Los caminos por los que Dios llama a la conversión son muy variados. En ocasiones, espectaculares. Y otras, paradójicos.
El caso de Lorraine Murphy se sitúa entre estos últimos, porque fue el aborto provocado al que se sometió la primera brecha que le permitió comprender la ruta equivocada que seguía su vida.
Hoy vive en Georgia (Estados Unidos), donde es bibliotecaria en la universidad, y trabaja como periodista free-lance y como escritora. Ha publicado siete libros, entre ellos una biografía de la escritora Flannery O´Connor y una novela de misterio titulada Death of a liturgist [Muerte de un liturgista].
De familia italiana, había crecido en un ambiente cien por cien católico en familia, escuela y ambiente, hasta el punto de que cuenta el shock que le produjo en su adolescencia ver en una librería de la estación de tren de Miami la obra de Bertrand Russell Por qué no soy cristiano.
Y lo cierto es que años después dejó de serlo ella también, cuando en la universidad, donde estudiaba filología inglesa para ser un día escritora, todos sus profesores apuntaban contra la fe.
"Era el año 1964 cuando llegué al campus. Era una chica delicada, virgen y que iba a la iglesia": dos años después, ella misma describe que se había convertido en una hippy apuntada a la tesis de la "muerte de Dios" y que veía la misa como una reliquia de su infancia similar a un osito de peluche. "Desprecié todo lo que mis padres apreciaban, desde la virginidad antes del matrimonio a la abstinencia de drogas": se hizo feminista, enemiga del matrimonio y la maternidad, y se dedicó al "amor libre".
"Las feministas como yo no nos dábamos cuenta entonces de lo felices que hacíamos a hombres poco honorables practicando sexo sin compromiso", dice Lorraine: "Estaba demasiado ciega para ver la verdad. Aunque me empeñaba en ser la modélica chica fácil de los 60, en mi corazón seguía siendo la niña que había ido a una escuela católica y soñaba encontrar alguien tradicional que la quisiera y se casara con ella".
Lorraine lamenta que en su infancia y adolescencia nadie le diese argumentos para contrarrestar las ideas ateas. Cuando sacó el doctorado y se hizo profesora, ella misma se convirtió en su propagandista ante sus alumnos.
Pero todo empezó a cambiar ante un embarazo inesperado: "No tardé demasiado en decidir lo que tenía que hacer. Al fin y al cabo, había abundado sobre el tema del aborto en mis clases, y me parecía absolutamente claro que los derechos de la mujer siempre prevalecen sobre los del niño".
Así que puso en marcha el proceso, "que sería tan simple y directo como sacarse una muela, según decía el argumentario feminista. En realidad, el aborto se convirtió en uno de los momentos más horrendos de mi vida, física y emocionalmente, algo que reviviría y lamentaría durante todos los años posteriores. Este terrible acontecimiento se convirtió en la primera grieta de mi armadura feminista, y empecé a preguntarme si todo lo que había sostenido sobre el feminismo era verdad".
Ese momento abisal fue el despegue de Lorraine. Conoció a un buen hombre, cristiano sin denominación específica aunque no muy practicante, y se casó con él. Y aunque ella continuó siendo atea, empezó a no ver las cosas de la religión con tanto despego.
Hasta que un día, al regreso de un viaje de trabajo a Nueva York, su marido, que jamás había estado en una iglesia católica la dejó anonadada: "Entré en la catedral de San Patricio y puse una vela a tus padres y a mi padre". "Entonces me recorrió un escalofrío al darme cuenta de que jamás había rezado por mis padres, que habían muerto años atrás".
A partir de ese momento, confiesa, "las cosas fueron muy deprisa". Vivían cerca de una iglesia católica y empezaron a ir a misa allí: "Comencé a re-leer las Escrituras y me parecía que Cristo salia de esas páginas para irse apoderando de mi corazón".
Una noche, con ese corazón atribulado, acudió al sacerdote a confesarse, y en particular a recibir el perdón "por aquel horrible pecado negro que me había encadenado durante años".
Aun así, Lorraine siguió rechazando la doctrina de la Iglesia sobre los anticonceptivos, la homosexualidad o el sacerdocio femenino, y aunque rechazaba el aborto que ella había cometido, seguía pensando que las mujeres debían tener esa opción.
Pero en el año 2000 le diagnosticaron un cáncer, y al pedir asistencia espiritual conoció a un sacerdote con quien empezó a formarse mejor, y que la ayudó cuando ella pensaba, entre lágrimas, que iba a morir: "Finalmente, el padre Richard López me dio los fundamentos que necesitaba para abandonar mi catolicismo a la carta".
"Mi marido y yo pronto celebraremos 29 años de matrimonio. Y aunque no hemos sido bendecidos con los hijos, sí por otras muchas vías, en particular nuestra fe", concluye Lorraine Murray: "Y cuando reflexiono sobre mi recorrido, creo que Dios me llamó de vuelta a la Iglesia con la ayuda de mis padres y con las oraciones de aquella pequeña alma que no llegó a nacer, pero que jamás será olvidada".
Lea aquí el testimonio completo de Lorraine Murray (en inglés).