El arzobispo emérito de Siena (Italia) Gaetano Bonicelli cumplió el pasado 13 de diciembre 100 años de vida. "Don Tano", como le llaman de cariño, es un auténtico hombre récord, que ha vivido con ocho Papas –conoció a siete y estuvo al servicio de cuatro de ellos –, lleva 77 años de actividad sacerdotal y presentó su renuncia como obispo en 1999, ¡hace 25 años!
Nacido el día de Santa Lucía de 1924 en Vilminore di Scalve, al pie de los Alpes Orobicos de Bérgamo (Italia), a Bonicelli le prepararon una gran celebración por su siglo de vida, que comenzó con una Eucaristía presidida por el cardenal Mario Grech, Secretario General del Sínodo de los Obispos, y que contó con la presencia de 24 cardenales y obispos, 80 sacerdotes y 300 personas procedentes de toda Italia.
Yo no quería, ha sido el Señor
Con el oído algo averiado y sus piernas un poco achacosas, Bonicelli sigue desprendiendo fuerza y vitalidad, y es una mina de recuerdos y anécdotas. El portal Avvenire le acaba de hacer una breve entrevista sobre sus años de vida, especialmente, los vividos como sacerdote y arzobispo de la Iglesia Católica.
"Cumplir cien años me deja casi indiferente. Yo no quería, pero ha sido el Señor el que lo ha dispuesto así. Simplemente le estoy agradecido por estar siempre a mi lado en esta vida un tanto salvaje", comienza diciendo el emérito de Siena.
Bonicelli celebra sus 75 años como sacerdote.
Cuando el periodista incide en lo de "salvaje", Bonicelli apostilla: "Sí, porque hice de todo. Fui seminarista durante los años difíciles de la guerra. Joven sacerdote entre los muchachos del oratorio Almenno San Salvatore. Nuevamente estudiante de ciencias políticas y sociales en la Universidad Católica y en la Sorbona de París. Serví a la Iglesia italiana en Acli y Ucei, y a la Conferencia Episcopal como subsecretario. Era el director de la Oficina de Comunicación Social cuando me llegó el nombramiento episcopal en 1975".
Elegido obispo por un santo –Pablo VI–, Bonicelli ejerció la mayor parte de su ministerio con otro santo –Juan Pablo II–. "Tuve una relación con los papas más directa y auténtica que muchos otros (sonríe). Creo que he servido a la Iglesia universal mediante la obediencia directa a los sucesores de Pedro. Pablo VI me asignó la diócesis suburbana de Albano como obispo auxiliar, y luego como ordinario. En su territorio se encuentra Castel Gandolfo, Juan Pablo II llegó a la residencia de verano tres días después de la elección. '¿Puedo dirigirme a usted primero?', me preguntó. La cercanía y la intimidad con él fueron un tesoro muy preciado", recuerda.
En misiones de guerra
Ya en 1981, el Papa Wojtyla lo nombró Ordinario Militar (obispo castrense sería en España). "Él mismo me lo comunicó una noche después de cenar. Así comencé mi servicio eclesial en las Fuerzas Armadas, viajando por medio mundo, con visitas sistemáticas a los soldados italianos en los países de la OTAN, en Oriente Medio, en el Líbano. Los mismos lugares que hoy siguen siendo escenario de tanto sufrimiento", comenta.
"Son lugares en los que la Iglesia puede y debe estar presente. La pastoral debe llegar a todos, incluso en el mundo militar uno puede llegar a ser santo. Basta con mirar al cuerpo alpino, tan querido para mí. El ministerio de los capellanes militares no se limita sólo a quienes visten el uniforme, sino que también llega a sus familias. ¡Cuántas madres se sienten aliviadas al saber que hay un sacerdote al lado de sus hijos!", dice Bonicelli.
"Los generales del Ejército, a quienes el Ordinario se equipara en escalafón, se jubilan al cumplir 65 años de edad. En 1989 yo dejé el cargo. Después de la experiencia de llevar una diócesis que es una circunscripción personal, sin un territorio concreto, el Papa me confió una geográficamente bien definida: la Iglesia de Siena-Colle di Val d'Elsa-Montalcino".
Sus recuerdos de esta etapa fueron muy positivos. "Aunque al principio la relación entre la Iglesia y la política local fue un poco tensa. Realicé dos visitas pastorales a la archidiócesis, encontrándome con el pueblo de Dios en la realidad en la que vivía. También tuve la oportunidad de organizar eventos únicos que animaron la fe de los sieneses, como el Congreso Eucarístico Nacional de 1994", relata orgulloso.
Y, a la edad de 75 años, cuando los obispos diocesanos presentan su dimisión al Papa, él hizo lo propio. "Se la envié a Juan Pablo II en 1999. Él la rechazó diciéndole al cardenal Re, entonces en la Secretaría de Estado: '¿Bonicelli? Es mejor que yo. ¡Que se quede ahí!'. Y me quedé otros dos años. Luego, en 2001 regresé a mi diócesis de Bérgamo (Italia). Desde entonces vivo al lado del Santuario de Stezzano, donde todavía hago lo que puedo para dar mi contribución a la vida de la Iglesia", explica.
Con un siglo de vida, Bonicelli hace recuento de algunos de sus recuerdos más vividos. "Siempre he buscado la humanidad en todo, como cuando vi a mi madre, siendo niño, que me encomendó a Nuestra Señora del Rosario. Es la misma humanidad que descubrí en el cura de Vilminore, don Virginio Daina. Gracias a su ejemplo, sencillo y auténtico, elegí ser sacerdote", recuerda.
Y, sobre la situación de la Iglesia actual, al tener 100 años de experiencia, el prelado deja un hueco para la esperanza. "A primera vista, todo parece ir a peor: disminución de fieles y escasez de vocaciones. Pero, en los últimos días, he hecho algunas reflexiones: veo más gente dispuesta a ayudar a los demás. 'Me he hecho todo para todos', ese ha sido mi lema episcopal y es lo que he intentado hacer durante cien años", concluye.