Alix es la pequeña de cinco hermanos, y nació mucho después que los cuatro mayores. Cuando tenía diez años, la edad de sus padres empezó a angustiarle: “Me di cuenta de que mis padres era mucho más viejos que los padres de mis amigos. ¡A ese ritmo, cuando yo tuviese veinte años se vendrían abajo!”.
Este pensamiento infantil se convirtió para ella, “hipersensible” al estado de ansiedad, en fuente de “auténticas crisis”: “Tenía tanto miedo a que muriesen, que pasar una noche fuera de casa podía desencadenar una crisis”.
Un calvario de años
Alix vivió este calvario de angustias durante toda la adolescencia, al tiempo que mantenía una vida de fe: en su casa se hablaba de Dios y ella practicaba la religión. De hecho, una de sus crisis vino cuando una amiga y ella organizaron un pequeño retiro espiritual.
“La crisis de ansiedad comenzó tres días antes de la partida. Me dije: ‘No voy a poder, tres días no voy a poder…’ Uno se siente muy solo en esos momentos”, explica en L'1visible: “Tenía la impresión de asfixiarme físicamente, de verme morir. Sin embargo, vista desde fuera, yo no tenía ninguna razón física válida para que alguien se asfixie. Entonces uno intenta relativizarlo, te dices que esto se pasará, que tiene que pasarse. Vives la crisis de angustia a un grado de conciencia hiper-elevado, consciente sobre todo de tu soledad. Solo uno siente hasta qué punto es duro”.
Reproche a Dios
En ese punto, subió a su habitación y gritó hacia Dios: “Le abronqué durante un buen rato… Solté todo lo que Le reprochaba. Le pregunté por qué tenía yo que vivir aquello. En otras circunstancias Él me había ayudado”, explica. Y así se lo recordó también: “Ya has actuado en mi vida, ¡haz algo! Esto es demasiado para mí…”
Y Dios volvió a responder a Alix: “En ese momento, vi con mi corazón que Él estaba presente en el otro extremo de la habitación. Estaba de pie y me miraba. Lo que más me impactó es que Él era tímido, que no se atrevía a acercarse. Francamente, no me lo esperaba, no preví algo así. Suele decirse que una madre prefiere estar enferma antes que su hijo. Ahora bien, Dios nos ama más que una madre y es todopoderoso. Si no quería que yo viviese aquello, solo tenía que liberarme, pero no lo hacía. Es un auténtico misterio. Tomé la decisión de dejar de preguntarme por qué”.
Los sufrimientos de la Cruz
“A mis ojos”, continúa, “Dios estaba ahí cuando todo pasaba y ausente cuando las cosas no iban. Sin embargo, en ese instante, la muerte de Jesús, Hijo de Dios, en la cruz y lo que padeció por cada uno de nosotros se hizo algo concreto. Comprendí que mis angustias, esos clavos que me traspasaban, Él también los vivía, conmigo. Eso nos unió de una forma mucho más sincera y completa que antes”.
Alix confiesa que no se ha liberado de su problema “con un chasquido de los dedos”. Fue “largo y difícil”, pero ahora todo le va bien. Gracias a eso comprendió el modo de actuar de Dios: “Él podría haberme liberado con un golpe de varita mágica, pero ha preferido tomarse su tiempo, que yo conociese personas que me han ayudado. Y no lo lamento: eso me ha enseñado a ser perseverante y a confiar en Él. Realmente, eso me liberó”.