La expresión "haré más ruido muerto que vivo" fue una profecía más de las muchas que jalonaron la vida de San Pío de Pietrelcina (18871968). Con ella quiso expresar que la poderosa fuerza de intercesión que Dios le había concedido, y que se tradujo en una sucesión inacabable de milagros en vida como no se recuerda de ningún otro santo de los últimos siglos, continuaría tras su muerte.
No fue un don fácil de recibir, porque tuvo un precio. El Padre Pío vivió en su carne la Pasión de Cristo durante medio siglo, con los estigmas en manos, pies y costado y un continuo sufrimiento que completaba con una continua oración y un único objetivo: la salvación de las almas. Prácticamente su único apostolado fue confesar durante horas sin fin, en la pequeña iglesia de San Giovanni Rotondo, a decenas de miles de personas que llegaban a su confesonario desde todos los rincones del mundo.
El octubre del año pasado el escritor José María Zavala publicó una obra, Padre Pío. Los milagros desconocidos del santo de los estigmas (LibrosLibres), que recogía historias del santo desconocidas hasta el momento. Unas, procedentes de la Positio de canonización. Otras, sucedidas tras su fallecimiento y hasta nuestros días.
Lo llamativo del caso es que acaba de salir una quinta edición de este libro que incorpora un capítulo nuevo dedicado exclusivamente a recoger un buen número de nuevos hechos extraordinarios vinculados al santo, y que, o bien tienen su origen en el mismo libro (la mayor parte), o bien han llegado a conocimiento del autor tras su publicación.
Algunos (a la espera, por supuesto, del juicio de la Iglesia) figurarían en el ámbito de los milagros en sentido estricto: curaciones que la ciencia no puede explicar.
Por ejemplo, el cáncer de cerebelo de Rita. Se lo diagnosticaron a los pocos días de que su hija, Teresa, acudiese a la presentación del libro en la parroquia María Virgen Madre de Madrid, que dirige el sacerdote Santiago Martín, y donde intervino el obispo de San Sebastián, José Ignacio Munilla.
Teresa, que sólo se había confesado una vez desde entonces, lo hace ahora con frecuencia y se está preparando para recibir el sacramento de la Confirmación.
También está el caso de Charo y Pati, de nuevo madre e hija, pero en este caso la curación fue doble e idéntica. Con un año de diferencia, a ambas les diagnosticaron un cólico nefrítico que requería intervención quirúrgica, y a ambas les suspendieron la intervención quirúrgica porque al ir a hacerla las piedras habían desaparecido del riñón.
Como en la historia anterior, no era sanar el cuerpo, sino el alma, lo que el Padre Pío buscaba. Charo y Pati habían sido socialistas y feministas toda su vida, hasta que conocieron al santo capuchino en el ámbito de un grupo carismático. Su cambio fue radical y encontraron a su vida un sentido que, envueltas en esos errores, habían perdido.
El relato más emotivo de este capítulo es el de Marta. Murió de cáncer a los nueve años, tras tres de sufrimiento que llevó siempre con alegría. Señalada por Dios y educada en el amor a Él, cuando salió de la primera operación, lo primero que pidió a su abuela no fue comer o jugar: "Quiero rezar", dijo. No se separaba nunca de la reliquia especial del Padre Pío que le había regalado el padre Elías Cabodevilla, prologuista del libro.
Su padre también fue a San Giovanni Rotondo a pedir el milagro. Pero no tuvo la suerte de Teresa y Rita. ¿O sí? Él, desde luego, no se siente frustrado, porque sí hubo milagro. Que no fue la curación, sino "el modo de vivir la enfermedad y la manera en que [la niña] nos contagiaba su entusiasmo. Nos enseñó a vivir cristianamente": su enfermedad sirvió para congregar en torno a la oración por ella a muchos familiares separados hasta entonces por graves desavenencias.
Sustituir el odio por amor: he ahí otro milagro del alma. Y sucedió en Madrid con dos hermanas venezolanas que llevaban siete años sin hablarse. La señora de la casa donde trabajaba Raquel conoció el libro de Zavala, se lo pasó a ella, y ésta, sin mucha convicción al principio, lo leyó.
Decidió pedir al Padre Pío la reconciliación con Betty... y antes de una semana se estaban fundiendo en un abrazo.
Ésa es la huella de este santo: rescatar almas alejadas de Dios, como la de Consuelo, entregada a una locura de sexo y cocaína, y que escribió al autor de libro en los últimos meses para explicarle quién la sacó de ese hoyo.
Padre Pío ha servido incluso para dar una vocación sacerdotal. Raúl, ahora seminarista, tiene en aquel hombre excepcional el modelo perfecto de la "profesión" que ha escogido: la imitación de Cristo.