El 13 de noviembre de 1985, a consecuencia de la erupción del volcán Nevado del Ruiz tras más de sesenta años de inactividad, la localidad de Armero (Colombia) fue sepultada por una avalancha de lodo, escombros y agua, falleciendo 20.000 de sus 29.000 habitantes. Fue el núcleo central de una tragedia que costó la vida a varios miles de personas más, y que quedó identificada con el rostro de la niña Omayra Sánchez, atrapada durante tres días en el lodo sin que pudiese hacerse nada por salvarla.
Una de las víctimas de la tragedia fue el padre de un sacerdote, que ha contado a Ana Beatriz Becerra en Portaluz la influencia indirecta que acabó teniendo aquello en su vocación:
La dramática tragedia de Armero, en la cual perecieron más de 20.000 personas, permanece en la memoria de los colombianos, en particular aquellos que vivían en el lugar y sobrevivieron. Uno de ellos, el sacerdote William Guzmán Álvarez, tenía 15 años aquel 13 de noviembre de 1985, cuando una avalancha de lodo, piedras y lava arrasó Armero y sepultó -entre tantos miles- a su padre.
La familia del padre William estaba compuesta por sus padres y tres hermanos. A los pequeños se les inculcó el amor a Dios y el respeto por las cosas sagradas: “Los valores cristianos siempre estuvieron presentes, la eucaristía, la oración, el santo rosario y la devoción a la Virgen”, dice el sacerdote, aunque nadie -puntualiza- “pensaba que habría un sacerdote en la casa, pues de pequeño yo nunca contemplé ser sacerdote”.
El padre William, ante la Virgen de Fátima.
Les dijeron que no había nada que temer
El padre William recuerda que ese día de la tragedia su madre y hermano viajaron a Medellín y fue un viaje que se decidió pocas horas antes de partir. Salieron alrededor de las 21.30 horas y por ello -comenta el sacerdote- “nosotros estábamos despiertos a esa hora, cuando ya todo el mundo dormía”. Recuerda que en esos minutos caía algo de ceniza volcánica y no se alarmaron dado que las autoridades solo decían: “Fenómeno natural, no hay problema, colóquense pañuelos húmedos en la boca y guárdense en sus casas”.
Su madre, al despedirse -recuerda William-, lo sorprendió advirtiéndole que ante cualquier situación extraña o de peligro saliera de casa “corriendo”. La tragedia sucedería, recuerda el sacerdote, alrededor de las 23 horas y poco ante su padre decidió que era momento de acostarse. Apagaron todo y al retirarse su progenitor le dijo… “No vaya a prender ninguna vela, no vaya a abrir la puerta y acuéstese a dormir”. Pero William, quizá por lo que le había dicho su madre no le hizo caso y se fue hacia la puerta de entrada de la casa.
“Era mi ángel de la guarda”
“Cuando abro la puerta hacia la calle estaba un hombre ahí parado como si estuviera esperándome y sentí que era un mensajero de Dios. Me dice: «Salga que se vino la Lagunilla» (río que bajaba a gran velocidad desde el cerro Nevado). ¡Era mi ángel de la guarda!”, rememora. Gritó a su padre que saliera -“¡Papá, salga, que se vino la Lagunilla!”- y corrió junto a su hermana, cuñado y sobrinas, que en ese mismo instante salían de su casa, al frente de donde él vivía. No volvería a ver a su padre.
Mientras corría, la descomunal avalancha se abrió en dos brazos ante él pudiendo salvar la vida de forma providencial, pues todo el valle fue arrasado ante sus ojos…
"y se hizo como una isla en donde quedamos encerrados, los que íbamos corriendo justamente en ese momento”, relata con evidente emoción.
Nunca encontraron los restos del padre y su madre asumió con carácter firme la responsabilidad de guiar a la familia.
“Padre, yo quiero ser como usted”
Luego de lo ocurrido, William no encontró la forma de concretar su anhelo de ser médico y puesto que la familia enfrentaba un difícil momento de gran necesidad, se fue a trabajar con su cuñado, que era odontólogo, a las minas de Muzo (minas de esmeralda ubicadas a 95 kilómetros de Bogotá). En su tiempo libre salía en búsqueda de esmeraldas, pensando que de encontrar alguna aliviaría las necesidades del hogar. Esa idea obsesiva terminaría de golpe cuando un derrumbe en las minas acabó con la vida de 30 trabajadores. “Ahí fue donde escuchando el dolor de otra tragedia, el Señor ya me toca el corazón y me dice: «¿Tú también estás aquí por una piedra?... Mira, toda esta gente está por una piedra que es de color verde, ¿tú también estás aquí por esa piedra?»”.
Aquella experiencia con Dios cambió el rumbo de su vida, regresó al pueblo y se presentó al padre José Luis Rivera: “Un santo sacerdote a quien dije: «Padre, yo quiero ser como usted». Con su gran carisma, irradiando vida y alegría, me respaldó para presentarme al seminario”.
Tras terminar sus estudios de teología y filosofía, hoy el padre William Guzmán tiene la responsabilidad de formar a futuros sacerdotes en la Sociedad Misionera de los Santos Apóstoles. “Me dedico a este carisma y también a parroquias pobres en misión, por eso estoy en estos momentos en la parroquia de San Dionisio en la diócesis de Engativá… mi anhelo es predicar por el mundo entero".