Con 27 años, el originario de Jacksonville (Florida) Michael Seethaler sabe bien lo que es una vida de excesos precoces, comparable a multitud de guiones cinematográficos e incluso combatir la fe siendo prácticamente un niño. Casi la mitad de su vida ha transcurrido negando la piedad en que fue educado.
Como hijo de padre católico y madre presbiteriana, recuerda en Cambio de Agujas que aunque recibió los sacramentos y asistía a una escuela católica, a los 8 años ya estaba "alejado de la fe".
Parte de culpa la tuvieron los videojuegos e Internet, pues siempre le gustaron las aventuras y ese era el lugar donde podía encontrarlas. Pero pronto aprendió que, siendo un niño, Internet es la mejor forma de ir "a todos los sitios equivocados".
Al punto que "con solo 8 años, cuando iba a hacer la primera comunión, ya estaba en pecado mortal. ¿Cómo podía estarlo teniendo solo 8 años?", se plantea.
Pero aunque Dios le ayudaba a "saber que lo que hacía estaba mal", él hacía caso omiso. Y desde entonces, recuerda su vida como un "descenso al caos".
13 años: ateo militante e "influencer" contra Dios
Para sus 13 años, Michael había decidido "rechazar por completo la fe", llegando a cambiarse por cuenta propia de su instituto católico a uno laico. "Creía que todo lo que aprendía era adoctrinamiento, pero realmente fue una forma de justificar mi forma de vida", admite él. A su primera "negación total" le siguió un paso más, el del ateísmo militante, que con 15 años tenía perfectamente asimilado, disfrutando de hablar con sus compañeros cristianos y explicarles "por qué eran tan tontos" de no seguir sus pasos.
Desde el instituto, Michael ya conocía perfectamente que en la fiesta estaban "todos los pecados de la carne, de las drogas al alcohol o la impureza". Pero aquello, dice, "no era nada" comparado a su soberbia y laicismo.
"No solo no creía en Dios, sino que creía que era Dios. Arrastré a muchos, tanto en mis discusiones contra Dios como en la forma en que vivía. Yo era un líder, me eligieron presidente de la clase dos veces, sacaba notas casi perfectas en las clases más difíciles, jugaba al fútbol americano… Tenía tanta influencia que la usaba para todo lo equivocado. No seguía a la multitud, yo era el influencer negativo de la multitud", explica.
Seethaler era un popular deportista y estudiante en la Universidad que se recuerda como un "influencer negativo" de multitudes, alejándolas de Dios.
Locura y fiesta extrema en contra de la fe
Eso era en el instituto. En la Universidad, la locura dio paso "a un nivel superior". Especialmente con su ingreso a una de las famosas fraternidades universitarias reflejadas en multitud de películas y que él resume como "un club de personas con las que salir de fiesta".
Fue "la base de todas las cosas que hice mal. Mi deseo era amar y ser amado, y todo lo que hacía, ir de fiesta, buscar la aprobación por mi inteligencia, elogios o entrar en la fraternidad era porque buscaba amor", recuerda, sin saber que todo lo que hacía le alejaban cada vez más "de Dios, de ese amor". Incluso percibía la misericordia divina en una suerte de "fuerza para volver", pero su voluntad estaba entregada a luchar contra esa posibilidad.
El éxtasis de aquella alocada vida fue en uno de sus viajes universitarios a Alemania, donde estuvo 6 meses. Lo recuerda como "otro nivel", con una cultura de la fiesta "mucho más extrema". Michael terminó por pensar "que la vida se trataba de pasárselo bien, tener experiencias, crear recuerdos y buscar placer y poder". Costándole pensar que otra persona hubiera podido divertirse más que él, admite que vivía "completamente en contra de la fe", pero con una ansiedad y depresión que se agrandaban conforme se terminaba su viaje.
"Si moría, supe que iría al infierno"
A modo de despedida, él y sus amigos quedaron en Israel antes de volver a casa. Recuerda estar sentado en un ático, donde podía ver Tel Aviv extenderse ante sus pies mientras sonaba la televisión.
"Recuerdo que veíamos un programa donde la gente cantaba que la vida era `una basura total´… Nunca lo olvidaré. Estaba desesperado, sin una razón para vivir, con Dios habiéndome más de lo que yo podría querer, pero era como comer veneno con sabor a caramelo", admite.
Al día siguiente, Michael salió solo hacia Jerusalén, meditando hasta que se encontró en el muro de las lamentaciones.
"Allí Dios me dio una gracia extraordinaria de ver que necesitaba cambiar mi vida. Me dejó muy claro, pero me negué, seguí viviendo igual y al día siguiente estaba de fiesta otra vez. Él lo dejó muy claro y yo negué la verdad", recuerda.
Michael, con sus compañeros de fraternidad.
Tendría que pasar otro mes y medio hasta que Dios volviese a llamar a su puerta, solo que esta vez fue "más doloroso", a través de "una gracia" por la que supo que "si moría, iría al infierno. Y no creía en el infierno en ese momento, pero Dios lo dejó tan claro que creí en el infierno antes de creer en el Cielo".
Una promesa para encontrar la paz: ¿Budismo, judaísmo o la Iglesia?
Desesperado y deprimido, Michael dirigió una súplica a un dios en el que ni siquiera creía. "Si existes, por favor, ayúdame". A una petición que podría ser considerada "convencional", en su caso agregó una promesa: "Si lo haces, te entregaré mi vida".
A la mañana siguiente, Michael se despertó misteriosamente tranquilo, sin ansiedad pero aún sin considerarse cristiano. Sabía que ese "dios" le había respondido, pero ahora tenía que saber quién era. "Quizá el del budismo, quizá otra cosa… me fui a encontrar con el rabí, luego intenté meditación budista… Pero nada me daba la paz", agrega.
Encontró lo que buscaba un 25 de marzo de 2018, Domingo de Ramos, cuando a los 21 años aceptó volver a cruzar las puertas de una iglesia y acudir a una misa. No podía creer que tras escuchar el órgano solo pudiese llorar. También quedó profundamente impactado por las reflexiones del psicólogo Jordan Peterson en torno al significado psicológico de la Biblia o al reflexionar en la necesidad de confesarse tras una década lejos de la gracia.
"Empecé a recibir a Nuestro Señor y mi vida solo mejoraba más y más", relata.
"Una paz que nunca hubiera imaginado"
Con todo, la fe seguía siendo para él una "pequeña parte de su vida", en un proceso en el que "Dios fue paciente". Tras algunos años más, Michael fue confirmado y recordó su promesa. Por entonces, con solo 24 años, trabajaba en el sector de Capital inversión -Private equity- haciéndose "de oro" pese a su juventud. Sin embargo, admite que "no era feliz y mi corazón no había descansado en Él".
La oportunidad le llegó "de forma providencial", cuando un amigo le habló de la conocida St. Michael's Abbey de California, donde sabía que si quería hallar la paz, era el lugar que Dios le ofrecía para empezar.
"Entendemos las cosas a las que renunciamos porque los tenemos, familia, amigos, dinero poder… Pero no conocemos el siguiente nivel al que Dios nos llama. Si hubiese sabido las alegrías que habían venido después de darlo todo, la decisión habría sido mucho más fácil. Así que decidí ir al monasterio y estuve un año y medio, el más hermoso de mi vida", cuenta.
Hoy, Michael se encuentra "de vuelta en el mundo", discerniendo sobre su lugar concreto en el mundo. Por ahora, dice, lo principal es difundir "la gracia que Dios tiene para aquellos que la buscan. Yo ni siquiera estaba seguro de que Dios existiese al rezar eso, y solo con pronunciarlo me llevó a un nivel de paz que nunca hubiera imaginado", concluye.