"Antes luchaba para no someterme al Papa, ahora por confiar en la jerarquía": con estas palabras, una joven conversa expresó recientemente a National Catholic Register su voluntad y convicción de permanecer fiel a las autoridades eclesiásticas tras las restricciones planteadas a la misa tradicional, de la que se "enamoró" junto a su marido poco después de su conversión.
Jenna Imgrund ahora es una joven casada de poco más de 20 años. Trabaja como coordinadora de marketing en una escuela católica y vive dedicada a su familia, la fe y la liturgia.
Pero no siempre fue así. Explica que creció en una iglesia bautista en un ambiente en el que la Iglesia católica era "la ramera de Babilonia" y los asistentes al culto mostraban tendencias ofensivas "particularmente hacia las mujeres" en no pocas ocasiones.
En aquel ambiente "vi a Dios como un padre contrariado que no se preocuparía mucho por mí a menos que alcanzase todos los marcos de referencia que mis pastores me impusieron. Sentí que tenía que evangelizar los confines más alejados de la tierra para que Él pudiese considerarme su hija".
Buscando la reverencia y solemnidad
La dinámica cambió cuando se enamoró profundamente de un joven católico a los 15 años. "Estaba decidida a convertirlo, pero conocía la Biblia mucho mejor de lo que pensaba. Sus respuestas echaron por tierra mis débiles argumentos y empecé a cuestionarme lo que sabía sobre el cristianismo", explica.
Así, en el último año de secundaria, comenzó el camino de Jenna para abrazar la fe católica, lo que hizo tras concluir el rito de iniciación cristiana para adultos en el primer año de universidad, en 2019. Dos años después, los jóvenes se casaron.
Imgrund recuerda cómo, tras convertirse, comenzó a frecuentar felizmente una parroquia donde se celebraba una misa "muy reverente, con música de órgano y muchas partes cantadas en latín".
Algo que cambió cuando llegó un nuevo encargado de la música litúrgica, que suprimió los cánticos que impulsaban su reciente devoción católica. "Eliminó las partes latinas, los cánticos tradicionales y empecé a sentirme incómoda. Algunas de las novedades [que propuso] me recordaron a mi antigua iglesia bautista", detalla.
Fue así como, buscando una nueva parroquia que les ofreciese la solemnidad y el recogimiento, conocieron la forma extraordinaria.
"Cuando decidimos asistir a una parroquia donde se celebraba la misa tradicional, nos sorprendió lo hermoso que era. Había un coro, muchos monaguillos y familias jóvenes que se acercaban a presentarse después de la misa. Nos enamoramos de la liturgia y la comunidad", explica.
En el caso de este matrimonio, la misa tradicional conllevó importantes beneficios espirituales. Entre ellos, lograban una mayor concentración durante la misa, estaban más inclinados a rezar con mayor frecuencia en el día a día, eran más conscientes de las celebraciones, festividades y solemnidades y aprendían más sobre los santos y la Iglesia.
Tratando de ver "las mejores intenciones"
Por eso, contempla con tristeza las restricciones impuestas sobre la liturgia tradicional a lo largo de los últimos meses. Especialmente como conversa, pues afirma que antes de formar parte de la Iglesia luchaba contra la idea de someterse a la autoridad de un Papa por considerarlo "un anticristo", convencida de que "la Iglesia estaba reemplazando a Cristo" al nombrar a los pontífices. Algo que cambió tras su conversión, cuando comenzó a sentirse "feliz por ser dócil a los pastores que Dios puso por encima".
Ante las acusaciones vertidas sobre los asistentes a este rito de "causar división", Imgrund continúa asistiendo a la misa tradicional mientras afirma que "confía en la jerarquía de la Iglesia" y cree "que tienen las mejores intenciones".
"Al suprimir la misa tradicional sin ninguna encuesta u ofrecer reuniones con los laicos, parece que no están interesados en escuchar lo que el rebaño tiene que decir. Parece como un proceso para eliminar (la misa tradicional) por completo", explica.
Algo que le sorprende "especialmente cuando hay tanta demanda entre los jóvenes y las familias. Parece como si muchos en la jerarquía estuviesen haciendo oídos sordos a su rebaño o ignorando lo que miles de fieles hicieron antes que nosotros".
"Queremos volver a casa"
Tras las restricciones, Imgrund, su marido y el resto de la comunidad han tenido que trasladarse a un santuario donde continúa la celebración de la forma extraordinaria. Ahora, su jornada dominical se ha visto trastocada: los fieles de su comunidad han perdido su parroquia, los horarios se han alterado por completo y realizan largos viajes para ir a misa. Las pausadas conversaciones entre los fieles tras la misa se han visto reemplazadas, por lo general, por apresurados intercambios a la intemperie.
Con todo, Imgrund y su marido se muestran agradecidos al nuevo emplazamiento por la acogida mostrada, que permite a los fieles quedarse tras la misa siempre que no tenga que atender otras reuniones o eventos programados.
El matrimonio, sin embargo, valora poder continuar asistiendo a su apreciada misa y se muestran resignados a una situación que podría empeorar aún más, en caso de darse la restricción total. "Me sentiría completamente abandonada, después de todo lo que yo y muchos otros conversos hemos pasado para abrazar la doctrina de la Iglesia", lamenta la joven.
Entre los continuos viajes y cambios de emplazamiento, el matrimonio se muestra feliz de poder, por el momento, seguir asistiendo a la misa tradicional: "La mejor forma de resumirlo sería esta: `Estamos cansados de ser huéspedes perpetuos. Queremos volver a casa´".