Esta semana se está celebrando el tradicional Meeting de Rimini (Italia) de Comunión y Liberación, y uno de los actos del lunes fue un encuentro sobre Juan Pablo II: aquel hombre aferrado a Cristo.
Participaron Alberto Savorana, portavoz de Comunión y Liberación, Luigi Negri, obispo de San Marino-Montefeltro, y Jozef Dabrowski, presidente de la Asociación Polaca de Ferroviarios Católicos. Y fue el testimonio de este último el que más conmovió a los asistentes.
Con su mostachón blanco estilo Lech Walesa, Dabrowski subió al estrado para contar cómo había conocido a Karol Wojtyla y cómo unas palabras suyas habían cambiado, no sólo su vida, sino su percepción de la política.
Este viejo obrero polaco y el Papa fueron buenos amigos. Le conoció en 1973, cuando era arzobispo de Cracovia, y le vio por última vez en la capilla papal el 3 de enero de 2005, cuando Juan Pablo II, ya mortalmente enfermo, le invitó a él y a su mujer a asistir a misa en ese lugar reservado a los más allegados. Fueron pues treinta y dos años de amistad, fraguada sobre todo en los cinco años que precedieron a su elevación al trono de Pedro.
Años muy difíciles, que lo fueron aún más tras el golpe de Estado de 1981, que endureció la política represiva del régimen comunista. Dabrowski, uno de los líderes de Solidaridad, acabó en la cárcel, donde pasó cinco meses.
Pero no fueron inútiles. Él llevaba dándole vueltas a la cabeza a unas palabras de Juan Pablo II al llegar al Pontificado: "Permitid que Cristo hable al hombre". Al explicar esto, Jozef mostró al público, visiblemente emocionado, un ejemplar de los Evangelios, completamente anotado por él a raíz de unas reflexiones que nacieron entre rejas.
Porque se dedicó a pensar en esas palabras del Papa durante su periodo de reclusión.
"Fue allí, aislado en la celda, donde pasaba veinticuatro horas al día sin hacer nada, donde pude finalmente responder a esa llamada de Karol Wojtyla, y comprendí que para ser testigo de Cristo es preciso seguir su escuela, penetrar todo su misterio. No se puede enseñar a Cristo a los demás, había dicho Wojtyla, sin arrodillarse ante el Señor".
Esas palabras le renovaron por completo y salió de la cárcel como un hombre nuevo: "Recé para no caer víctima de la espiral del odio, para que el odio no venciese en mi vida". Y, de nuevo emocionado al recordar esos difíciles tiempos, explicitó la conclusión política que extrajo, más allá de la aplicación personal a su vida de aquella reflexión wojtyliana: "Muchos de los males que afectan a nuestros hombres públicos proceden del hecho de que los políticos se arrodillan poco ante el Santísimo".
Una frase para la meditación, y que en cualquier caso provocó la salva de aplausos de una audiencia entregada al testimonio de un amigo de Juan Pablo II curtido en la misma resistencia que él, siempre en nombre de Cristo.