero cuando estaba subiendo al bus estuvo a punto de arrepentirse y bajar. En ese momento, dice, vio a través de la ventana a su madre llorando. Y Martha se entregó. “Dije para mí: “Si estoy aquí es por algo, pues me voy a sacrificar estos dos días, pero le voy a dar gusto a mi mamá”.
Al principio se resistió, pero por la noche acogió la invitación a realizar un examen de conciencia de toda su vida, estando sola en su habitación. “Empecé a hacer ese recorrido de vida, de los vacíos, porque tenía muchos vacíos, entre ellos del amor de Dios”, pero sin intención clara de confesarse después, comenta.
"No te puedo dar la absolución"
A la mañana siguiente, llegó su momento y la invitaron a confesarse. Hacía muchos años que no lo hacía, pero recordaba ciertas formas… Se arrodilló en el confesionario y narró todo su pasado, pero no había dolor por los pecados, ni propósito de enmienda y entonces escuchó al sacerdote decir: “No te puedo dar la absolución”.
Perpleja, recuerda haberle preguntado la razón. “Porque tú no tienes dolor por los pecados, y es importante que tú sientas dolor de los pecados, porque sin este dolor no sientes que tú has ofendido a Dios con lo que hiciste”, respondió el sacerdote. Confusa, comenzaba a sentir el peso de aquella advertencia y Martha dice que le preguntó: “¿Cómo es tener dolor de los pecados padre?”. “Pídele a Dios esa gracia” respondió el confesor.
Al principio Martha no entendió qué debía pedir. Pero, al día siguiente, escuchando una meditación sobre el amor de Dios, Martha tomó conciencia de su pecado… “empecé a llorar y llorar”. Salió de allí yendo directamente a ver al sacerdote y le dijo entre lágrimas: “Sí padre, estoy arrepentida, ¿ahora sí me va a dar la absolución?” El sí del sacerdote se escuchó como un bálsamo.
“Me dio la absolución y sentí que me habían quitado un peso de encima, ese puede decirse que fue como el primer comienzo, el llamamiento de Dios”. Tiempo después, fortalecería su conversión consagrándose al Corazón Inmaculado de María. “No hay que perder la esperanza, aunque el camino sea oscuro, Dios siempre tiene una luz del otro lado” concluye.