En 1933 contrajo un matrimonio fugaz que acabó en divorcio, y en 1934 se casó con una cantante, Dolores Reade, con quien vivió 69 años que fueron felices, aunque con la tormenta de las infidelidades de Hope y el continuo deseo de ella de verle convertido al catolicismo y compartir así la fe.
"Dolores era una gran cristiana. Soportó esa gran debilidad de Bob con fe, oración y paciencia", afirma el religioso franciscano Benedict Groeschel, amigo del matrimonio, a quien Hope trató siempre con gran respeto.
El padre Groeschel cuenta una anécdota que el mismo Hope solía referir con nostalgia. En cierta ocasión fue invitado a un gran evento católico, y el cura que le presentó ante el público, antes de darle la palabra, quiso crear ambiente y contó hasta ocho chistes. Cuando por fin Hope tomó el micrófono y se hizo el silencio, miró a los asistentes y, muy serio, dijo: "Y ahora, recemos". La carcajada del respetable fue el inicio de una gran noche de humor del genio.
Dolores, como Santa Mónica por su hijo San Agustín, rezó toda su vida por el alma de su marido, y pedía a sus amigos que hiciesen lo mismo. "Básicamente, el agente de su conversión fue su esposa", certifica el cardenal Theodore McCarrick, ex arzobispo de Washington, quien también trató a la pareja y conoció por otro lado la gran generosidad de ambos, quienes hicieron muchas obras benéficas e incluso adoptaron cuatro hijos.
A Bob le entusiasmaba el catolicismo incluso antes de convertirse a él, según un reciente reportaje del National Catholic Register. Durante la Segunda Guerra Mundial acompañó más de una vez al célebre cardenal Francis Spellman, arzobispo de Nueva York, en sus viajes de apoyo a las tropas, y quedó asombrado de cómo le recibían los soldados católicos.
El actor empezó a meditar en la religión con mayor intensidad cuando un problema en los ojos, ya siendo octogenario, le obligaba a pasar mucho tiempo a oscuras, consagrando a la reflexión las horas que antes dedicaba a decenas de ocupaciones.
Y también pudo comprobar la caducidad de las pompas mundanas en 1991, cuando al asistir a la inauguración de la Biblioteca Presidencial Ronald Reagan, comprobó que no figuraba en la lista de invitados. Decir "¡Pero si soy Bob Hope!" apenas le valió de nada.
Este choque contribuyó a hacerle meditar, algo que solía hacer también con el cardenal McCarrick. Poco después se convirtió, y vivió sus últimos diez años, al fin feliz con Dolores, y frecuentando la iglesia de San Carlos Borromeo, en el norte de Hollywood, cuyo párroco, Thomas Kiefer, le había bautizado.
Murió en 2003, a las pocas semanas de cumplir 100 años. Dolores le siguió en 2011, también centenaria, con 102 años a cuestas.
Allá en el cielo, de nuevo juntos, seguro que Bob le canta la canción que va ligada como ninguna a su vida, su seña de identidad: Thanks for the memory, que canta un matrimonio (la actriz es Shirley Ross) que se va a divorciar recordando los momentos vividos juntos. La memoria de esos momentos será la que les una de nuevo.