Constance creció en una familia que define como "de dos culturas". Por un lado, su madre, católica no practicante. Por otro, su padre, ateo, hijo a su vez de padres "más bien anticlericales".
En casa solo rezaban algo el día de Navidad y el de Pascua, y en la adolescencia ella abandonó la oración. "Me habían dicho que Dios existía y que se le podía rezar", explica, pero ella apenas lo hacía: "Para mí Dios era un ser en las nubes, distante, que no se interesaba por mi vida ni me amaba especialmente".
Acoso
Su infancia y adolescencia fueron felices y tenía un grupo de amigos, pero en el instituto quedó marcada por el acoso que sufría en las clases de educación física, lo que hundió su autoestima: "Cuando estaba en un grupo, enseguida intentaba identificar a quien pudiese ser un potencial acosador. Es me hizo desconfiada, y además el acoso mina la confianza en uno mismo. Fue un periodo complicado para mí".
Llegó así a la universidad "marcada" y "herida" por ese acoso sufrido, que condicionaba sus relaciones. Y al poco se unió a sus problemas "un periodo un poco complicado" en su familia: "Todo ello me impulsó hacia ese Dios un poco distante, y un día, en mi habitación, de repente le dije: 'Señor, si existes, dame un signo de tu presencia y yo te seguiré, porque te necesito'".
El signo
Dos días después, una amiga le propuso ir una tarde a ayudar a un grupo de scouts católicos, muy activos en Francia: "Comprendí que era una señal del Señor, aunque al mismo tiempo yo no soy deportista ni me gusta el bosque, es todo lo contrario a mi forma de ser. Pero le dije a Dios: 'Yo te he pedido algo, Tú me has respondido, es justo que acuda a esa actividad'. Así que fui".
"Esa tarde con los scouts cambió mi vida", recuerda: "Encontré niños muy felices, espontáneos en sus juegos, muy acogedores. Y, sobre todo, jóvenes que tenían mi edad, veinteañeros, que creían en Dios, en un Dios vivo que les amaba, se encontraban con Él como quien se encuentra con alguien. No era ese anciano con barbas en las nubes que yo imaginaba, era alguien vivo que estaba en sus vidas".
Aquel testimonio cambió su vida: "La fe en Dios me da una paz y una alegría en mi vida muy profundas. No hay tristezas si Él está conmigo". Y Dios lo hace "a través de la mirada de esas nuevas amistades de jóvenes scouts": "Me di cuenta al llegar a un grupo de jóvenes que no tienen ese reflejo de acosar: ya no intento detectar a la personalidad más agresiva, porque sé que yo soy valiosa a los ojos de Dios y porque veo no todo el mundo es un acosador, que hay jóvenes que son equilibrados y tienen relaciones sencillas con las personas a las que conocen".
La aventura cristiana
El fruto de lo que le pasó a Constance es la "aventura cristiana", una vida "que pasa del blanco y negro al tecnicolor" y "un corazón que se cura de las heridas de la adolescencia". Y cuando tiene dudas y la tentación de pensar que todo es "una gran mentira", algo sucede: "El Señor me envía pequeños regalos de su presencia".
Como sucedió pocas fechas antes de grabar su testimonio para Découvrir Dieu: "Había ido a un festival de jóvenes y estaba pasando uno de esos periodos de desazón. Los instrumentos se instalaron justo a mi lado y los músicos se pusieron a tocar. Fue un momento musical muy bueno y realmente fue un regalo, la presencia de Dios que me miraba y me decía: 'Este concierto es para ti, te amo y te doy personas con las que vivir tu vida conmigo'".
¿Qué es ahora Jesús para Constance? "Jesús es mi Señor y mi Salvador, ese Dios que por ser Todopoderoso que puede parecer distante, pero al mismo tiempo decide hacerse hombre. Es un misterio extraordinario: decidió nacer en ese pequeño pesebre para vivir por mí y morir por mí en la cruz. Es Dios hecho hombre que muere por mí y me salva".
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