Para Tosca Ferrante, uno de los días más importantes de su vida comenzó como cualquier otro: rodeada de delincuentes, drogadictos y prostitutas en la comisaría de Tor Pignattara en Roma. Probablemente no pudo imaginar que el abrazo que le pidió un joven detenido y asustado le llevaría a encontrar la felicidad y su lugar en el mundo. Solo tenía clara una cosa: quería gastar su vida dándola a los demás y había un mejor camino que siendo policía.
Como ha explicado Tosca a Vatican News, desde niña siempre soñó con ser enfermera o profesora, algo que cambió conforme creció. Quería ser policía.
Desde 1984, finalmente pudo vestir con orgullo su uniforme, la boina, la cartuchera y el lema Sub Lege Libertas.
Mucha pobreza, vacío y maldad
Sin embargo, toda la alegría y la paz que le creía encontrar en su trabajo comenzó a tambalearse cinco años después. "A pesar de la alegría, sentía cierta inquietud por el futuro y me preguntaba sobre el sentido de la vida y sobre cómo Dios quería compartirlo conmigo", comenta.
Desde que nació, Tosca Ferrante buscó la mejor forma de ayudarse a los demás en la docencia, la enfermería y la policía, pero siempre tenía "una inquietud" que no lograba saciar.
A la autoridad que le inspiraba a la agente de policía el lema vigente del cuerpo italiano de policía se le sumó una creciente compasión con la incorporación de las palabras Esserci sempre -siempre ahí-. Aquellas palabras le dieron una nueva perspectiva en su trabajo.
"Vi los rostros de mucha gente pobre: delincuentes, drogadictos, chicas jóvenes víctimas de la prostitución o extranjeros a la espera de un permiso de residencia que caían en manos de intermediarios… Vi mucha pobreza, vacío y maldad", menciona.
Marcada por las historias que veía cada día, una le conmovió especialmente. Y le dio que pensar.
"Un día estaba en la comisaría de Tor Pignattara en Roma. Me pidieron que hiciera guardia y esperase órdenes sobre un menor que había cometido un robo. Estábamos en la misma habitación y comencé a hablar con él sobre los motivos que le llevaron a cometer su primer crimen", explica Ferrante.
Una pregunta que lo cambió todo
Nunca olvidaría lo que sucedió a continuación. El joven rompió a llorar, expresando su miedo y angustia mientras la agente le dio, impotente, un pañuelo: "Todavía llorando, me dijo: `Tengo miedo, ¿puedes darme un abrazo?´. Le dije que no, no podía, estaba de servicio… Pero en el fondo, ¿qué es lo que me pidió? ¡Un abrazo! Un gesto de calor, de amor, de ternura, de protección… ¡Pero dije que no! Cuando llegué a casa me miré en el espero y me pregunté en qué me estaba convirtiendo".
Aquel joven asustado y el remordimiento por no apoyarle como necesitaba fue, sin saberlo, la motivación que llevó finalmente a Tosca a conocer verdaderamente al Señor y la fe, comenzando un camino que no tendría marcha atrás: "¡Supe que tenía que arriesgarme por amor!".
Dos años después, ingresó a las Hermanas Apostolinas, del Instituto de la Reina de los Apóstoles para las Vocaciones, donde se dedicó por entero hasta el día de hoy a los más pobres, enfermos y necesitados, encontrándose a no pocos de los que conoció durante su etapa como policía.
"La transición desde la policía a la vida religiosa no fue muy difícil para mí. Fue algo natural, mi contacto con las personas que mencioné antes me hizo comprender lo que Dios quería para mí", explica.
Tosca siempre buscó que se cumpliese la justicia, pero incumplir el lema de "estar siempre ahí" le hizo saber que dedicándose al Señor, ayudaría más y mejor a los necesitados.
Un consejo para discernir: mirar el día a día
Años después, Tosca participa en la junta de gobierno de las Hermanas Apostolinas como Consejera General, supervisa la pastoral vocacional y juvenil y coordina el servicio regional para la protección de menores y adultos vulnerables en Toscana: "Hoy, después de tantos años, puedo distinguir el hilo conductor que ha sostenido mi vida juntos: es el deseo de cuidar a los demás dedicándoles mi propia vida".
Basándose en su historia y experiencia, la hermana Tosca se dirige a los jóvenes que consideran su vocación y les explica que esta también se puede discernir poniendo atención al propio día a día.
“Las cosas que nos ayudarán a comprender quiénes estamos llamados a ser están a nuestro alrededor. Las situaciones del día a día son esa estrella que, desde fuera, nos orienta, impulsa y guía. Creo firmemente que la vocación es algo que comprendemos mientras vivimos, mirando la realidad en la que vivimos, la pobreza que nos rodea. Al menos así fue para mí: encontré a Dios en los rostros y en las historias de los pobres: ¡me inclino ante ellos! Y doy gracias a Dios", concluye.