En el avión hacia Haití, Myriam lee la liturgia del día de la revista Magníficat. En las montañas de Puerto Príncipe a Jacmel, pasajera en un coche que desafía la noche y la lluvia torrencial por carreteras que dan miedo, reza en silencio con un rosario misionero en la mano, un color para cada continente. Lleva una cruz etíope al cuello, y de hecho fue la única presencia española en el Sínodo africano.
Myriam García Abrisqueta es la presidenta de Manos Unidas (www.manosunidas.org), mujer de acción y oración y de permanente buen humor, generosa con sus acompañantes en crema antimosquitos y pastillas antimalaria. Como miembro del Pontificio Consejo "Cor Unum", el "ministerio de solidaridad" del Vaticano, tiene a la Curia romana a una llamada de teléfono. Y mantiene ideas muy claras sobre la identidad católica de la asociación que hace 51 años fundaron unas mujeres de Acción Católica comprometidas contra el hambre.
- ¿Hay peligro de que Manos Unidas se descristianice, como ha pasado con otras ONGs de origen cristiano?
- Las ONGs católicas, es verdad, a veces corren el peligro de disociar su labor social de su compromiso cristiano con la persona, de olvidar el por qué hacemos lo que hacemos y el cómo lo hacemos. No hemos de caer en esta dicotomía. Lo hacemos por amor, por caridad.
- Caridad... hay gente que no le gusta esa palabra
- Pues yo creo que hemos de defender la caridad cristiana, el concepto y la misma palabra "caridad". Sí, está la justicia, y la solidaridad, pero la caridad va más allá, aunque las engloba. La caridad es justicia y solidaridad ¡con amor!. Y, más aún, no sólo con amor humano, sino con el amor de Dios, ese amor que Él derrama en nosotros, que sobreabunda y así lo llevamos a los demás. Eso es lo que mueve a Manos Unidas, y nunca dejará de construir el Reino de Dios y la fraternidad de los hombres como hermanos e hijos de Dios.
- ¿Alguna vez tuviste una crisis de fe?
- A los 16 años. Antes, recibí la fe de mi familia y de mi colegio del Sagrado Corazón. También fortaleció mi fe mi paso por los Scouts de España, que recuerdo con cariño. Fui lobata; luego, jefa de seisena y después, guía, de los 8 a 14 años. El grupo estaba bien integrado
- ¿Qué te llevó a Manos Unidas?
- Yo diría que lo que me mueve es una vocación: es Jesús, que tira de mí. Yo estaba en un grupo de matrimonios ligado a los jesuitas, participaba en la parroquia.. pero seguía sintiéndome inquieta. Hablamos en familia la posibilidad de ser voluntaria, de desarrollar esa llamada. Tanteé varias entidades. Una amiga me presentó Manos Unidas y vi que allí encajaba. Esa inquietud mía era una llamada de Dios, la llamada a amar a mis hermanos, a estar a su lado, optar por los más pobres. He recibido mucho de la vida y poder acompañarles es una necesidad para mí. Lo hago desde la fe y quiero comunicarles también que es la fe lo que me mueve.
- Manos Unidas ayuda a muchos, pero hay muchos más a los que no podéis ayudar. ¿Cómo sobrellevas eso, tanta gente a la que no puedes llegar?
- Es triste, claro. Pero, ¡es tan importante una vida humana, un hijo de Dios! Es un ser trascendente, amado por Dios, y eso hace que cada persona sea infinitamente importante, excepcional. Eso me consuela cuando veo que no llegamos a todos los que necesitan ayuda. He de ser humilde. Además, aunque no esté en nuestras manos llegar a todas las necesidades, eso no debe paralizarnos; hemos de hacer lo que podamos, con amor, y valorar a cada persona, amada por Dios.
- ¿Cuál ha sido el viaje en el que lo has pasado peor?
- Mi viaje a Manaos, en el Amazonas de Brasil, que fue mi primer viaje con Manos Unidas, también fue el que más me impactó. Era la primera vez que encontraba un entorno tan hostil. Allí incluso la naturaleza era agresiva: un río inmenso y caudaloso, una fauna peligrosa, yacarés e insectos... Podías encontrar insectos peligrosos en tu calzado cuando te lo ibas a
Manos Unidas cuenta con 95.000 socios que pagan cuotas y se apoya en el trabajo de 4.700 voluntarios. Eso le permite contar con una cantidad estable de fondos propios: por estatutos, sólo el 25% de su financiación puede ser pública y de hecho suele ser apenas un 20%. Eso hace que resista la crisis mucho mejor que otras entidades que dependían sobre todo de ayudas de ayuntamientos o diputaciones.
Hay 140 asalariados en Manos Unidas: 101 en servicios centrales y 39 en sus 71 delegaciones, lo que significa que muchas delegaciones diocesanas no tienen asalariados: se basan íntegramente en los voluntarios. La Fundación Lealtad audita sus cuentas, y Aecid (la Agencia Española para la Cooperación, estatal) examina y ratifica los proyectos especiales que encarga a Manos Unidas. La tradicional "Campaña contra el hambre" que cada año se celebra en las parroquias de casi toda España (y en muchos colegios) le aporta un tercio de sus fondos anuales. Excepto en algunas ciudades, en casos muy concretos, junto a tenderetes muy bien documentados y fechas muy específicas, Manos Unidas no realiza colectas con huchas por las calles. En 2010 los españoles confiaron 53 millones de euros a la asociación.
Fundada hace 50 años por mujeres ligadas a la Acción Católica, sus estatutos aún hablan en femenino de "presidenta", "delegadas", etc... La presidenta sirve en ese cargo por 3 años, prorrogables a otros 3 desde el año 2000. Acción Católica mantiene aún un representante en la Asamblea que gobierna la asociación, donde está también la presidenta, un representante de servicios centrales, uno de la comisión permanente y 71 delegados, uno por cada diócesis. Los puestos directivos locales y nacionales son de voluntarios, sin salario: sólo cobra el secretario nacional.
Como asociación pública de fieles tiene un consiliario, que suele ser un obispo responsable de temas sociales en la Conferencia Episcopal; en la actualidad es monseñor Omella, obispo de Logroño. La asociación forma parte de Cidse (www.cidse.org), una red de 16 entidades católicas de ayuda internacional (la irlandesa Trocaire, la inglesa Cafod, la holandesa Cordaid o la alemana Misereor entre ellas). Las entidades de Cidse se apoyan con información, contactos, acción política y de concienciación y trabajo con socios locales de confianza en países en desarrollo.