Entrevista concedida a www.primeroscristianos.com por el Cardenal Don Julián Herranz, Presidente Emérito del Pontificio Consejo para Interpretación de los Textos Legislativos. Por su cargo, ha tenido la oportunidad de tratar de cerca al Beato Juan Pablo II y al Papa Benedicto XVI.
-¿Piensa usted que la figura de los primeros cristianos es relevante hoy en día?
-Me parece que es más que relevante: es absolutamente necesaria. Los cristianos de hoy, para ser verdaderos cristianos, hemos de tener el temple que tuvieron los primeros cristianos, porque se trata de vivir el cristianismo en una sociedad que se parece mucho a aquella a la que ellos se enfrentaron.
Estamos hablando del nacimiento, de la expansión de la Iglesia en medio de la situación social propia del tiempo, es decir, de lo que era el antiguo Imperio Romano. Tanto en el magisterio de los Padres de la Iglesia como en la vida de estos primeros cristianos encontramos dos exigencias fundamentales. Una, crecer en el conocimiento y en el amor de Cristo; y la segunda, tener esa dimensión apostólica y misionera que los primeros cristianos eran conscientes que habían de tener como exigencia del Bautismo, en medio de una sociedad pagana.
-¿Por qué el Papa habla tanto de los primeros cristianos?
-Pienso que es por esta similitud entre lo que ellos vivieron y los que la Iglesia nos pide a partir del Concilio Vaticano II. El Papa es consciente, y lo repite, que la enseñanza fundamental del Concilio Vaticano II era recordar la llamada universal a la santidad y al apostolado —que encontramos sobre todo en la Constitución Lumen Gentium y en el decreto sobre el apostolado de los laicos Apostolicam Actuositatem, pero en general en el conjunto de los documentos del Concilio Vaticano II—. Esto significa tomar conciencia de la importancia del Bautismo, que es morir y resucitar con Cristo.
Además, nacen del Bautismo los dos derechos y deberes de todo cristiano: el ser santo y el ser apóstol, llamada universal a la santidad y al apostolado. Es la exigencia bautismal de identificarse con Cristo, de imitar a Cristo y conocer su mensaje y, en segundo lugar, de dar a conocer su mensaje, de ser apóstoles. En la vocación cristiana estos dos aspectos están íntimamente relacionados. Por un lado, tenemos la exigencia ascética de ser santos y, por otro, la exigencia misionera de ser apóstol cada uno en el ambiente en que se encuentra por Voluntad de Dios.
-¿Por qué considera usted, como ha dicho varias veces, que Benedicto XVI es un padre de la Iglesia en nuestros días?
-Vosotros que estudiáis la vida de los primeros cristianos veréis que los padres de la Iglesia tenían como común denominador dos líneas fundamentales de exigencia pastoral. La primera es enseñar a los fieles a conocer, tratar y amar a Cristo; la segunda es que los fieles tenían que identificarse con Cristo y, para eso, conocer su vida, lo que dijo y lo que hizo. Conocerlo más y amar más. Ellos tenían esa idea clara.
Y es que en el amor a Dios sucede como en el amor humano. Un chico y una chica se buscan, se tratan, se conocen más y de ese conocimiento nace el amor. En el amor divino sucede lo mismo: uno va detrás de Cristo en el Pan y en la Palabra; en la Eucaristía, en el Evangelio; te metes en las escenas del Evangelio, te identificas un poco con los apóstoles y lo vas conociendo, ves qué mirada tenía, la fuerza de su palabra, qué capacidad de amar y de tener paciencia con nuestra debilidad; qué capacidad de entusiasmar, de ser un líder, de llevar detrás a las masas; qué capacidad de abrir los horizontes de la vida eterna, de ser Quien emite luz con lo que dice, “Tú tienes palabras de vida eterna”, le dirán… Unos se escandalizan y se van, pero otros, en cambio, le siguen y se van detrás hasta dar la vida por Él.
Pues los Padres de la Iglesia hacían eso, enamorar de Cristo a los fieles, de tal manera que lo amaban tanto que daban la vida por Él, como vemos que hicieron muchos de los primeros cristianos.
Por otra parte, los Padres de la Iglesia —es la segunda línea fundamental— enseñaban a vivir seriamente el cristianismo dentro de una sociedad pagana. Estas dos cosas son las que está haciendo Benedicto XVI. Incluso personalmente: ahí tenemos esos dos libros sobre Jesús de Nazareth.
He coincidido veintidós años con Benedicto XVI y trabajé veinticuatro años con el ahora Beato Juan Pablo II; cuando me han pedido que resuma la vida de uno y otro en pocas palabras digo que puedo hacerlo en una palabra: enamorados. Y van, como los enamorados, a hablar de su amor por todas partes.
He dicho a los periodistas que ellos escriben todos los récords que ha batido Juan Pablo II: el Papa que más años ha gobernando la Iglesia, que más vueltas ha dado al mundo, el Papa que más millones de fieles ha reunido, que más documentos doctrinales ha publicado, el que más leyes ha promulgado... Pero les he dicho que se olvidan del récord más importante: Juan Pablo II es el Papa que más horas ha pasado delante del Sagrario, hablando con su Amor.
Y después iba a hablar de su Amor, pues el que ama tiene deseos de que también otros amen al objeto de su amor. Fue a hablar de Cristo a todos los areópagos del mundo: al areópago de Atenas, por supuesto —lo cual también es un récord, pues ningún otro Papa había ido allí—, pero también a los otros “areópagos”: la Asamblea General de las Naciones Unidas, el Consejo de Europa y la mitad de los estadios de todo el mundo encontrándose con los jóvenes, que tenían deseos de verle.
Pues eso es lo que hacían los Padres de la Iglesia y lo que el Beato Juan Pablo II y Benedicto XVI nos han enseñado a hacer a los cristianos ahora: conocer a Cristo, tratarle, amarle; y —su otra gran preocupación, como era para los Padres de la Iglesia— enseñar a los cristianos que se movían en la sociedad pagana cómo comportarse siendo fieles a su vocación cristiana para ser fieles y para hacer penetrar las verdades del cristianismo en esa sociedad.